Carlos A. Aguilera: LMOA contra la maquinita Estado

Artes visuales | DD.HH. | 10 de marzo de 2020
© Performance de LMOA

Si la mala gestión de un estado pudiera medirse por la cantidad de angustia que genera en sus ciudadanos, el estado cubano (que a la vez es un gobierno, un partido, una nación y un país) posiblemente batiría el récord de inquietud, aflicción o inseguridad provocada a su propia población.

Y no solo lo digo por lo “fundido” que uno sale de allí o por la “quemadera” diaria, para usar dos palabras caras al slang cotidiano. Sino, por algo más sencillo: después de más de sesenta años de represión y simulacro, nadie sabe con exactitud cuáles son los límites entre lo civil y lo político en Cuba, entre mi espacio privado y mi espacio público.

De esta incertidumbre, que también es una de las formas que tiene de gobernar el despotismo castrista, es que inteligentemente se han alimentado varios de los performances de Luis Manuel Otero Alcántara. Desde su “Peregrinación al santuario de San Lázaro”, un hecho común entre los religiosos cubanos, hasta aquella “Gran rifa del año” (ambos en 2017), que se burlaba a la vez que vulneraba el apartheid estatal contra los nacionales en los hoteles.

Apartheid que creo se observa muy bien en su homenaje a Daniel Llorente, al intentar correr los mismos metros que este corriera con la bandera norteamericana en la Plaza de la revolución (alrededor de sesenta y seis), y que terminara abortada por la policía y el G2 cinco minutos después de haberse iniciado.

Evento ―dicho sea de paso― que le valió “al de la bandera” el destierro a Guyana y, a Otero Alcántara, una serie de encarcelamientos y acosos que aunque habían comenzado antes se agudizaron a partir de aquel suceso y han continuado en bucle hasta hoy.

¿No es la bandera (cualquier bandera) un trapo sustituible que entre otras cosas sirve para vestirse, para colgar en el baño, para vender muñequitos, para correr? ¿Un trapo que a priori solo simboliza el fascismo que lleva en sí toda nación, su falsedad identitaria?

Pues contra ese fascismo es que LMOA clama todos los días y contra este es que ha dirigido ―sin asociarse hasta donde yo sé a ningún movimiento de oposición― todo su arte.

Un arte cuya fuerza radica en su dinámica outsider y en su deconstrucción ideológica, sin mucha teoría o mucho concepto. Solo a base de hechos, perspicacia, inteligencia civil y sentido del humor.

Un arte que, si lo pensamos bien, es puro batá, pura rebeldía y puro bofetón.