Hablar de un “efecto Ai Weiwei” en el ámbito interno cubano es un esnobismo o un vicio periférico. Hay regiones donde los acontecimientos nacionales se vinculan con referentes foráneos; Cuba, una isla cercana a un continente con manía de grandeza, no es la excepción. Más que a una “angustia de las influencias”, según acuñó Harold Bloom, mejor sería referirnos a un síndrome de las secuelas. Siempre hay que mencionar un fenómeno global para descalificar o distinguir un síntoma local. Hermanar a los artistas contestatarios cubanos con la gestualidad multidisciplinaria de Ai Weiwei significa obviar el trayecto sociocultural del país post-1959. Para seguir leyendo…
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