No se trata de reformar el sistema comunista, sino de cancelarlo, y de aceptar de buen grado que unos ciudadanos vivan mejor que la media. No es cuestión de desaparecer las tres monedas, o de que los niños o los adultos puedan tomarse un vaso de leche cuando les plazca y no cuando lo indique la planificación centralizada. Se trata de preguntarles a los cubanos si quieren seguir con el comunismo o prefieren hacer sus transacciones como las llevan a cabo en los treinta países más prósperos del mundo. Para seguir leyendo…
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