Alberto Rodríguez Tosca: Poemas / Las vidas tranquilas del dolor

Aquí algunos poemas de uno de los escritores más interesantes de finales de los 80: Alberto Rodríguez Tosca. No sería exagerado decir que su libro, Todas las jaurías del rey (1987), fue uno de los más comentados y leídos en aquel momento y, su programa de radio, siempre entre poesía y música, uno de los más seguidos.
Disfruuuten 😉
Alejandra Pizarnik
Hubiera preferido cantar blues
en cualquier pequeño sitio lleno de humo
en vez de pasarme las noches de mi vida
escarbando en el lenguaje como una oca.
A. P. (DIARIOS)
Porque tú no querías ni siquiera
vivir. Ser un cuerpo más
entre millones y millones de cuerpos maldiciendo la forma caprichosamente amable
en que fueron colocados sobre el Universo.
Nadie contó contigo
para alistarte en el Mundo. Para inscribir
tu nombre y tu rostro en la Gran
Nómina. Nadie
te preguntó si querías llamarte Alejandra
Pizarnik y nacer en Buenos Aires un día
y a una hora del año 1936.
¿Por qué entonces
no clavaste tus níveas encías
en las paredes del vientre de tu madre y gritaste
como la posesa que fuiste (ya en vida ya
en muerte) hasta que se le reventaran
los tímpanos al Creador y de pura
compasión te descreara?
Tenías el valor. Tenías las manos limpias
y algunas buenas razones. No nos culpes ahora
por ese bar de mala muerte
al que te confinaron para cantar blues
por toda la eternidad por
toda la eternidad por
toda la eternidad…
Pandemónium de la libertad
De un lado de la reja, el prisionero;
del otro, el hombre libre.
Un tercero sentado al borde de la reja:
“¿Cuál es el prisionero cuál
el hombre libre?”.
Ellos tampoco saben cuál es
el prisionero y cuál el hombre libre.
Los confunde la reja y el tercero
de arriba que vuelve a preguntar:
“¿Cuál es el prisionero cuál
el hombre libre?”.
Y después les anuncia: “Yo soy
el tercero sentado en el borde de la reja”,
y más adelante: “Se terminó
la última visita”.
El hombre libre se sienta.
El prisionero no viene a verlo más.
Letanía del dragón
En el tatuaje de tu espalda consigo adivinar las líneas que faltan en las palmas de mis manos.
Sobre la tinta verde se despliega la angosta geografía que alguna vez configuré en un sueño y nunca más y nunca volvió a rasgar con su filosa realidad el entusiasmo de mis noches. Ahora recorro el paisaje el dibujo encerrado la silenciosa explosión que retiene tu piel como un mensaje para nadie escrito en una piedra invisible y lanzado con amorosa furia y para siempre al abismo del mar.
Confusión de los peces que se refugian en torno y murmuran con acento grave la voluptuosidad de la grafía el sonido interior las canciones el peso de los significados que ahora asciende y yo escucho encima de este océano inmenso mal repartido entre la severidad de mi insomnio y el sabor el vaho la amarga paz que despide tu cuerpo al dormir.
A duras penas logro separar la corporeidad del vacío y los alegatos de la alucinación. Grabo en el aire una falsa leyenda y comienzo mi lectura de la soledad con un gesto aprendido a propósito en las madrugadas de ayer. Hay una predestinación en la agonía no despiertes ahora duerme finge que estás viva duerme no despiertes nunca.
Si al menos cesara el tableteo del reloj su inclemente neón arrojando números a la pantalla con la misma celeridad con que avanzan las sombras hacia las fantasmales afirmaciones del espíritu ¡si irrumpiera al menos en la habitación la memoria de este instante grabado con lava rencorosa en el mapa de una vida anterior! Yo sabría qué hacer cómo acunar la lengua del dragón para que fuera salterio su fuego y no himno crónica de la miseria y no recuento miserable del fuego común respirando por la lengua de los dragones comunes para complacer el hambre de fiesta de este circo ya no humano que desborda sus graderías de aplausos sombreros al viento vivas al dragón que sufre en silencio porque nadie comprende su ademán su grito su mueca profunda detenida en la alta noche sobre la espalda de una mujer desnuda.
Duerme. Ya no tienen remedio los caminos que erré. Encontrarán su castigo en los tribunales del alba. No despiertes ahora duerme no conozcas mi nuevo rostro. Ruego porque no hayan entrado a tu sueño los artificios de mi dolor duerme. No escuches ni siquiera mi ruego. Duerme duerme no despiertes ahora.
Nunca.
Las derrotas
Aquí comienza la enumeración de mis derrotas.
Las que me propiné me propinaron. Les ordeno marchar en fila india como bestias marcadas con broquetas de azufre a la vista de una horda de ángeles. Les tapo los oídos para que no se distraigan con la euforia de los triunfadores. Las beso en la boca para que se distraigan con mi beso mientras pasa la quinta columna de los hombres felices. Este lunes, mis derrotas y yo nos pusimos de acuerdo para mirarnos a los ojos. Ya nos estamos viendo, rozando con los dedos, casi amándonos a la sombra indiferente de un cielo en llamas: Amigos idos, cuerpos enfermos, espíritus en ruina, vinos baratos, endiablados alcoholes, heridas en la cara, lenguas traidoras, mujeres en fuga, puertas clausuradas, plegarias, miedos, hambres, fiebres, cansancios, filias, fobias, héroes, mártires, extravíos de fe, hojas en blanco, naves a la deriva, falsos poemas, entierros, destierros, nombres propios, recónditos adioses, mis 38 años, todas las tumbas: mi madre en una de ellas, y polvo, polvo, mucho polvo cayendo sobre la realidad como chispas de agua sin consagrar en un bautizo embrujado. Ya fueron despedidas todas las plañideras. No habrá lamentos pero habrá un gemido. Un solitario gemido de papel a la luz de dos lunas. La mía y la vieja luna del mundo sobre cuyas laderas se acuestan con la muerte todos los derrotados. Buenos días, siglo. Por fin nos encontramos. Ojalá no hayamos llegado tarde a la cita.
Los muertos y la luna
al milagro de vivir suma el milagro
de seguir viviendo no preguntes por qué
no preguntes conserva tu ignorancia
sobre la seducción de los escarabajos
nocturnos ladea el rostro y esquiva la mirada
de esos arqueólogos del conocimiento
compra un ramo de espinas y sale a repartirlo
cada peatón espera con ansia su pequeña
mordedura de plata no preguntes por qué no
preguntes simplemente camina y al filo
de la noche acércate a una vidriera contempla
fijamente tu rostro como si fuera de otro
(en realidad no es tuyo) ese otro sabrá explicar
lo que sucede después lava tus manos en todas
las pilas bautismales sécalas con el viento
no mires hacia atrás no mires camina
simplemente camina y ruega porque ningún
desprevenido reproduzca el juego (es peligroso
jugar cuando se borraron las reglas de antemano)
no preguntes por qué no preguntes lo que sólo
los muertos y la luna podrían responder.
Crecer en la burbuja, sentir la fiebre de los viejos cristales restallando en la bruma como si fueran olas. Vienen de mí y en mí consuelan la nostalgia del mar. Chocan contra mi cuerpo y se retiran llevándose pedazos de la entraña feliz. No gimo. Busco mis dos manos en la oscuridad y me las llevo a la cara. Tengo cara. Tengo la sensación de que la piedra que acaricié en el sueño era real. Así que tengo sueño y piedra y cara y dos manos para asestarle al prójimo una puñalada en la cabeza. ¿Estás preparado para vivir? Hacha hacha hacha. ¿Recuerdas? Cada tajo un recuerdo. ¿Estás preparado para fingir? Recuerda. Todo lo que caiga en tu boca será bendecido por nadie. No esperes ni bendición ni ensalmo. Si acaso, la voluntad del hacha resbalando hacia ti como una hebra de luz en busca de un espejo y una interrogación (?). Gusano. Celebran en las gradas. La apariencia del signo es un gusano: (?). Sus anillos se enroscan en el filo del hacha y preguntan por todo: patria, cárcel, mujer, astrolabio, velocípedo, partidos, jabalíes, bibliotecas, monasterios, cañaverales, balsas, cementerios marinos, urnas, revoluciones, viernes santos, martines pescadores… Pero ahora no vas a responder, pues debes regresar a la primera noche con el fervor de quien regresa de una gran derrota. Recuerda: eres el derrotado. Alégrate por eso. Y llora.
El beso de la mujer araña
deja que la tarántula entre en tu cama
no la espantes con ese gesto tuyo de
vacilante mandarín deja que avance
hasta tu cuello y bese tu pobre boca
resentida por los estragos de un beso
anterior no eches a perder este momento
de unción sublime entre la tarántula y tú
mantén la calma la compostura el miedo
y todo lo que sirva para que avance
la tarántula no duele su mordida no quedan
huellas sólo un débil recuerdo que
olvidarás mañana es la tarántula la señora
de los más tristes de los más solos
tú eres el escogido deberías dar gracias
por esta noche de beatitud ajena no es tuya
es cierto pero qué importa es la tarántula
la reina de los más cuerdos de los más
locos deja que se acerque y a la hora
del beso cierra los ojos no hables no
preguntes qué va a pasar con la suave
ponzoña que entrará en tus venas es
la tarántula la reina de los reyes que no
saben qué hacer con su dolor y su corona.
El extranjero
Hoy me puse mis galas de extranjero para salir a caminar.
Esta ciudad no es mía. La recorro sin prisa. Dejo que me
recorra como lo haría la mano de una niña abandonada
en una caja de cartón ante la puerta de un prostíbulo. La
ciudad ignora que yo existo. Me escurro entre portales,
columnas, puentes, autos, muros, gente. Soy un fantasma
aferrado a su túnica como al último madero de un bosque
a punto de zozobrar entre las ruinas de un suburbio en
llamas. En cada esquina me aseguro de que aún llevo la
isla en peso doblada en el bolsillo. Asechan los ladrones.
Los asesinos cumplen su ronda alrededor de los ensueños
del paseante solitario. Despiertan exhaustos los amantes
al regreso de la dura faena. Si algo le pasara a la isla en
peso que llevo en el bolsillo, la lluvia que ha empezado
a caer quedaría congelada en el aire y tendríamos que
abrirnos paso por entre espadas de hielo. Si algo le pasara
(¡ah, Virgilio!) a la isla… Me resguardo en la barra de un
bar del barrio La Concordia y pido una cerveza y un reloj.
Busco el aturdimiento en el reloj y la hora exacta en la
cerveza. Escribo este poema al dorso de la carta donde
me advierten que debo seis meses de alquiler. ¿Será muy
tarde ya para rendirle cuentas de las derrotas de anoche a
la noche de las derrotas de mañana? En la mesa contigua
un hombre llora, otro habla con la sombra de un barco
que navega desconsoladamente en la pared. Yo pago la
cerveza y vuelvo a la intemperie de un mundo que gira
a la velocidad de un lirio. Sí, esta ciudad no es mía, pero
tampoco de quienes la heredaron. Es del alba, es del sueño,
es de la noche. Por eso hoy todos nos pusimos las galas de
extranjero para salir a caminar.
Toda la dicha está en una cabina de teléfono
y toda la mugre y todo
el desamparo.
Ningún sitio mejor
para iniciarse en el conocimiento
de las grandes ausencias: aquí
está el hombre solo y ni siquiera
el otro lado es alguien.
Yo soy
el hombre solo y tú eres Dios
y yo soy de nuevo el hombre.
No hay diferencia entre tu palabra
y la mía, salvo que
nuestros interlocutores son sordos.
No hay diferencia entre tu sordera
y la mía, salvo que nuestros interlocutores
hablan demasiado.
Asoma
tu nariz a la nube y di
si me faltan motivos cuando gasto
tiempo y monedas en vaciar
en tu barba encrespada un poco
de este horror.
Señor,
yo no creo en Ti, pero te pido
que me defiendas esta noche
de los dioses en los que creo. Míralos
caminar entre los hombres disfrazados
de hombres.
Reconócelos
por su seguridad: están seguros.
Remontan calles, clubes, oficinas
y los persigue la seguridad
como una sombra. Y si llueve les sirve
de paraguas y de pañuelo si hace sol.
No necesitan tu perdón pues
“saben lo que hacen”. No se dan cuenta
de que los has abandonado y por eso
no preguntan “¡Dios mío Dios mío!” No es
por soberbia sino por ignorancia
que no preguntan, Señor.
La tierra
sigue girando a tu pesar. Los tigres
todavía respiran, se aluniza en la luna
y el corazón de mi madre se rompió
como cáscara de huevo el día más injusto
de 1993.
No te culpo por eso. Al fin
y al cabo, alguna noche su hijo menor
tenía que aprender a caminar herido
y con los ojos abiertos por entre riscos
untados de sangre, candilejas
rebosantes de nieve y otros arduos caminos
de tu divina creación.
Infelices las multitudes
que nunca han entrado a una cabina
de teléfono. Pobrecitas Dios mío lo saben
todo: se conocen ellas y me conocen a mí
que soy el hombre y no me conozco.
Pero no se preocupe, Señor: la ciudad
no conoce a sus padres los hijos
no conocen a sus hermanos los hermanos
compran alcohol en los suburbios
y se emborrachan con un niño demente
que lo conoce todo y siempre
Yo estoy más cerca de todo eso
que los padres que los hijos que los
hermanos y hasta que el niño demente.
Y me emborracho más
y estoy más en silencio, sólo que ya es
muy tarde para limpiar el buen nombre
de esta sabiduría venida a menos.
¿Se comprende que hablo por mí,
que no comprometo a nadie, que soy
el hombre solo y tú eres Dios
y que soy de nuevo el hombre, alzado
sobre dos piernas y hablando por mí,
luego de soportar durante tantos años
que las palabras de otros me definieran?
¡Ah si ser el hombre y Dios
y ser de nuevo el hombre significara algo!
Si estar aquí si hablar si resistir callado.
Pero nada de eso significa.
Perdemos el tiempo, Señor. Se me acabaron
las monedas.
Adiós.
Mi sombra y yo
No estamos para nadie mi sombra y yo. No estamos para el cobrador de impuestos, la prostituta, el argonauta, el ministro, el alienígena, el banquero, el bibliotecario, la viuda alegre, la monja, el cura, el pastor cuáquero, el hijo pródigo, el aprendiz de brujo ni para el último de los Mohicanos. No estamos para el Señor de los Anillos, el Corsario Negro, el dueño de las nubes, el cazador solitario, la voz de la conciencia, la mejor usanza, los días de guardar, el Ángel de la Jiribilla, los ratones de Hamelin, el Cardenal Masarino, Rómulo y Remo, Hansel y Gretel, Tristán e Isolda, Jonás y su ballena, San Jorge y su dragón. No estamos para el coleccionista de mariposas, el general de cinco estrellas, el soldado desconocido, el vendedor de Biblias, la niña, el parapléjico, el suicida, el borracho, el proxeneta, el médico de guardia, el terrorista talibán, el falso amigo, el jugador de póker, el corredor de bolsa, el contrabandista de huracanes. No estamos ni para Dios si llega con sus perros a llevarse mi sombra.
Las vidas tranquilas del dolor
Vienen y van como cometas perdidos en una galaxia enemiga. Arden en la fragancia de los trinos y no se comprometen si no con sus propias estelas de agua. Son las vidas tranquilas del dolor. La calma chicha de la sangre agujereada por alfileres de seda. La fuente. El puente. Una estación para sembrar pequeños botones de bocas cerradas. El silencio no es humano. Lo alquilan en la tierra para falsificar la gloria de los dioses. Pero si callas hoy mañana te será dado un reino de noches sin culpas y devuelta la devoción por la música de los desiertos. No soy digno de decir lo que digo. Pero la madrugada será larga y nadie llamará para decir que no soy digno de decir lo que digo. Una cerveza, un ánfora, una foto, un perro, un vaso, un puerto, una tumba de más, una conversación con las estrellas y un país. Así transcurren las vidas tranquilas del dolor. Entre un cuerpo que tiembla y una ventana por donde alguna vez se fugó el día.
Viéndolas llegar a la Universidad
Cuántas de estas muchachas
amanecieron hoy en brazos de otro,
después de haber hecho el amor una
y otra vez en el largo delirio de la infancia
crecida. Cuántas reventaron de fiebre
esta mañana mientras yo convalecía de mí
y me abrazaba a mis sudores como un náufrago
se abraza a un tronco para soñar con una orilla.
Con cuántas orillas y frutas y veranos soñaron
estas muchachas hoy al final de la ruda faena.
Yo las veo subir las escaleras de la Universidad
y se me parte el alma. ¡Cómo envidio a ese otro
que esta mañana deambuló en sus senos, se ahogó
en sus labios y murió en sus caderas! Cuántas
de estas muchachas imaginan que en la ciudad
un hombre se muere por ellas y madruga sólo
para verlas subir y deletrear con letras ciegas
las habilidades de sus cuerpos desnudos
contoneándose al ritmo del tic tac de un reloj.
¡Si supieran estas muchachas lo que vaga ese hombre
al verlas pasar con el pelo aún mojado y la sonrisa
del placer todavía desarmándose en sus bocas! Si
lo supieran, dejarían de subir las escaleras y correrían
a comprar una cuerda para llegar a su balcón y secarle
esa lágrima que corre sólo por ellas que amanecieron
hoy en brazos de otro haciendo el amor una y otra vez
en el largo delirio de la infancia crecida.
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