Norge Espinosa: Cabeza negadora

Lo que yo aprendí con Virgilio Piñera es que si eres pájaro, bajo el sol de Cuba, acabarás por molestar.
Pájaro, feo, flaco, afeminado. Graznando para colmo palabras que no son de rendido agradecimiento.
Empecinado en escribir, en voltear la verdad. En denunciar el modo en que nos ahoga lo mediocre, vas a pasarla mal bajo este cielo.
Cabeza negadora. Oscura y mal traída, aceptada en la fiesta solo a regañadientes.
He tenido en las manos los espejuelos de su muerte. Los ojos de cristal con los que llegó a ver el rostro de su mismísimo cadáver.
Cadáver desaparecido de su propia autopsia. Enterrado con prisas, con calor, con desgano.
Lo que yo aprendí leyendo a Virgilio Piñera es que ser desobediente puede resultar muy caro. El sorbo de café, el tocadiscos apenas. El teclado esperando palabras o música.
El compromiso de levantarse a crear a las seis de la mañana.
No hay lectores ni reseñas. La página tan solo. Un apartamento que no mira al mar.
Pero él escribe. Pájaro que sobrevuela con las alas desgarradas el silencio y el hastío. Y persiste. Así persiste.
También toqué las cartas y los originales. Leí entre esas líneas para aprender bien la lección.
Para entender mejor que hay una cruz de ceniza: homosexual, artista y pobre.
Pueden venir premios y loas y entrevistas. Ediciones en tiradas millonarias.
No van a olvidar quién eres realmente.
Ese pájaro al que premian y aplauden. Y molesta. Basta un paso en falso para desaparecerlo.
Para recordarle que esto es cosa de hombres.
No el ballet de gerundios que él imagina que es la vida. Un ballet de manos y sonrisas decapitadas.
Bajo el sol de Guanabo, es en realidad de noche. La noche de prostitutas. Proxenetas. Pederastas.
Sus discípulos me cuentan su desaparición. Desapareció y no queda nada tras esos viejos espejuelos.
El rostro de un cadáver serán sus Obras In/Completas.
Lo que yo aprendí de su cabeza negadora es que debo mantener todo mi cuerpo alerta.
En la hora de la caza, del sexo, del té. A la hora del baño, cuando somos en particular tremendamente vulnerables.
Cuerpo en guardia porque pueden acudir a negarte horas de vuelo. A ver qué es eso que escribes. En una madrugada hecha para zombies.
Haces teatro, lo sé. Y poemas, y persistes en firmar críticas impublicables.
Como si en verdad no hubieras comprendido.
Son ellos los que no entienden absolutamente nada.
Sus discípulos me dicen: en verdad ya no es así. Mira el sol, el árbol, el muro reluciente.
Mira a todo un país regurgitando su memoria.
Mira los libros del maestro en cada estante y biblioteca. No temas, el horror no se repetirá.
La desmemoria es también un acto iluso de esperanza.
Pero en verdad el horror no nos abandona nunca.
Una cabeza negadora escribe porque sabe exactamente eso. Y que en la medianoche y a cada madrugada el horror es quien te ordena: no dejes de escribir.
Escribe en ese espacio intermedio de lo permisible y lo prohibido. Elige tus palabras con prudencia.
O acabarás como el Maestro.
Pájaro viviendo solo incubando su cadáver.
Lo que yo aprendí de Virgilio Piñera/Puig/Arenas/Pasolini/Lemebel es que nada es infinito. Que basta un golpe de viento.
Que tu perfil de pájaro puede ensombrecer la fiesta. Y que una mano basta para sacarte del paisaje.
Vivo y la ciudad existe para ser descrita. Salgo pese a todo a caminarla y a leerla.
El sol castiga la piel a la manera de un ácido.
Los espejuelos del cadáver me hacen verla como humo. La muerte es humo. Lo que escribes es humo.
Restos de ese fuego que se llamaba el País.
Pájaro sediento de palabras. Acabaré quemándome como una palabra.
Ya es de madrugada. Podemos empezar.
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