Legna Rodríguez Iglesias: Ningún lugar está lejos, ningún lugar está cerca. Sobre la nueva serie de Evelyn Sosa

En Alamar y Cojímar —sobre el paso del río— construyeron un puente.
Juan Carlos Flores
Yo selecciono una o dos o cinco fotos de un día y las hago únicas y atemporales.
Evelyn Sosa
Las series de Evelyn Sosa son trascendentales porque no se acaban nunca. Al huir del concepto como forma de expresión, quedan libres en la esencia de la que cada una proviene, y entonces se produce un fenómeno que nada tiene que ver con lo que significa, sino con lo que permanece, perenne e inmortal. A partir de ahí, me gustaría anotar cosas, tal vez cosas sin importancia, cosas que se me ocurren al pensar en eso, al quedarme pensando en eso mientras hago una actividad mecánica. La primera idea se me ocurrió etiquetando libros, una etiqueta sobre otra, una montaña de etiquetas. Ideas involuntarias, estrellas fugaces, sobre las nuevas fotos de Evelyn Sosa, exhibidas desde el 10 de mayo en la galería Mahara+Co de Miami.
Esa noche (una vez escribí que sus fotos podían observarse como una gran noche-pizarra) llegué a la galería, felicité a Evelyn Sosa sin haber mirado las paredes y luego me acerqué a ellas suavemente, tratando de vaciar mi mente y observar con precisión. Estaba preocupada y una mente preocupada no funciona. Después me aparté y me senté en una silla, en la habitación contigua, la habitación del brindis, a tomarme una copa de vino junto a Odette Casamayor. Detrás de nosotras había una pieza que parecía estar ahí a propósito, hablándole a mi mente abotargada. Era la foto de un libro que yo conocía perfectamente. Un libro suicida. Al verlo, el libro me dijo: distintas maneras de cavar un túnel.
El nombre de la serie remite a un lugar que ha sido exaltado a ningún lugar. Es decir, la representación del lugar (de donde viene el objeto y la persona retratada) simboliza tanto, que se reduce a ninguno, pero esa reducción solo lo exalta. Evelyn Sosa explora lo sagrado en una metáfora extendida que se repite en espiral dentro del túnel. Ya no es el túnel de Juan Carlos Flores, sino su propio ningún lugar. Ese lugar detenido del que habla cuando declara que está buscando otra cosa, y a la vez sus fotos indican que no está buscando un lugar. Evelyn Sosa está buscando la gloria y su mente la imagina. Tiene razones que son objetos. Al acercar el objeto, lo emancipa, y el lugar se aleja más. Yo podría decir, también, ningún lugar está cerca; mientras más cerca, más lejos; se va a alejando, se desintegra. Pero al escribirlo, hago lo mismo que Evelyn Sosa.
Si en una exhibición anterior, por la forma en que se presentaron las imágenes, sentí que asistía a un velorio, esta vez entré a un cementerio. Ningún lugar es un cementerio. Los objetos, las lápidas. Una noche de lápidas sagradas, pero vehementes. Una noche-pizarra, sin contexto, sin nombres, sin nada que me ubique en ilusiones, sin sentimientos, sin jerarquía, sin lugar. Las fotos de Evelyn Sosa no adornan ninguna pared, no decoran ningún túnel. El mosaico se presenta suspendido, infinitamente, en el tiempo. La sustancia de la serie podría ser la muerte, pero entonces sería el ditirambo de la muerte. Es decir, Dios. Ventanas, portales, puentes. La fotógrafa Evelyn Sosa ha creado eso.
Le pedí las fotos de algunos objetos que había retratado para su proyecto. Objetos muy personales, piedras preciosas, oro molido. Yo los uso, por eso son personales. Desde que vine a Miami y hasta el día de hoy, esos objetos han estado funcionando. Forman parte del lugar que habito, de cada efficiency o estudio donde he vivido y al siguiente que me he mudado. Mi hijo los reconoce como objetos comunes de su cotidianidad. Pero sé que un día dejarán de funcionar, igual que uno. Le pedí, además, la foto de un objeto específico que ella misma trajo de Cuba en el 2022. Lo que puedo decir de esas fotos es que son majestuosas y sepulcrales. Yo tenía una idea de lo que quería escribir, tenía suposiciones, pero quería saber de lo instintivo, porque yo pienso que el instinto y el pensamiento (yacimiento, lo llama Juan Carlos Flores) están ligados:
¿Por qué la serie se llama Ningún lugar esta lejos?
Es el título de un libro pequeño que traje cuando salí de Cuba, publicado en 1993. El autor es Richard Bach. Por detrás el libro pone: Ningún lugar está lejos para los seres con imaginación, capaces de comprometerse con la gente, de amar, de vivir cada día como si fuera el primero y el último. Ninguna persona está lejos si existe el deseo y la voluntad de estar a su lado. Es un librito infantil.
A mí me preguntaste pocas cosas el día que viniste a retratarme, tal vez no fue un buen momento, este apartamento es tan chiquito. Yo me acuerdo que me preguntaste qué extrañaba de Cuba, y yo te respondí: todo. Porque cuando pienso en Cuba o sueño con Cuba, nada es feo ni oscuro. Para mí Cuba no tiene nada que ver con su gobierno. El gobierno existe, pero yo no extraño al gobierno, yo extraño mi país.
Las preguntas que hago son muy simples. Creo que el hecho de que las preguntas sean básicas hace que la gente no tenga que rebuscar demasiado para responder y así el pensamiento va directo a donde tiene que ir. Creo que he obtenido respuestas muy honestas y fuertes a partir de esa simpleza. A todos no les hago las mismas preguntas, porque no puedes preguntar lo mismo a alguien que vino con diez años que a alguien que fue desterrado, por ejemplo. Pregunto sobre la fecha en que salieron de Cuba, la edad que tenían, por qué razón se fueron. Qué objeto se llevaron consigo cuando emigraron y la historia alrededor de estos objetos. Les pregunto qué es lo que más les duele haber dejado, algo que recuerden con amor, cómo es su relación con Cuba, hago preguntas sobre la experiencia como inmigrante, si volvieron a sentir que estaban en casa, abundo un poco sobre el concepto de hogar, las cosas que lo ayudaron a integrarse o salir adelante. Les pregunto dónde sienten que están sus raíces y si regresarían a vivir a Cuba.
¿Cuál fue el objeto que más te impresionó y el que menos?
Hasta ahora el objeto que más me ha impresionado ha sido el del hombre que trajo solamente la foto de su madre envuelta en una bolsa de nylon guardada en su bolsillo cuando vino en balsa. En algún punto del viaje él se tiró al mar lleno de tiburones, nadó hacia un helicóptero y la foto sobrevivió. Con eso fue con lo único que llegó y ahí estaba treinta años después. Otra persona que entrevisté me enseñó el peine que hizo su abuelo a mano, a partir de una plancha de metal que se había encontrado en los años treinta, y que su abuelo antes de morir pidió que se lo dieran a él, que en ese momento tenía once años y que ahora lo narra prácticamente sin que las lágrimas le permitieran hablar. A veces se repiten objetos, como las fotografías, o por ejemplo, el libro Distintos modos de cavar un túnel de Juan Carlos Flores. Aunque el objeto se parezca o se repita, las historias que cargan son diferentes. Es realmente sorprendente y maravilloso.
¿Había diferencias de emociones entre retratar el objeto y retratar a su dueño?
Siempre hay diferencias. Incluso de persona a persona cada entrevista se conduce de manera diferente, es improvisado, impredecible. Hay quienes dan más valor a la entrevista, hay quienes lo toman más ligero, y eso influye en mí para hacer las fotografías. Aunque no se pierde la esencia de la manera en la que me gusta retratar, cercano, medio intrusivo y con compasión, si cabe eso. Para hacer las fotografías de los objetos yo me separo, monto un set y ahí somos solo el objeto y yo. Es diferente. Para mí el objeto tiene extrema importancia y yo quiero magnificarlo, quiero, sin modificarlo, hacerlo bello, me interesa que se vea bello, y que se sienta que es algo importante. Yo me arrodillo ante el objeto cuando lo estoy fotografiando.
¿Qué fue lo más doloroso de la serie y qué lo más emotivo?
Todas las preguntas las haces en pasado y la serie está en progreso. Aún hay mucho por hacer, muchas personas por entrevistar. Yo he tratado de entrevistar desde un lugar digamos que neutral o separado. He tratado de hacer un esfuerzo por, al menos en las entrevistas, mantener cierta paz interior que también la pueda transmitir. Aunque luego de las entrevistas llegue a mi casa con el cuerpo como si hubiera corrido un maratón. Hay un peso emocional demasiado grande en todo esto. Muchas de las personas que entrevisto nunca han hablado de los temas que yo pregunto, aun siendo muy simples, hacen cierta catarsis, lloran, me dicen que parece una terapia. Hubo un caso en que todo lo que se habló alrededor del objeto y el hecho de fotografiarlo fue un cierre para su dueño, una reconciliación con su madre, después de sesenta años. Es muy fuerte. Yo no sé a largo plazo el efecto que esto llegue a tener en mí. Por otro lado, para mí es emocionante visitar a una persona extraña en espacios que no había estado antes, y en los casos de las personas que sí conozco siempre descubro cosas nuevas durante la entrevista. Incluso contigo me pasó. Me emociona descubrir, acercarme, abrir una caja, meter la cabeza en un escaparate ajeno. Algo que me ha gustado ha sido el agradecimiento de las personas al darles la oportunidad de contar su historia, de sentir que queda guardada, aprecian tanto las fotografías. Hay gente que lo ha valorado mucho, les ha traído satisfacción y paz. Todo esto te lo digo desde un punto muy cercano a mí, a lo que siento, más allá de lo que puedan significar mis fotos.

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[*] Una versión de este texto fue publicado en la revista ‘Artishock’.
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