Charla II: ‘No somos memoria. Arte contemporáneo de Cuba y Nicaragua’ / Artistas en el exilio: Madelaine Caracas y la colección FluXus [Curaduría: Celia Irina González]

Archivo | Artes visuales | 30 de mayo de 2025
©Imagen de la inauguración de ‘No Somos Memoria’, el 13 de diciembre de 2024

Desde el 2018 en Cuba y Nicaragua, con actuales gobiernos surgidos de revoluciones míticas, un grupo de artistas han producido prácticas contingentes ante el control total de las relaciones sociales por los Partidos Únicos: Partido Comunista de Cuba (PCC) y Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). “No somos memoria” reúne a artistas de Nicaragua y Cuba, algunos de ellos hijos y nietos de los fundadores del Partido, que hoy producen desde el exilio, desde sus países con miedo o desde la prisión. La exposición, presentada en el Centro Cultural Casa del Tiempo, de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), Ciudad de México, está integrada por 12 artistas que han acudido a sus prácticas como espacio vital de reflexión y activismo ante la represión estatal, de Cuba: Camila Lobón, Juan Sí González, Alejandro Alonso, Reynier Leyva Novo, Julio Llópiz-Casal, Luis Manuel Otero Alcántara, Hamlet Lavastida; y de Nicaragua: Milena García, Félix Carril, Martha Margarita, Tres Colibríes, Alexis del Campo. Las obras son videos, instalaciones, esculturas, fotografías, dibujos, libros de artistas que condensan la experiencia de vida bajo el control total de la relaciones sociales y políticas.

Los artistas de “No somos memoria” proponen prácticas con capacidad destotalizante, es decir, aunque estas prácticas artísticas tienen una clara posición de disenso respecto al Partido Único, sus estrategias no se concentran en describir actos represivos o el terror en sí mismo, sino en desactivar la división necropolítica (Mbembe 2006) de la población entre legítimos e ilegítimos, militantes y disidentes, revolucionarios y contrarrevolucionarios. La anulación de esta división, en la cual se sostiene la legitimidad del Partido Único, es un atrevimiento imperdonable para el Estado y objetivo fundamental de estás prácticas artísticas.

Como parte de “No somos memoria” tuvimos una conversación pública con la artista y activista nicaragüense Madelaine Caracas, exiliada en la Ciudad de México desde el 2021, y con la antropóloga y ensayista cubana Hilda Landrove. Conversamos sobre la complejidades de la producción desde el exilio a partir de la obra de Madelaine Caracas y de la colección de libros de artistas FluXus de la editorial Rialta, coordinada por Carlos A. Aguilera.

Celia Irina González:

¿Cómo una artista y activista comprometida con su contexto específico continúa produciendo desde el exilio?

Madelaine Caracas:

Desde muy pequeña me dediqué al arte. El arte era el mundo en el cual me podía expresar, podía pensar otros mundos posibles, podía cuestionarme mi propio mundo y podía tener estos diálogos diversos sobre el entorno en el cual crecí. En este sentido mi conexión con el arte está atada directamente a mi identidad y mi identidad está atada directamente a ser nicaragüense. Mi obra en Nicaragua iba sobre explorar mi identidad, mi sexualidad, el ser mujer en un país tan pequeño y tan difícil y tan machista.

Y la gente me pregunta: ¿cuándo hiciste ese switch que de ser artista pasaste a ser activista? Para mí está intrínsecamente conectado porque mi obra era una forma de ver el mundo y ante mi realidad no puedo dejar de ser sensible. Me sitúo en un contexto y cuestiono a quienes están en el poder ¿Qué hago yo cuando el arte no es suficiente y siento que tengo que ir a las calles a hacer algo: a gestionar, a organizarme, a encontrar comunidad? Así como tenía comunidad en el arte, encontré que en el activismo también se podía hacer comunidad. También se podía actuar desde otro lado. Entonces, el cambio fue muy natural y de alguna manera lo asocio también a mi trabajo.

Yo antes del 2018, antes de la insurrección de abril, yo hacía performance, la mayoría de mi trabajo en los últimos 5 años lo había dedicado al performance, a poner mi cuerpo frente a un público y exponerme emocionalmente, vulnerablemente, ponerme en la línea. Y luego me tocó poner el cuerpo en una versión de activista, líder estudiantil, porque me tocó hacerlo. Sin embargo, en ese momento yo no lo leí como: esto es una performatividad, un personaje que me tocó hacer…, sino que de alguna manera, ahora que puedo mirar un poco desde lejos el caos, puedo reconocer esos elementos del arte que me han ayudado a resistir y a estar en los espacios y a tener un poco este rol. Entonces, uno un poco estas dos cosas del arte y el exilio y lo que ha pasado con mi identidad, porque también cuando sos forzado a salir del país todas estas cosas vienen en juego. Todas estas cosas se ponen frente a vos como una tormenta que te arrasa fuertemente y que te deja parado en un lugar de incertidumbre. Es volver a empezar de nuevo, es volver a buscarte, es volver a construirte y volver a encontrar un sentido en quién sos ahora y quién sos en este territorio que no es tuyo y al que no estás acostumbrado.

Celia Irina González:

Sobre todo la motivación es muy personal, humana. En la Nicaragua de 2018 te involucras cuando están deteniendo a tus amigos, están asesinando gente en la calle. ¿Cómo empezó ese deseo o esa necesidad de contestar a una realidad política tan compleja y que además te ponía en riesgo?

Madelaine Caracas:

Yo creo que lo que me llevó hasta allí, aparte de lo que me mueve interiormente, que es la necesidad de un cambio, la necesidad de contestar ante las injusticias, ante la violencia, ante el poder, lo que me llevó, lo que hizo un switch, fue dimensionar lo inevitable y lo grande que era la dictadura en la que estábamos viviendo. No sé si todas y todos saben lo que pasó. Las protestas en abril de 2018 iniciaron con una reforma al seguro social que iba a afectar directamente a los pensionados. Días antes el incendio de Indio Maíz había ocurrido. Entonces el país ya estaba en insurrección, con estas reformas se fueron a las calles, se volcaron a las calles para buscar una solución, para demandar al gobierno, demandar al Estado una respuesta ante este incendio y ante estas violaciones a derechos. Y la respuesta fue violencia, represión y un país totalmente indignado, un país que salió a la calles desde jóvenes, niños, adultos. Todo el mundo salió a las calles y en medio de este contexto era imposible no estar involucrado, más allá de si eres activista. Yo en ese momento era estudiante todavía, evidentemente todas esas cosas me movieron a ser parte de esa búsqueda de soluciones, esa búsqueda de una voz y de la salida de ese momento del dictador.

La realidad es la que te mueve; la respuesta creo que es esa: la realidad es la que te mueve. ¿Por qué no me movió desde hacer una pintura y quedarme en el estudio? Porque no era necesaria, porque en algún punto ya se trataba de sobrevivencia, en un punto se trataba de mi vida acá no está segura y si mi vida no está segura, no está segura la vida de mi familia, de mis padres y de mi entorno. ¿Qué va a pasar después? ¿Así es cómo queremos vivir? ¿Es de esta forma que queremos vivir? Entonces, creo que todos de alguna manera, la mayoría de la población nicaragüense, ya no teníamos nada más que perder, en general es la consigna que todos usamos: “perdimos todo”. Ya tenemos un seguro social acabado, no tenemos salud, no tenemos acceso a trabajos digno, el país es uno de los más pobres en el mundo. ¿Qué nos queda? No nos queda nada más que salir a las calles y organizarnos porque no quiero que nadie más hable por mí. Yo ya no quería que nadie más hablara por mí, yo quería ser parte de esas voces que estuvieran demandando un cambio y sabía que la única forma de hacerlo era estando organizada, en ese momento.

Celia Irina González:

Nos quieres comentar un poco sobre los dibujos que estamos viendo.

Madelaine Caracas:

Estas obras las hice en 2018, dos meses antes de que iniciara todo y ese era el camino que estaba explorando. Estaba explorando un poco el tema de la salud mental, el tema de la identidad, estaba explorando mi propio cuerpo y cómo me situaba en el espacio, pero desde una forma un poco visceral y cruda, y esta era la investigación que llevaba. Y en ese momento yo estaba siendo voluntaria de una organización que iba al hospital psico-social, al único psiquiátrico que había en Nicaragua a hacer voluntariado, a ofrecer arteterapia a los pacientes, los usuarios del hospital. Estando ahí, en esa investigación, obviamente vi la decadencia, la forma inhumana, aunque trataban de mantener los pacientes del hospital psiquiátrico de la mejor forma, obviamente miraba que los recursos eran limitados. ¿Cómo esto está directamente conectado al Estado y el robo de las instituciones? ¿Cómo todo está conectado? Ya se venía alimentando en mí esta sensibilidad por preguntarme por qué no estamos haciendo más para cambiar esto. Estás obras iban sobre eso, precisamente sobre todas las consecuencias, cómo el cuerpo somatiza y cómo el cuerpo es el primero que nos da señales de toda esta violencia que vivimos, de todas estas desigualdades, de todas estas frustraciones también personales, y era un poco sobre eso algunas de las pinturas que están ahí.

Esto fue de la exposición de Costa Rica, la exposición se llamaba “Aleteo forzoso”. Era este vuelo que tuve que emprender forzosamente por el exilio. Este es un cuadro que no pretendía ser realista, es una reproducción de un cuadro que había en mi casa, en Nicaragua. En mi casa teníamos este cuadro de cuando yo era bebé, es el único retrato que tenemos familiar y éramos mi papá, mi hermano, mi mamá y yo. Y mi idea era reconstruir este retrato desde la memoria, cómo recordaba este retrato que era lo único que quedaba en mi casa y que ni siquiera sé dónde está ahora, porque mi casa tuvo que ser vendida por el asedio, por la violencia, porque entre 2018 y 2019 llegaban paramilitares a disparar a mi casa y mi familia estaba en riesgo y tuvo que salir. Este cuadro quedó ahí a la deriva y nunca supe más de él. Y mi objetivo era volver a reinterpretárlo desde ese horror y esa vulnerabilidad. Parte de ese proceso fue arrancarme de la foto, porque soy la única de mi familia que está exiliada. Y de ahí mi papá, mi mamá y mi hermano están en Nicaragua y, bueno, mi papá recientemente falleció y no pude despedirme de él por la situación. Entonces, creo que eso hace este cuadro mucho más difícil. Y el cuadro siguiente es el lienzo arrancado en un espacio vacío y desolado. Y es las dos caras de esto, de cómo para mí se siente ese exilio, cómo para mí se siente ser arrancada del lugar de donde nací, de dónde vine. Este es un poco el proceso que llevaba y estos cuadros todavía están en Costa Rica.

Celia Irina González:

Muchas gracias Madeleine por compartir con nosotros estas obras tan difíciles y a la vez tan reveladoras a la hora de pensar la relación entre historia de vida, exilio y práctica artística. La experiencia de Madeleine en los últimos años ha estado muy conectada con los proyectos de artistas cubanos publicados por la colección FluXus. Esta tarde tenemos el gusto de contar con varios ejemplares de esta importante colección, los podemos pasar entre el público, hojearlos y seguir pensando en los dilemas de la producción en el exilio y en la relación entre arte y activismo.

Estaba pensando mientras Madelaine hablaba en el libro dedicado a Ángel Delgado, una de las historias ya míticas dentro del arte cubano, porque es un artista que estuvo preso seis meses por hacer un performance en 1990 durante la inauguración del Objeto Esculturado en el Centro de Desarrollo de las Artes Visuales (CDAV). En el libro Si la memoria no me falla, Ángel Delgado recopila las obras que hizo mientras estuvo preso. Entonces, si quieren pasarlo para que lo revisen. El libro de Ángel Delgado tiene dibujos encriptados, una manera de escritura que él creó en la prisión para testimoniar su experiencia, además de cartas y textos.

©Ángel Delgado, ‘Si la memoria no me falla’, Col. FluXus, Rialta, 2023

También pensaba en este otro libro de Ezequiel Suarez titulado Ladas, la marca de carros soviéticos que se usa en Cuba desde los 70, es una colección de autos marca Lada, un collage, todo el libro está lleno de fotos de estos carros. Ezequiel los pegó sobre rostros de miembros del partido comunista. El artista encontró ese libro con fichas de miembros del PCC en la basura, lo recogió y empezó a hacer estos collages. Los ladas son muy simbólicos porque son los que usa la policía política para vigilar  a la disidencia en Cuba.

La colección está compuesta por 18 libros y, al menos, los que tenemos aquí, son sobre artistas cubanos que están fuera del país y que de alguna manera están hablando de esa experiencia de hacer obras fuera, al mismo tiempo que regresan a experiencias de vida en Cuba de las que no pueden escapar, incluso 30 años después.

Para seguir la reflexión sobre la producción en el exilio y los dilemas que ello conlleva me gustaría conversar con Hilda Landrove sobre estas publicaciones.

Hilda Landrove:

Primero sumarme al agradecimiento a Madelaine Caracas también porque sé que es difícil compartir estás experiencias. Este es el tipo de cosa que cuando las escuchamos tragamos en seco. Esta perspectiva de estar fuera de la familia es de las imágenes más desgarradoras y que a la vez ayuda a pensar qué significa el exilio.

Algo que destacó cuando planeábamos cómo conducir esta conversación es el hecho concreto de que la mayoría de los artistas, todos los cubanos de la exposición y algunos de los nicaragüenses, están en el exilio. Esto no tiene demasiada explicación, es simplemente que en el momento en que haces una obra crítica en este tipo de regímenes el exilio es la primera vía que aparece ante la persecusión. Las otras pueden ser la cárcel, el asesinato o el insilio, que es una forma de exilio. Este es el destino inevitable. Y en la colección FluXus la obra más antigua es la de Ángel Delgado, y luego hay obras de artistas más recientes, pero la obra de Ángel Delgado es de principios de los 90. Estamos hablando de más de 30 años durante los cuales la obra cambia, los artistas cambian, sin embargo, estos procesos de contestación y represión estatal continúan. Los artistas siguen produciendo obras que, aunque en principio no sean contestatarias, solo por estar situadas fuera de los espacios previstos por el poder, quedan estigmatizadas y eventualmente perseguidas y, por supuesto, al final de eso está el exilio.

Y aquí uno pensaría que hay una acumulación de memoria a partir de la experiencia de varias generaciones en el exilio. Sin embargo, pasa lo contrario, lo que hay es una acumulación de desmemoria. Porque se trata de regímenes que intentan impedir la acumulación de conocimiento y de que ese conocimiento que se pudiera ir produciendo llegue a cuajar en algo que pueda ser la elaboración más pragmática del descontento. La idea es que si un artista se nos va de las manos y puede atreverse a hacer estas cosas en la cárcel o esta que tiene Celia en la mano que son imágenes de Mazorra, el centro psiquiátrico en Cuba, ese artista debe ser aislado y estigmatizado.

Celia Irina González:

A mí me llamó la atención porque nunca había escuchado el nombre de Damaris Betancourt hasta que Carlos A. Aguilera y FluXus la rescatan. Y es una artista que a los 22 años se va a Suiza y regresa a Cuba a hacer fotografía como periodista pero no la dejan por ser de origen cubano. Entonces, logra ir a Mazorra, que es el psiquiátrico más famoso del país, y durante 10 días hace fotos dentro de esa institución. Y este libro de Fluxus es la documentación fotográfica. También es muy importante leer el texto introductorio escrito por la autora, donde explica cómo le estaban presentando la cara conveniente de Mazorra y no le estaban enseñando los lugares dónde ella sabía que pasaban las cosas más terribles, como los electroshocks. Se presume, porque información comprobable no tendremos, que la disidencia también termina en estas salas de visita prohibida de Mazorra para ser torturados, como le pasó al cineasta Nicolás Guillén-Landrián, apartado de la historia del cine.

La colección FluXus también ha sido una oportunidad para conectar con artistas que ni sabíamos que estaban produciendo como Yali Romagoza, por ejemplo, que hace este proyecto Cuquita. La muñeca cubana, sobre la presencia de la mujer latina en Nueva York. Es una figura que Hilda Landrove no conocía porque salió de Cuba hace mucho tiempo. Entonces, hay unas desconexiones a pesar de que son dos mujeres interesadas en el feminismo y en los relatos nacionales. Es interesante cómo el Estado logra desmembrar escenas tan pequeñas, de un país tan chiquito como el cubano, que tiene poca gente dedicada a estos temas y es sintomático que no nos conozcamos. Proyectos como estos se agradecen mucho porque Carlos A. Aguilera y Carlos Aníbal [director de la editorial Rialta] se han dado a la tarea de sistematizar estos proyectos muchas veces aislados. Además, no son catálogos, sino libros que se dedican a un único proyecto y profundizan mucho sobre ideas específicas.

©Yali Romagoza, ‘Cuquita, la muñeca cubana’, Col. FluXus, Rialta, 2022

Hilda Landrove:

Me parece revelador que estos artistas vivan en el exilio para pensar cómo esto tiene que ver con la condición totalitaria. Cómo está conectado con este imperativo del que hablaba Madelaine Caracas sobre su propia experiencia: “ya yo hice el performance pero el momento ahora es salir a la calle”. Esa barrera entre arte y activismo, incluso teóricamente, no tiene mucho sentido a partir de un punto determinado y eso hace, en estos momentos, que el arte se convierta en una fuerza movilizativa. No solo porque está movilizando ideas, imaginarios, tratando de deconstruir ciertos lugares comunes, sino porque en un momento los artistas se ven, ahora es a la calle.

A mí me parece muy revelador el hecho de que cuando esos artistas tienen que ir al exilio su proceso de integración a esa otra sociedad es, por supuesto, traumático. Yo creo que está muy marcado por el hecho de que siguen pensando y siguen trabajando y siguen produciendo obras sobre el país que dejaron. Muchos de los proyectos que estamos viendo en las publicaciones de Fluxus son de artistas que llevan 20 años afuera y sus obras siguen siendo fundamentalmente sobre Cuba.

Juan Sí González, artista cubano que participa en la exposición, en la inauguración hablaba de su experiencia en el exilio por más de 30 años. Él llegó a un lugar donde hay otros problemas y donde hay otras discusiones y hace otras obras, pero de todas maneras tiene una serie en la cual va buscando a Cuba por el territorio estadounidense: “Looking for Cuba inside”, que es parte de “No somos memoria”. No hay del todo ese traspaso a vivir completamente en esa otra realidad y esto es interesante porque habla de la situación humana de esos artistas que son forzados al exilio. A la vez creo que también destaca que solo estando fuera es completamente posible hablar de eso que es abandonado. Porque esas obras producidas desde dentro del país de origen son obras que están tratando de ser suprimidas, una obra que trata de ser desconectada, censurada. Sin embargo, la censura es solo la cara más visible, el hecho de enviar a una generación de artistas al exilio es un acto de censura, pero sobre todo, es un acto de producción estatal de la desmemoria.

Por ejemplo, con el dúo Celia-Yunior…; es muy interesante lo que producen a principios de los 2000 y esa generación no conocía lo que muchos artistas cubanos estuvieron haciendo a finales de los 80, porque fueron exiliados a principios de los 90. Si estás en un país donde estas producciones no son publicadas y [sus obras] no están en ningún lugar de acceso público, y además los protagonistas de eso están en el exilio, obviamente ahí se rompe algo. Entonces, en Cuba se acude a la repetición desinformada: vamos a inventarlo de nuevo, el 2010 de nuevo, el 2020 de nuevo. Por suerte eso ya se ha ido rompiendo, se ha roto de manera muy radical. Sin embargo, los artistas casi nunca llegan a esa colaboración plena, menos desde una condición de exilio, no sólo porque su raíz está en Cuba, en Nicaragua o en Venezuela, sino porque no ha podido completar esa exploración sobre su propia comunidad. Esa es una situación que llama a seguir trabajando para crear redes. Creo que esto es algo bastante común. En la colección Fluxus solo uno o dos artistas llegan a trabajar sobre ese espacio intermedio de estar lejos de un lugar y llegar a otro. La mayoría siguen siendo trabajos sobre Cuba.

Celia Irina González:

México se convierte otra vez en un espacio que nos recibe a muchos, ya es como una tradición mexicana recibir gente, y se convierte en una oportunidad para crear esas redes que se han roto en nuestros propios países. Y esta charla, por ejemplo, para mí ha sido muy importante, porque no conocía a nadie de Nicaragua hace unos años y decía: tiene que estar pasando algo parecido. Me parece muy importante no sólo conectar con artistas cubanos de otras generaciones que no conocía, como Damaris Betancourt o Juan Sí González, sino también con artistas de otros países de la región como Madelaine Caracas, que es mucho más joven. Me lancé a incluir a Nicaragua en esta exposición para entenderla como espejo, no para compararnos, sino para establecer un diálogo. Ahora, conectar y hacer esas redes es fundamental, es lo que el Estado nicaragüense y el Estado cubano insiste en que no hagamos porque somos peligrosos unidos y pensando. Pues, esta charla y esta exposición ha sido una oportunidad para hacer comunidad y se agradece mucho que México sea un espacio que posibilite estas plataformas.

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[Charla I: ‘No somos memoria. Arte contemporáneo de Cuba y Nicaragua’]