Enrique del Risco: Marcia Leiseca, entre el cuerpo y el alma

Autores | Memoria | 11 de junio de 2025
©De izquierda a derecha: Roberto Fernández Retamar, Adelaida de Juan, Mario Benedetti, Luz López Alegre, Lisandro Otero y Marcia Leiseca / Imagen: Casa de Las Américas

Después de cuatro décadas expresidenta del Consejo Nacional de las Artes Plásticas Marcia Leiseca revisita la plástica de los 80 –y lo hace en el blog del inefable Silvio Rodríguez— para no agregar mucho más a lo dicho antes. O más bien para repetir más o menos lo que se dice siempre. Que el auge artístico de aquellos años fue «resultado de una política oficial» y que su aplastamiento se debió a la acción de funcionarios intermedios. Una aclaración: en la Cuba de Fidel, de Raúl Castro para abajo todos eran funcionarios intermedios, culpables de los desaguisados del pasado. Luego estos son “renovados” para dejar a salvo la responsabilidad de los únicos funcionarios que importan: ese atajo de perfecciones que son los hermanitos Castro.  

En este caso el funcionario intermedio sería el recién fallecido Carlos Aldana, a quien desde su defenestración en 1992 hace muy fácil culparlo de todo lo ocurrido en sus (breves) años de gloria. Aldana: un funcionario intermedio, desechable, aunque fuera el tercero en la nomenclatura oficial del partido en su condición de jefe del Departamento de Orientación Revolucionaria. Debe aclararse que en Cuba, excepto la cúpula –entonces de dos y ahora de uno–, del tercero en la nomenclatura al último de los presidentes de CDR todos son funcionarios intermedios si de repartir culpas se trata. Como si hubieran alcanzado ese puesto únicamente por mérito propio para ser destituidos por mérito de la cúpula bifronte.

La Leiseca dice del difunto por partida doble que «Aldana mantenía en comparecencias e intervenciones públicas un discurso de apertura y de cambios. Pero, como reza la Biblia, ‘por sus obras los conoceréis’. El quehacer de Aldana se caracterizó por la sucesión de incidentes penosos, censuras, ausencia de comunicación y desacuerdos insolubles». De Fidel Castro, en cambio Leiseca selecciona, entre tanto llamado a la inquisición «revolucionaria», frases tan anómalas en su boca como lo que le dijo a un periodista francés de que «nuestro problema no era con el arte abstracto sino con el imperialismo» o lo que declaró frente a artistas igualmente extranjeros en 1968: «no puede haber nada más antimarxista que el dogma». El comandante era todo un heterodoxo cuando se trataba de atender a la visita.

La Leiseca, detallada en ciertos aspectos de su versión de la plástica de los ochenta, es extremadamente chapucera en otros. Como cuando al referirse a los performances del grupo Art-De de Juan-Sí en el parque de G y 23 afirma que se trataba de «una especie de feria organizada en la avenida G y 23 por la Dirección Provincial de Cultura». A Arte Calle solo se refiere por su nombre en relación a un par de acciones que tuvieron lugar en el Museo de Bellas Artes lo que haría preguntarse a un neófito sobre lo poco adecuado del nombre del grupo. La que luego fuera vicepresidenta de Casa de las Américas consigue además la acrobacia de pasar de los 80 a «unos ‘noventa’ muy frescos y bien plantados» sin aludir a la famosa exposición El objeto esculturado de mayo de 1990 que terminó con el artista Angel Delgado condenado a seis meses de prisión que no le debieron parecer especialmente frescos ni bien plantados.

Hay algo de atrevimiento dentro de los cánones de la Leiseca, sin embargo, cuando al final de su escrito afirma: «La injerencia dogmática del Partido provocó el fin de aquel movimiento artístico y, como imperdonable desenlace, el lacerante éxodo y la dispersión de esa admirable y singular generación». Puede imaginarse uno el sudor frío que le costó parir esa frase, sopesar cada una de sus palabras. Sobre todo «dogmática» y «partido». Pero, se justificará ella cuando vayan a pedirle cuentas, siempre queda a salvo la máxima dirigencia. Porque si dice “dogmática” ya antes había apuntado que el líder supremo afirmaba despreciar el dogma. Y si dice “partido” ya uno deberá imaginar que este viene a ocupar el lugar de los funcionarios intermedios. Se sacrifican las partes para salvar el todo, como mismo un barco semihundido es aligerado de lastre. Una táctica que no por manoseada parece gastarse.

Como ahora con Etecsa –en el propio blog de Silvio Rodríguez donde aparece el texto de Leiseca se ha lanzado una pequeña ofensiva táctica contra la telefónica estatal– la funcionaria eterna la emprende contra el partido-cadena para dejar a salvo al Mono en Jefe. Al partido se le critica, pero la memoria del Hombre es inmortal e impoluta, incluso si hay que contradecir una de sus consignas más conocidas. Todo para dejar a salvo la bondad natural del sistema donde pese a contar con tan preclaro líder «durante tres décadas, 1960-1989, el pensamiento dogmático apareció cíclicamente» obra de quienes ahora estarán tronados, muertos o en Miami, que es como decir que su traición final ya estaba inscrita en su dogmatismo de antaño. Dogmatismo cíclico, que no es lo mismo que decir esencial, porque la esencia era seguirle el paso al Máximo Líder, algo humanamente imposible como sabemos, ante lo cual no quedaba más remedio que rebelarse, irse o sentarse a descansar detrás de un buró a esperar la próxima orientación.

Ese es el último consuelo de los fidelistas –y la Leiseca, pese a que fue destituida «por el tratamiento no convencional de la imagen de Fidel Castro» en una de las exposiciones del Castillo de la Fuerza, sigue siendo fidelista de tomo y lomo: entregar el vacío de la crítica puntual para que no falte el lleno de la narrativa «revolucionaria», parafraseando aquella vieja consigna del reciclaje cederista. La quimera fidelista queda como buena solo que la maldita burocracia intermedia sigue siendo incapaz de aplicarla. La estrategia –de salvar la esencia de la Revolución– es vieja solo que ahora van quedando menos consuelo y menos fidelistas, aunque siempre demasiados para el gusto de alguien sensato. Ya hace unos cuantos siglos nos advirtió Newton del poder de la inercia sobre los cuerpos pero le faltó decir que algo parecido ocurría con las almas.