Jaime Sarusky: Antonia Eiriz [Bohemia, 1981]

Un día de septiembre de 1972 empezaron a aparecer como por encanto en los CDR las figuras más insólitas elaboradas con papier-maché: jirafas multicolores, platos, músicos populares, gallos de crestas encendidas, máscaras con expresiones burlonas y benévolas. Era todo un mundo desbordante de imaginación y fantasía a través del cual expresaba el cubano el ámbito inmediato o portentoso de sus sueños y querencias.
A partir de ahí el papier-maché contagió a cientos y miles de amas de casa, niños y jóvenes, ancianos jubilados y no pocos trabajadores de la ciudad y del campo. En cualquier casa de la cuadra, en el CDR, veíamos a cinco, diez, quince personas sentadas o de pie alrededor de una mesa, absortos, haciendo sus figuras o pintándolas con los colores y formas más insospechados. Me atrevería a decir que de aquella furia creadora salieron cientos de miles, por no decir millones, de piezas que hoy embellecen hogares, escuelas, museos, galerías, en todo el país.
Todo eso tuvo, claro está, su comienzo y si alguien merece que se le “achaque” haber desatado tan hermosa como edificante fiebre creadora de belleza y, además, de respeto y acercamiento al trabajo artístico, esa es Antonia Eiriz.
Pero si algún día a usted se la ocurre visitarla en su casa, modesta pero sumamente acogedora y grata, no pregunte en el barrio, el Reparto Juanelo, próximo a la Virgen del Camino, por Antonia porque nadie sabrá darle razón de ella. Pero si usted pregunta en cualquier parte de Juanelo simplemente: ¿Dónde vive Ñiquita?, inmediatamente encontrará quien lo conduzca, le indique o lo oriente hacia la casa de Antonia Eiriz.
Una casa que difícilmente usted verá desde la calle porque las matas de guanábanas y plátanos, los limoneros y el naranjo agrio y otros verdes que dan sombra y sosiego se le interpondrán inevitables.
Mas, cuando se abre la puertecita de hierro y avance por el sendero entre marpacíficos y otras flores, la casa con un zaguán que es también terraza, y el patiecito cementado cubierto de matas colgando o en el piso en sus macetas, se descubrirán de repente y poco a poco, cuando usted intenta conocer el secreto de por qué es tan grande el sitio a donde ha llegado.
Allí, en ese rincón de Juanelo, nació ella un primeo de abril. El padre, oriundo de Chantada, Galicia, tiraba carga en un carretón en los muelles mientras la madre se hacía cargo del hogar y de los cinco hijos – cuatro hembras y un varón – que la antecedieron.
Estudió en la escuela pública del barrio. Luego, hasta el octavo grado. Las hermanas eran bordadoras y ella las seguiría bordando ropa de niños para la calle. Y con voz suave pero intencionada dice: – ¡100 años de máquina Singer!
Pero ella quería ser diseñadora de modas. Ni siquiera se le había ocurrido ser pintora. Su profesora de corte y costura hacía trabajos “con dibujos muy bonitos” y Ñica se preguntaba si podría hacerlos tan bien hechos.

Durante cerca de dos años estudió en una escuela de diseño comercial gracias a que las cuatro hermanas mayores decidieron sufragar los gastos. Sin embargo, allí aprendió muy poco. Y buscando la escuela de diseño ingresó en San Alejandro.
– La vida –dice ella– es un amontonamiento de cosas y cuando buscas esto te encuentros aquello.
En 1954 nace su hijo, termina San Alejandro y expone unos dibujos. Su pintura se da a conocer a partir del triunfo revolucionario. Le aconsejan que pinte porque sobre todo ella era pintura.
Participó en varias exposiciones colectivas y en tres personales, tanto en Cuba como en el extranjero Algunos de sus cuadros se exponen en galerías en el exterior y en colecciones privadas.
Todavía se ríe cada vez que recuerda que a partir de 1959, además de pintar, empezó a trabajar en el entonces Ministerio de Obras Públicas como secretaria porque ella se consideraba capaz de hacer muchas cosas menos eso: ser secretaria. Efectivamente, al poco tiempo la trasladaron de puesto de trabajo y ejerció como Técnica.
Después, empezó a impartir clases de pintura en la recién estrenada Escuela Nacional de Arte. En esa época pintaba lo que podía y como podía: a retazos.
Al fallecer la madre en 1968 deja de pintar y se tiene que hacer cargo de todos los menesteres hogareño y familiares, aunque continúa ejerciendo como profesora en la ENA.
Pero en 1972 empieza a trabajar con el papier-maché.
Ella suelta una frase como al descuido:
– Yo vivo sin pintar magníficamente bien.
No hay por qué dudar de que es así realmente, si toda la labor que ha realizado en la enseñanza de la creación y la técnica con el papier-maché es una forma muy sui géneris, pero a la vez plena de compensaciones, que le permiten ir realizando aspiraciones muy profundas y personales de artista a través de los demás, de cientos y miles que de un modo u otro han aprendido directa o indirectamente de ella.
Le pregunto cómo se le ocurrió empezar a enseñar, a hacer figuras con papier-maché, pero todavía demoraría un poco en responder porque la conversación está plagada de paréntesis, de incidentales, de revelaciones inesperadas. Antes de sentarse a contestar va a la cocina y en un dos por tres se aparece con una deliciosa champola de guanábana. Y en medio de ese paréntesis nos habla de los cursos que dio en los primeros años de a Revolución a los instructores de artesanía en la técnica del entintado de telas y vestidos, técnica en la que los colores se reservan con amarres, se reserva la línea en la tela. Y nos muestra los resultados en unas diapositivas en colores tomadas no hace mucho y en la que aparecen telas con bellísimos diseños en diferentes colores; técnica que es muy utilizada en África, aunque para ella es un método oriental: hindú o chimo o japonés.
Lo del papier-maché ocurrió de repente, espontáneamente, porque en la cuadra estaban haciendo un trabajo para celebrar la festividad de un aniversario de la creación de los CDR.
– Y se me ocurrió –explica– hacer unos títeres de papier-maché y los hicimos con la gente de la cuadra.
A partir de ese momento se desencadenó la pasión del papier-maché; se impartieron cursos en otros CDR; se expusieron las piezas aquí y allá hasta llegar incluso a las zonas rurales. Con María Rosa Almendros visitó varias comunidades, pueblos nuevos, cooperativas. Se multiplicaron los cursos e instructores de arte y activistas.
– Empecé con los niños –explica Antonia– pero me di cuenta que a los padres no les interesaba. Entonces decidí ir a las casas a dar clases para que los padres también participaran y al hacerlo entendieran, y al entenderlo se dieran cuenta de su importancia, de todo el valor que encierra el acto mismo de crear, de moldear con las manos un objeto hermoso. Para mí lo más importante era poder enseñar, lo que tiene de aleccionador la parte educativa.
Recuerda y nos cuenta la experiencia vivida en la comunidad de Jibacoa. Los vecinos también se “enviciaron” con el papier-maché. Se sentaban a crear objetos, figuras, animales y allí permanecían horas y horas concentrados en su creación. El resultado fue que hicieron una magnífica exposición en la escuela de la comunidad. Y ocurrió que a partir de ahí cualquier iniciativa que se les propusiera a los que ya habían experimentado con el papier-maché, iniciativas de carácter artístico o cultural, inmediatamente respondían con la mejor disposición a participar. Y subraya Antonia:
Todos los que participaron en los cursos tienen después una actitud muy receptiva ante el arte, ante la creación. En esas clases de papier-maché he aprendido más de lo que he enseñado.
– ¿Por qué?
– Porque a medida que fueron avanzando los cursos me di cuenta de las necesidades y entonces organicé el curso de una manera didáctica, adaptándome a la experiencia que me fuera dando la gente. Al principio explicaba cómo se hace la figura, cómo decorar la pieza. Con los niños no había problemas, pero en los adultos ya era otra cosa, no tenían ningún aprendizaje, eran inhibidos, le tenían miedo a hacer el ridículo. Entonces según lo que yo había visto les daba una clase de decoración pero de una forma muy sencilla. Les decía que con un punto, una rayita, podían hacer lo que quisieran. Les expliqué como se organizan esos elementos: puntos, rayas, etc. y así se iban construyendo una cenefa decorativa, por ejemplo, y de ese modo veían que yo no había hecho nada que ellos no pudieran hacer. Después cuando se trataba de figuras humanas, se daban cuenta que no era nada difícil dibujar los ojos, la boca, la nariz. Todavía recuerdo la expresión de asombro de una compañera que seguía uno de los cursos. Al ver que al mezclar el color azul con bijol producía el verde, exclamó: – ¡Ay, como usted pudo hacer ese verde, profe!
De la formidable experiencia del papier-maché, tal vez, una de las que desde el punto de vista cultural ha contado con una participación popular más masiva, se hizo el conocido documental dirigido por Oscar Valdés, Arte del pueblo, documental que ha obtenido para el cine cubano varios premios en festivales internacionales. Pero, además, me explica Antonia, ya han salido tres buenos pintores aficionados que después de los conocimientos adquiridos decorando con vivos colores las figuras, empezaron a pintar. Con los títeres ya sean montado ocho obras de teatro por los niños; se han organizado exhibiciones de moda –incluso en su propio CDR– con piezas de papier-maché con collares, pulsos, carteras, sombreros, cinturones, aretes, prendedores, sortijas y hasta abanicos.
Actualmente Antonia Eiriz le imparte un curso de papier-maché a los instructores de arte que luego, a su vez, se encargarán de enseñarlo a lo largo y ancho del país. Es como si los frutos siguieran siempre floreciendo y multiplicándose. No sé por qué imagino que en lo más íntimo, aunque ría y parezca que no toma en serio esos halagos, ella se siente muy satisfecha al ver lo que ella desató una vez, quizás sin prever los formidables resultados del humilde proyecto, hoy hermosa, emocionante realidad que se extiende por todo el país.
Tal vez, uno de los aspectos más importantes que ve en esta sorprendente aventura del arte adoptado masivamente por buena parte del pueblo ella lo sintetiza en estas palabras:
– Los que participan empiezan a ver, a observar, a darse cuenta, hasta descubren cosas nuevas en el mundo que los rodea. Y realmente es importante, porque creo que el trabajo creador es una de las fuerzas que liberan al ser humano.
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Publicación fuente ‘Bohemia’, Año 73, No. 30, 24 de Julio de 1981. Sección ‘¿Quién es usted?’.
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