Juan Carlos Figueroa: Entrevista a Maykel Rafael Paneque / ‘La censura es una demostración de debilidad aunque se ejerza desde una posición de fuerza’

Reanudando la conversación anterior, me gustaría hablar sobre su novela Viendo arder la nieve, Premio Fundación Ciudad de Matanzas 2021, que tuvo su versión impresa y hace meses circula digital por Cubaliteraria…
¿Cómo recibe esa noticia?
Con mucha alegría y esperanzas. La ventaja del libro digital es el enorme alcance mayoritario que puede lograr. Reduce el desplazamiento. El lector ya no necesita ir a una librería, puede descargar un libro sin moverse de la casa. Si a eso agregas que puedes descargar el libro gratis, como es el caso de Cubaliteraria, mi alegría es total.
A pesar de las diferencias en su estructura, veo puntos de coincidencias entre Viendo arder la nieve y La máquina difamatoria, Premio Franz Kafka de Novela 2023, publicada por Ediciones inCUBAdora ese mismo año.
Sí, en ambas están presentes, digamos, la paranoia, el encierro, la violencia… sobre todo el encierro. Un encierro siempre opresivo, desgarrador, esquizofrénico. Narrar ese encierro es un gran desafío. Parafraseando a Piglia, para mí un autor fundamental, cómo narrar el encierro insular cubano y no simplemente informar sobre él? Un desafío enorme sobre todo si trato de no escribir el mismo libro aunque recurra al mismo tema una y otra vez.
¿No teme ser censurado en la Cuba de hoy por abordar ese encierro insular tan lleno de pesadillas?
No.
¿De verdad?
Sí, no temo ser censurado. ¿Por qué lo sería? ¿Por narrar el ahogo y desahogo de los miembros de una familia cubana? Una familia disfuncional, es verdad, llena de traumas y vacíos, de angustias y ansiedades, pero que hace de la pobreza insular algo irradiante: soñar utopías, otras vidas posibles, aunque la realidad amenace constantemente con fracturar esos sueños.
Por otro lado, ¿cómo controlas un archivo digital? Puedes eliminarlo de un sitio de descargas, pero, ¿cómo impides que circule, que llegue a futuros lectores? Es demasiado estúpido, para no decir ingenuo, creer que en esta era digital censurar un libro equivaldría a eliminarlo por completo, a convertirlo en pulpa. Estoy pensando en Lenguaje de mudos, de Delfín Prats, a quien, por cierto, le rindo homenaje en La máquina difamatoria.
Hay un fragmento en La máquina difamatoria sobre un poeta calumniado donde un censor le dice a otros dos: “Ojo con ese hurón cegato, Ávila. Usted también, Mirta. No olviden que esos escritorzuelos cuando dicen una cosa siempre están insinuando otra”.
¿Me pregunta si puedo ser ese escritorzuelo? Sí, me identifico con él. Brecht enseña mucho de eso en su ensayo «Cinco dificultades para escribir la verdad».
Supongamos que una de las descargas de Viendo arder la nieve cayera en manos nada benévolas y el veredicto sea retirar el archivo del sitio web.
La censura es una demostración de debilidad aunque se ejerza desde una posición de fuerza. La censura proyecta miedo, inseguridad. Proyecta el temor de que un gesto puede agrietar o crear fisuras en algo que se considera inexpugnable. No creo que muestren esa debilidad, ese temor conmigo. No soy un objetivo incómodo, ni siquiera soy un objetivo para ellos, los censores.
He visto en las redes una promoción constante de la Editorial Matanzas sobre Viendo la nieve arder y también de La máquina difamatoria por Carlos. A. Aguilera, director de InCUBAdora.
Ediciones Matanzas, para suerte de los autores que integran su catálogo, es una editorial que no se conforma con publicar el libro. Ha visibilizado mi novela y es algo que agradezco enormemente. Su equipo es muy valiente y eso dice mucho. No imagino a otra editorial cubana publicando esa novela. Por eso la mandé al concurso, era la única posibilidad real que veía de publicarla en Cuba. Son escritores y artistas que no se asustan, se arriesgan y apuestan, y eso es muy importante para un autor si aborda, digamos, temas que puedan resultar incómodos. Les tengo mucha admiración. La literatura, trabajar en ella, con ella y para ella, no es para cobardes.
Y de La máquina difamatoria, ¿qué decirte? No existiría sin Carlos A. Aguilera. Así de simple. Su empeño en la factura del libro, una factura muy hermosa con esa portada impresionante de Jorge Pantoja Amengual, las acertadas palabras de contracubierta de Carlos, y todo ese despliegue para darla a conocer tanto en formato físico como digital es muy emotivo para mí. Que haya dedicado parte su tiempo a promoverla es muy significativo, es una generosidad que siempre voy a tener presente.
La máquina difamatoria y Viendo la nieve arder sitúan a los personajes en el encierro, en un lugar de donde no pueden escapar salvo mentalmente. A veces tengo la impresión que los personajes viven en un manicomio. Cuba sería eso para usted, ¿un manicomio?
Estamos de acuerdo, creo, en que Cuba es algo más que un manicomio, ¿no? Nunca me ha interesado definir al país. Si este se va, digamos, definiendo o desdibujando a través de los personajes, es otra cuestión. Lo que me interesa es la rebeldía, la inconformidad, el valor de tomar decisiones y asumir las consecuencias. Me interesan los personajes que se rebelan, que creen que la vida no está marcada por el destino o los dioses, sino por las decisiones que ellos son capaces de tomar y llevarlas hasta sus últimas consecuencias. Es algo que aprendí con la dramaturgia de Ibsen y sus mujeres memorables.
Viendo arder la nieve se publicó por Ediciones Matanzas en 2022. Las palabras de contracubierta dicen: “[…] En medio de un ambiente onírico, alucinante y pesadillesco, transcurre en esta obra la existencia de una familia disfuncional que, en un contexto disfuncional, lucha por salir adelante…”
Sí, son palabras del editor del libro, Norge Céspedes. Me dijo que la novela, por su ambiente onírico, le recordaba a Celestino antes del alba, de Reinaldo Arenas. Algo que vi como un elogio, por supuesto. Viendo la nieve arder es mi libro más cubano, con muchas referencias a la literatura nacional y a un contexto muy específico. La estructura, por ejemplo, es un guiño a La noche de los asesinos de José Triana. En cada capítulo los personajes se “resetean”, como bien dice Norge, y asumen otras vidas que hagan más llevadera una existencia marcada por el encierro y las penurias. En ese sentido, veo la actitud de los personajes como algo esperanzador porque sitúan su existencia en el fututo, un futuro que debe ser diferente a la asfixia del presente. Quizás por eso Laura vive obsesionada con una idea, y esa idea le hace decir: “mi guerra tiene un nombre”, una alusión directa al libro La guerra tuvo seis nombres, del Chino Heras, a quien dedico la novela.
Sí, me ha hecho recordar una escena en la que Laura prefiere que la ayuden a abortar porque su hijo no merece vivir en el encierro: “Él no puede nacer. No debe salir a la vida respirando este encierro al que estamos condenadas. Me niego a que crezca rodeado de esta alambrada que nos mantiene hacinados. No puedo permitirme la humillación de verlo vigilado por esos malditos centinelas. ¡Por Dios, es un niño! Debe respirar, correr, jugar, crecer al aire libre. ¡Ver la nieve! No puede llegar a hombre pidiendo permisos y más permisos inútiles para soñar. Debo negarme a dar vida a alguien que repetirá mi suerte”. Este parlamento y otros me dieron la sensación de que a veces leía una obra de teatro.
Quizá porque la base de la novela es una obra de teatro. De hecho, la obra de teatro está dentro de la novela, desperdigada pero está completa. Cuando escribía Cámara lenta (que además ganó el premio Fundación de Matanzas del 2012, y para mi sorpresa la montó la Compañía de Teatro Rita Montaner) desechaba mucho material que no se ajustaba a la obra de teatro, pero pensaba al mismo tiempo que podía utilizar ese desecho en otro libro. Ese es el origen de la novela, allá por el año 2010, cuando asistía a un Seminario de Dramaturgia memorable con los profesores Gerardo Fulleda, Fernando Quiñones, Osvaldo Cano y Habey Echevarría. Una experiencia que me marcó y mucho.
La novela tiene un exergo de un tal Benji: “Todos estaban fuera del espejo. Solo el fuego estaba adentro como si el fuego tuviese una puerta”.
Ese tal Benji es el deficiente mental de la novela El ruido y la furia, de Faulkner. Porque eso deseaba que fuera Viendo arder la nieve: ruido y furia. Pasé mucho trabajo en encontrar el tono. La reescribí varias veces desde el punto de vista de los personajes pero no me convencía el resultado. Necesitaba a alguien más distante, alguien que ni siquiera entendiera qué estaba viendo y contando. Y cuando releía a Faulkner me di cuenta que un personaje así me serviría para narrar la novela. Claro, mi personaje Juanito no narra toda la novela, se van intercalando los diálogos y pensamientos de otros personajes como en una obra de teatro.
Hay otro personaje, Alfonso, que aparece constantemente con una soga y desea ahorcar a alguien: “Necesito un mártir, disfrutar la caída de alguien que se creyó un héroe, un país, la totalidad de un reino”.
Me aterran las frases fuera de su contexto. ¿Qué más puedo decir? En todo caso, el deseo de ahorcar a alguien creo que ha estado siempre presente en el ser humano, ¿no? Como diría Aguilera en sus palabras de contracubierta de La máquina difamatoria: “más que un libro sobre un país, es un libro sobre lo que podríamos clasificar como «subjetividades en desgracia»”. Todo un acierto que no solo define a los personajes de La máquina difamatoria, también a los personajes de Viendo la nieve arder.
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