Ahmel Echevarría: La lengua y el imaginario de un apátrida / Entre la fricción y el tartamudeo —la voluntad de hacerse traducible—

Autores | Dokumentxs | 10 de septiembre de 2025
©Ahmel y Cirenaica Moreira / Cortesía del autor

Iniciamos nuestro Dossier «Los narradores hablan de sí mismos», con esta detalladísima «fuga» del novelista Ahmel Echevarría por sus libros y su manera de entrar y salir y entrar en ellos.
Disfruten.
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“La casa decía por fuera boarding home, pero yo sabía que sería mi tumba”. He comenzado con la primera oración de la breve e intensa novela La casa de los náufragos o Boarding Home del escritor y suicida Guillermo Rosales (La Habana, 1946 – Miami, 1993). Debo confesar la envidia y seducción que provoca en mí esa primera oración y, por supuesto, todo el libro.

En asuntos de preferencias en tanto lector y narrador, o “participaciones profundas” según dijo Julio Cortázar, elijo a este Guillermo, aparente malogrado Caín. Como premio tuvo locura y destrucción. Su modo de adentrarse en los peores y mejores paisajes del alma humana, o del alma de alguien nacido en Cuba, me interesa sobremanera.

El dolor y el tormento, pero también el placer, le pertenecen a esa voz. Es la de William Figueras o la de Rosales. Sí, la voz de un sujeto doblemente marginado: el extranjero esquizofrénico al que la familia envía a un antro donde malviven viejos, desamparados y locos atendidos por exreclusos.

Es la lengua y el lenguaje, acaso también la fricción y el tartamudeo, de un apátrida, de alguien confinado además en una libérrima soledad, un sujeto esquizo que a duras penas encontrará interlocutores allí donde vaya:

“Helo aquí: El Puma. No sabe quién es Joyce ni le interesa. Jamás leerá a Coleridge ni lo necesita. Nunca estudiará El 18 Brumario de Carlos Marx. Jamás abrazará desesperadamente una ideología y luego se sentirá traicionado por ella. Nunca su corazón hará crack ante una idea en la que se creyó firme, desesperadamente. Ni sabrá quiénes fueron Lunacharsky, Bulganin [sic], Trotsky, Kameneev o Zinoviev. Nunca experimentará el júbilo de ser miembro de una revolución, y luego la angustia de ser devorado por ella. Nunca sabrá lo que es La Maquinaria. Nunca lo sabrá”, escribió Rosales en Boarding home, la autobiográfica novela de su vida.

He vuelto más de una vez a este libro porque he ubicado en él una suerte de punto de partida y de retorno, y un territorio común: el de la memoria, más la pulsión por entender o narrar al sujeto marginal, las relaciones de amistad y de pareja que establece con otros marginados incluyendo fidelidades y traiciones. Sí, ese sujeto que ha sido desplazado o expulsado a las periferias por La Maquinaria.

Por si fuera poco, otro vector que atraviesa Boarding Home es el contexto social y político posterior a la Revolución de 1959, así como su efecto en el tejido social, cultural y político cubanos. Allí, el comandante de oliva en jefe Fidel Castro dictaba modas y modos de producción y conducta de/para un hombre nuevo o “zombie nuevo”. A la par iba narrándose y narrándonos en un relato épico donde a través del sacrificio se llegaba a la felicidad y al empoderamiento, ambos situadas siempre en el porvenir.

Fidel, cual fiel narrador en jefe, escribió con letra de fuego, dolor e incluso sangre el relato del Estado. Su propio relato. Guillermo Rosales, a su vez, empecinado en construir el contrarrelato, iluminó con una bombilla de luz negra ciertos episodios nacionales que afectaban y todavía inciden tanto en el sujeto subalterno como en su entorno doméstico, esas políticas no solo culturales que además han provocado grandes oleadas migratorias.

“Mi mensaje ha de ser pesimista, porque lo que veo y vi siempre a mi alrededor no me da para más. No creo en Dios. No creo en el Hombre”, dijo Rosales en una entrevista publicada en la revista Mariel (año I, vol. 3, 1996). Sin embargo me digo: “insiste, cree en ciertos hombres y mujeres, mírales a los ojos y no pierdas de vista el tono de la voz y la tesitura de cuanto dicen”.

Esas mujeres y hombres que he conocido pueden sostener la mirada tras haber sobrevidido, de la mejor o la peor manera posible, a esa máquina trituradora de cabezas y cuerpos que es todo sujeto narcisista. Da igual desde cuál agenciamiento ese narcisista desea el bien para uno, da igual si lo enuncia desde la tribuna en la Antigua Plaza Cívica en La Habana o desde la sala de un apartamento en Miami.

Esas mujeres y hombres, también sus victimarios, han transitado por las páginas de mis libros. He tratado de recrear escenarios y allí he situado a sujetos sin una gran historia a sus espaldas, sujetos como máquinas deseantes; hombres y mujeres que creen fracasar una y otra vez, pero que a pesar de las dudas apuestan por sus deseos. Además, me complace verlos ejercer el derecho al testimonio frente al que se siente con la potestad de ejercer el poder en su pequeño reino. La víctima y el victimario, felicidad y derrotas, la terquedad de no volarse la cabeza y plantar batalla aunque sea verbalizando su calvario.

“(…) el hombre, en el ideal, es tan noble y brillante, una criatura tan grandiosa y refulgente, que sobre toda imperfección en él, todos sus semejantes deberían apresurarse a lanzar sus más caros ropajes (…)”, leí en una versión de Moby Dick en formato digital. No pude sino encogerme de hombros. Es la imperfección de lo mirado, más la imperfección física del ojo. ¿O es la atroz perfección de lo mirado más la imperfección física del ojo? Pongamos que solo importa fallar lo menos posible en la ejecución de cualquier proceso de observación, asociación de eventos y sucesos, archivo, escritura.

La frase de Melville es una máxima que no debería aplicar a rajatabla, aunque consigno que he conocido a ciertos sujetos maravillosamente imperfectos, parecen salidos de una sangrienta batalla final en el octágono de la UFC. Ellos sostienen la mirada cuando les hablo, cuando me hablan.

Echando mano otra vez de Melville, incurriendo en la imprecisión podría atreverme a teclear: es la “felicidad sopesada y descubierta en carencia”. La frase entrecomillada es uno de los vectores que atraviesan mis ficciones.

Rosales y su novela forman parte de una genealogía desde la que me interesa ser leído o entendido. Tal como Rosales, a Miami llegué en avión. Mientras iba camino a la ventanilla de inmigración por los pasillos de mi cabeza avanzaba el escritor y suicida, o mejor: el William Figueras de Boarding Home. Da igual la precisión, al final son dos identidades para una misma persona.

Arribábamos los dos, o los tres, al International Miami Airport. Machiembrado en la esquizofrenia, flaco, casi sin dientes y asustado, en la novela autobiográfica y en el aeropuerto la familia de Figueras esperaba a un futuro triunfador.

Tanto en mi cabeza cómo a la salida de la terminal me esperaba mi esposa. Además, yo me esperaba a mí mismo, que por delante tenía una semana de doce meses más un día si decidía acogerme a la Ley de Ajuste Cubano y obtener la Green Card. Ni yo mismo veía en mí los rasgos de un triunfador, si acaso las cicatrices de un sobreviviente que vencido el tiempo estipulado por la ley de sus ahorros sacó el fajo de dólares para el pago del ajuste migratorio. “Diga el débil: Fuerte soy”.

Entonces dígase: soy un escritor cubano que en enero de 2024 emigró a los Estados Unidos. Mi trabajo se ha nutrido de mis experiencias como narrador y crítico de arte y literatura en un contexto marcado por el entramado político y social de Cuba. Sí, “cuando se ha estado tanto tiempo en un espacio limitado, es increíble cómo se llegan a fijar los detalles”, escribió Lezama en Paradiso y yo, que tan malo soy para atornillar, sacudir y darle pompa a las citas en mi memoria, la copié en mi libreta de notas cariada por su tapa verde; breve y apurada caligrafía de un sobreviviente insomne. He echado mano de mi libreta y mi caligrafía a lo largo y profundo de 2024 y lo que va de 2025.

Mis ficciones, entre las que me gustaría nombrar las novelas Esquirlas (Premio Pinos Nuevos 2005; Letras Cubanas, 2006), Días de entrenamiento (Premio Franz Kafka de Novelas de Gaveta 2010, FRA, República Checa, 2012), La noria (Premio de Novela Ítalo Calvino, 2012, UNION, 2013; Premio de la Crítica Literaria de 2013), Caballo con arzones (Premio Alejo Carpentier de Novela 2017, Editorial Letras Cubanas, 2017; Premio de la Crítica Literaria de 2017), y la inédita Los perros (merecedora de la Beca de Escritura Creativa de la Fundación CINTAS en 2025) recrean la vida de individuos que no son trascendentales en la Historia, pero que en mi proceso de observación, de ejecutar asociaciones y archivo ante mí resaltan dentro del tejido social.

La “epopeya” narrada en mis libros es la del sujeto subalterno que, deseándolo o no, se involucra en episodios clave del devenir de la Revolución de 1959: el Quinquenio Gris, la Crisis de los Misiles y la de los Balseros, olas migratorias, las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (campos de trabajo forzado), entre otros. También me interesan los sujetos decididos a fundar y poner en marcha su propio contrarrelato, vivir en él, a riesgo, y a fundirse en él, aunque el espacio privado o doméstico no esté a salvo de las radiaciones y efectos del poder.

A través de una estructura episódica, una interrogante o misterio atraviesa historias de amor, goce, dolor, muerte. Antes que enunciar conclusiones o respuestas para el análisis de conflictos, eventos históricos o la conducta de ciertos sujetos centrales o marginales, he decidido formular(me) preguntas de las que, de antemano, desconozco las respuestas. Imagino, así, una suerte de diálogo con el lector extendido en el libro y el tiempo.

Con mejor o peor tino he apelado a la ironía y en ocasiones al humor. Valoro el lenguaje como medio de expresión artística y de comunicación.

Menos interesado en la urgencia testimonial, el panfleto, la solemnidad y el realismo en estado puro, acudo a elementos propios de la literatura del absurdo y de la fantástica para arribar a lo que denomino “estado alterado del realismo”. Pongamos que ese tránsito comenzó tímidamente en mi libro Esquirlas, y fue tomando “forma y sentido” en Días de entrenamiento mientras me alejaba de historias que conectaban con mi propia biografía y la de mi generación, sin ser exactamente libros autobiográficos.

Seguí apostando por esa mezcla de géneros o subgéneros hasta conseguir que mis deseos o propósitos se “parecieran” a cuanto aparecía escrito en el Microsoft Word Calibri (cuerpo) 12 a espacio y medio en mi computadora. Convengamos que dichas cuartillas son un par de novelas tituladas La noria y Los perros, libros concebidos desde “una memoria extraña”, donde los protagonistas ya no pertenecen a mi generación.

De clavar la uña roja del GPS en la novela Los perros, el lector, al adentrarse en ella, advertirá que la subtrama transcurre en un campamento UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción), campos de trabajo forzado donde el Gobierno cubano confinó a más de 30 000 hombres entre 1965 y 1968 bajo la ley del Servicio Militar Obligatorio. Desplegada en dos planos temporales y espaciales, desentraña complejidades políticas, sociales y psicológicas del devenir de la Revolución.

Enviados a las UMAP como parte de una suerte de “campaña de higienización” —el Gobierno revolucionario los consideraba lacras sociales—, homosexuales, religiosos, disidentes y burgueses, entre otros, padecieron un severo régimen de control, castigo y adoctrinamiento.

En la novela, el zepelín Argo tiene el don de la palabra y la profecía, y sobrevuela cañaverales en tareas de vigilancia y captura de fugados. Al Aula de Ensayos Pedagógicos la llaman Confesionario, debido a los castigos perpetrados por orden del jefe del campamento El Tintero, al que los confinados llamaban Comandante Hirohito, sujeto que concibió el campamento como espacio disciplinario integral. Para ello ordenó la construcción del zepelín y una gama de implementos de tortura a tono con el Medioevo, así como el rediseño de la valla perimetral con veintisiete cordeles de alambre espinado y sistema antifuga, más atalayas donde vigilaban soldados con la orden de disparar.

En ese mismo campamento, en el que los confinados debían realizar largas jornadas de trabajo agrícola, la Noche de los conjuros es un cabaret secreto organizado en la barraca por los homosexuales. El cabaret se instaura cual gesto de resistencia, tal como los desfiles de modas que organizan, la transformación de los uniformes, las bodas entre ellos, y las relaciones de parejas o relaciones sexuales entre los propios confinados y entre los confinados y algunos soldados.

En la novela, el Comando Especial de Psicología es un team concebido para curar con terapias extremas a los homosexuales. Sí, todos devienen metáfora de la biopolítica y la ingeniería social.

Luis Esteban, el narrador de la subtrama, adopta un tono irónico, delirante y pone en entredicho las nociones del Bien y el Mal. Apelando a la memoria de los personajes, diarios, poemas, la charada y las ciencias, discursos y artículos de la época, a diálogos con el fantasma del sobreviviente de Auschwitz, el escritor Primo Levi, se exploran complejidades morales y éticas en los regímenes totalitarios.

En La Habana de 2017, escenario de la trama de Los perros, durante un delirante interrogatorio con agentes de Seguridad del Estado —dos agentes en el equipo son un par de clones creados a pedido del Ministerio del Interior—, Pedro, escritor, devela detalles de la vida de su amigo Abel, periodista y crítico detenido en una redada mientras realizaba una investigación sobre las UMAP. Salvo Seguridad del Estado, todos desconocen su paradero. Los apuntes de Abel serán el material plagiado por Pedro en la escritura de una novela titulada Los Perros.

Apelando a elementos del neopolicial y la literatura fantástica para recrear la vida de varios jóvenes a través del amor, la amistad y las traiciones, Los perros, primera parte de una trilogía sobre las formas extremas del confinamiento, resume un complejo sistema policial y los entresijos de la sociedad cubana.

Involucrados en dramas colectivos, mis personajes se convierten en dispositivos colectivos de enunciación. Son víctimas que aman y traicionan mientras, ajenas o no, son afectadas por las políticas de Estado, por La Maquinaria mencionada por William Figueras en la novela de Rosales.

Boarding Home es el relato de un marginado, desde esa periferia genera una tensión: los vectores de su discurso se proyectan en sentido opuesto a esa suerte de relato que, según Ricardo Piglia, narra todo Estado, ese relato “político-religioso” donde un hombre, o un grupo de hombres, se entregan en cuerpo y alma al sacrificio en favor de todo un pueblo.

Mientras vive su calvario, William Figueras, lúcido de remate, literalmente entra y sale de su presente y de la Historia de Cuba. En su órbita de cólera, locura y odio va un poco más allá: ideologías, ideólogos, ejecutores de esas ideologías… Lo hace como si le importara, como si no le importara. En Boarding home, desde la categoría del trazo o la traza, Cuba deja su peso específico. Ese gesto, esa postura, me interesa sobremanera.

“Ahí estaban los hilos fijos de la urdimbre sujetos a una única, siempre recurrente, invariante vibración, vibración apenas suficiente para admitir la entremezcla transversal de otros hilos con los propios. Esta urdimbre era como la necesidad; y aquí, pensaba yo, con mi propia mano yo manejo mi propia lanzadera, y tejo mi propio destino en estos inalterables hilos”, nos recuerda Herman Melville en esa odisea donde la obsesión tiene la forma de un cachalote. Tejido, textura, texto, o textum. El tejido de La Realidad y el de mis ficciones. Sí, generar una fricción, una suerte de tartamudeo que empieza en Lo Real y termina “traducido” en un “estado alterado del realismo” o “realismo irradiado”.

Visto así, y desplazándonos hacia atrás en el tiempo, la uña roja del GPS nos ubicaría en mi novela Días de entrenamiento y en la emisión nocturna del noticiario donde aparece el Jefe de Despacho del Presidente de Estado y Gobierno. Sí, Cuba y su peso específico.

En aquel verano de 2006, tras ajustarse las gafas en el Noticiero Nacional de Televisión, el Jefe de Despacho del Presidente comienza a leer. Tiemblan sus manos y el papel entre sus dedos, tiemblan en la pantalla de televisor que yo, en mi casa en Altahabana, estaba viendo. Y tiemblan en la novela que me dispuse a escribir.

El documento leído es una proclama escrita por el propio Fidel Castro. En ella hace público su frágil estado de salud y su decisión de delegar temporalmente la mayoría de sus cargos y funciones. “Es la primera vez durante treinta años de mandato”, me dije en Altahabana frente al televisor que mi madre se ganó por su condición de trabajadora vanguardia nacional en la escuela donde impartía clases de enfermería, y también lo pensó el narrador de mi novela mientras devoraba un plato de espaguetis. Esa no será la única noticia que tomará por sorpresa a Ahmel el narrador-personaje y a Ahmel el escritor, jóvenes de 35 años, porque a Grethel, la pareja del Ahmel narrador-personaje, también nacida en 1974, le han detectado un tumor maligno.

Más que indagar en las consecuencias de la enfermedad y ausencia física de Fidel en el inmediato social y político nacional, o el fallecimiento de un ser querido en el entorno familiar, Días de entrenamiento sitúa al individuo en un contexto singular por el carácter inédito del mismo, y para el cual, más que buscar respuestas, debe formularse nuevas preguntas. La escritura de un diario será para Ahmel el narrador-personaje una suerte de “entrenamiento” elegido para entender, desplazado, el sentido de su vida y el devenir del país, y para darle orden y sentido a las posibles interrogantes que le ayudarían a modelar no ya un posible futuro, sino un presente real, concreto.

Mientras desanda por la ciudad un 13 de agosto de 2006, en la Avenida 23 del Vedado habanero se encuentra con un viejo que va en silla de ruedas. Viste un uniforme verdeoliva, lleva la barba larga y cana, con el índice afilado y largo le pregunta si le puede prestar un bolígrafo. El viejo, ese “viejo de fierro” que se va recuperando de una operación de urgencia debido a una crisis intestinal aguda y a una caída en la que se dañó severamente la pierna, como una especie de Pierre Menard está escribiendo una novela titulada El reino de este mundo.

En el diario que Ahmel el narrador-personaje escribe, que a su vez será la novela que llegará a manos del lector, aparecen sujetos propios del absurdo o el fantástico: dos mujeres que el narrador vomita y con las que luego estrechará amistad, un kodama, y la sucia caja de cristal u oráculo donde, tras pegar la mano a una de las paredes de la caja y hacer un claro en la mugre, las respuestas a las preguntas del narrador se muestran en forma de imágenes cuyo significado parece carecer de sentido. Tras una de las preguntas espetadas, aparecerá la imagen de Grethel y Ahmel de súbito y se verá dentro de la caja con su exnovia muerta. Es la sucia caja de cristal un no-lugar.

Puesto que hablo de amor y muerte, cabe entonces abrir un paréntesis para mi novela La noria. Se trata de una Habana posible, pero no “la real”. Es el escenario donde transcurrirá la vida de un sexagenario escritor negro y gay al que llaman El maestro, un sujeto que ha pasado más de veinte años sin escribir.

Para llevar a cabo un irrefrenable deseo, El Maestro decide plagiar un cuento de Cortázar.

Su interés no es solo escribir un relato a partir de recientes y extraños episodios de su vida, eventos a los que El Maestro no logra otorgarle una lógica que conecte con Lo Real o La Realidad de un país siempre sumido en una crisis. Desconoce que en esos episodios está envuelto David, hombre de cincuenta años con quien comparte una relación sentimental y que aparenta ser un profundo admirador de su obra, también desea retomar la escritura de ficciones, recuperar y ganar nuevos lectores. Ajeno a todo, El Maestro no relaciona los extraños eventos como parte de un dispositivo de vigilancia, control y posible castigo diseñado por la Seguridad del Estado; ellos saben que todo culpable siempre será un reincidente, aunque sea a nivel psicológico o mental.

¿Cuáles son los motivos del largo silencio de El Maestro? En el año 1971, una Comisión determinó que Fin de semana en Neverland era una novela que no se ajustaba a los tiempos convulsos y de definición ideológica y política que vivía el país. Tras el dictamen, recibió un insólito castigo: enterrar y exhumar cadáveres. En el Cementerio de Colón trabajó durante poco más de un quinquenio.

La noria es una novela de amor entre dos hombres, de afinidades, dolor y traición. Indaga en los orígenes de una inverosímil política cultural, en sus consecuencias, así como en la posible actitud de algunos de sus actores y víctimas. Y para ello establece una conexión o “participación” profunda con la obra y vida de Julio Cortázar.

El libro contiene una correspondencia apócrifa de Cortázar con un afamado crítico de la época, un personaje de ficción: Alfonso Fernández de la Riva. Las cartas permitirán adentrarse en el contexto social y político tanto cubano como latinoamericano.      

Creo que hay muy pocas “cosas” tan potentes y divinas como el amor, al que le asiste tanto la felicidad como la derrota. Estará siempre en mis ficciones el amor, las formas del amor y su paisaje.

Dice Rialta en Paradiso: “Algunos impostores pensarán que yo nunca dije éstas palabras, que tú las has invencionado, pero cuando tú des la respuesta por el testimonio, tú y yo sabremos que sí las dije y que las diré mientras viva y que tú las seguirás diciendo después que me haya muerto”.

Lezama y yo sabemos “que esas son las palabras más hermosas que Cemí oyó en su vida, después de las que leyó en los evangelios”.

Volvamos a Rosales y a Boarding Home —ya Figueras tiene una relación con Francis, una mujer que ha confesado su locura, para aplacarla necesita tomar “todos los días cuatro pastillas de Etrafón forte”. Francis oye voces, le parece que todo el mundo habla de ella. Y dice William Figueras:

“Entramos en el boarding home por el portal trasero, rodeado de oscuras telas metálicas. Los locos han acabado de comer y hacen la digestión allí, sentados en las sillas de madera. Al entrar en la casa, Francis y yo nos separamos. Ella va a su cuarto, yo sigo al mío. Voy cantando una vieja canción de los Beatles llamada Nowhere man.

He´s a real nowhere man

Sitting in his real nowhere land

Rosales: un nowhere man en su real nowhere land. Un exiliado total. La versión extrema del apátrida. El sujeto que habita el no-lugar.

¿Qué tipo de apátrida soy y qué tipo de lengua hablo?

¿Exactamente en qué preciso lugar físico y mental me estaré “inubicando”?

Esa genealogía desde la cual busco ser leído, esos “modelos para armar un estilo personal”, tal parecen ajustarse a lo definido por el binomio Deleuze-Guattari como Literatura Menor —aunque dudo, prefiero siempre sospechar—: fragmentación, ironía, la fuga del canon, el rizoma como estructura… Sí, maneras de leer, de asociar, escribir. Diferentes modos de establecer líneas de fugas, alianzas, de agenciarme mi propia tradición o traición, o mi propia noción del campo literario, del mundo, y de paso sembrar(me) la duda, y fugar, y no dejarme atrapar ni siquiera por mí, y en lo posible adelantarme a un tiempo y a un espacio. Sí, volverme siempre “inactual”.

Pienso, por ejemplo, en Carlos Montenegro (el cuerpo homosexual en Hombres sin mujer, ese cuerpo deseado, violentado, los deseos reprimidos que luego se vuelven irrefrenables), en Guillermo Rosales otra vez, y no puedo olvidar a Virgilio Piñera (la irreverencia, el absurdo, las disidensias, el espacio doméstico, ya sea el hogar o propio cuerpo, lo onírico versus Lo Real), ni dejar a un lado a Ángel Escobar (esa voz interior indomable, telúrica, el yo enfermo que se repite y reprime, las derrotas), o a Guillermo Cabrera Infante (la incontinencia verbal y los juegos en el lenguaje, la irreverencia siempre, el deseo, los cuerpos, la música, La Habana nocturna cual teatro de operaciones), José Lezama Lima (la familia, el descubrimiento del sexo, los excesos del lenguaje, las apetencias del cuerpo, la política y lo político entreverado en la vida de un sujeto), Reinaldo Arenas (que contiene la suma de todo lo anterior, Arenas o su obra como un maravilloso Aleph)… Y pienso también en Alejo Carpentier (sus novelas El reino de este mundo y El recurso del método; lo real maravilloso, poder, licantropía, exuberancia, ironía, música entreverada en la prosa), en el Apóstol Martí y su Diario de Campaña (y aquí no hay adjetivo posible para delimitar un territorio físico y espiritual que se me antoja infinito). Sí, modos diferentes de leer(se) (en) Lo Real o La Realidad; variados modos de enunciar(la), de pensar(se) (en) un presente (y quizá —en— un porvenir). En esa genealogía de autores cubanos malamente citados no son pocos los marginados y suicidas. Para marginales o suicidas no está contemplado un destino verdaderamente luminoso.

¿Cómo llevar a la práctica una utopía?

¿Cómo involucrar en ella a sujetos diversos animados por intereses personales, y a individuos animados por el verbo bello y furibundo que luego no dan más de sí que la emoción pasajera?

¿Cómo ve la utopía, o el fracaso de una utopía, alguien que no encuentra cabida en ella? De interesarles, marginales o futuros suicidas le entran de costado sin pasar por alto los detritos incluso a nivel de lenguaje, los márgenes o fronteras. Tampoco dejan de prestarle atención a quienes habitan los márgenes o la frontera, a la cristalización del absurdo, el dolor, el desparpajo, que contamina incluso el propio lenguaje del texto, ni siquiera los fluidos, la fiesta. Pienso además en patetismo e ironía a la hora de modelar conflictos y personajes y el no-lugar como escenario de no pocas historias.

Sí, he tratado de conectar y pertenecer a una genealogía donde están, entre otros, los autores que cité. Me inspira tal descolocación, sus disidencias, el delirio, la particular manera de asumir vida y creación. Y también la emoción, la solemnidad, la gravedad y tono del lenguaje, la cadencia o musicalidad, para, desde allí, arribar a una especie de una “zona media” o “delta” donde confluyen las obras de esos autores y se genera una suerte de sedimento.

Mis textos suelen explorar momentos y textos significativos de la historia cultural y política cubanas, intentan concebir una suerte de contrarrelato opuesto a la ficción del Estado cubano. Buscan deconstruirlo y traducirlo mediante personajes y eventos peculiares. Suelo emplear las artes visuales, la música y el cine para crear una transmedialidad que enriquece la experiencia del lector y refleja mi visión interdisciplinaria del arte y la cultura.

¿Cómo narrar una Cuba post no sé si se denominarla post-Castro, post-Cuba o Cuba 3.0? ¿Desde una suerte de “inadvertencia de Cuba” que tiene su peso específico desde un no-lugar? Creo que esa ficción debo pretenderla cual fricción, una ficción o fricción interesada o dispuesta a gestar un texto que se ubique más allá de todo totalitarismo, para entonces emplazarlo, narrarlo como si importara, como si no importara. ¿Una paradoja, una especie de Kōan?

Me interesa situar(me), o visibilizar(me), (en) las tensiones entre literatura y Estado, literatura y política. La extrañeza en estos textos no debe circunscribirse al lenguaje, al empleo de una suerte de jerga neutra, algo así como un Español Internacional.

La extrañeza debe manar desde la propia resistencia de los personajes, los conflictos, desde el tartamudeo de aquel que decide no reproducir las construcciones de significados gestadas desde los aparatos de captura y control, desde los centros de poder, y aquí pienso en la extrañeza de un relato que busque revelar los mecanismos ocultos en la ficción que narra todo Estado (La Maquinaria enunciada por Figueras / Rosales). Pienso en una terquedad, en la voluntad de hacerse incluso traducible desde la extraña lengua que se inventa un apátrida.

La vida en el no-lugar —las redes sociales, la casa de tránsito, ya sea porque se deja atrás el barrio, la provincia natal o el país— impone nuevas maneras de leer, de observar y asociar, de seguir gestando un archivo. Las urgencias son otras, el contexto es otro. Los dispositivos de vigilancia y control, las herramientas para generar necesidades y carencias, para influir en los patrones de gustos y consumo forman parte del entorno real y virtual —tan real como la calle, el bar, un parque, la oficina de taxes—. Ese es el nuevo contexto que me ha tocado en suerte y desde el cual debo pensar el texto, la vida.

Vuelvo entonces al inicio de la breve novela Boarding home. Desde ese sitio al margen de todo se ejecuta un corte en canal a Cuba, se hurga en sus vísceras como si al autor le importara, como si no le importara. Es el tartamudeo de un loco. El narrador sabía que el boarding home era, literalmente, su tumba. Allí, en buena medida, están esos vectores de ese tipo de ficción o fricción que me interesa.

Y a seguidas me pregunto: ¿es la República de Cuba una enfermedad? ¿Es una pública enfermedad secreta?

Dijo Roberto Bolaño en Amberes:

“Hay una enfermedad secreta llamada Lisa. Es indigna como toda enfermedad y aparece en la noche. En el tejido de un lenguaje misterioso cuyas palabras significan sin excepción que el extranjero “no está bien”. Y yo quisiera que ella supiera por algún medio que el extranjero “lo pasa mal”, “en tierras desconocidas”, “sin grandes posibilidades de escribir poesía épica”, “sin grandes posibilidades de nada”. La enfermedad me lleva a baños extraños e inmóviles donde el agua funciona con una mecánica imprevista”.

Digo entonces para mí:

Uno: Cuba podría ser Lisa.

Dos: He estado en baños donde el agua funciona con una mecánica imprevista, pero tomo notas en una breve agenda de cubierta verde desgastada por el uso, con una persistente hache mayúscula y metálica incrustada en la esquina superior izquierda, letra que perturba, H de Ahmel, o H de Ishmael.

Tres: Los apuntes que he tomado se han ido tejiendo en un largo poema épico, que es un libro de crónicas, o son las venturas y desventuras de un sujeto miope “en medio de un paisaje incongruente, unas luces que afloran en la niebla, el diálogo de dos transeúntes que se encuentran en pleno trajín…”. Sí, eché mano de una cita de Ciudades invisibles de Ítalo Calvino, y hablo de un negro miope y con afro, con una hache metálica incrustada en la esquina izquierda de su nombre, un sujeto que va escribiendo cada página y narrando en primera persona su propia bildungsroman tardía o “Libro del Génesis”, cuando cada día parece aplacarse al caer la noche aunque en la madrugada lo espere el insomnio.

Cuatro: El largo poema épico, que es un libro de crónicas a la manera de una bildungsroman tardía,podría titularse “Miami Grand Prix”, como la competencia de Fórmula Uno acontecida en el Miami de 2024. Días antes de inauguradas las carreras, ayudando en la fabricación de unas mesas subcontratadas para el evento, al miope negro del afro se le instala en un clúster de la cintura una leve molestia. Es un dolor que podría llamarse Lisa, o Cuba; el dolor cual doble alegoría.

Los textos de “Miami Grand Prix” mezclan la crónica con la crítica de arte y literatura, y además están irradiados con ciertos comentarios de orden social y político. En su centro hay un negro miope. Y yo soy el negro de gafas y afro. Es mi otra variante de formular preguntas cuyas respuestas desconozco. He tratado de enlazar ideas, estados de ánimo, opiniones. Mis textos de crítica de arte y literatura suelen tener esa marca, ese “desliz”. De paso intento conectar con un lector, mi “inactualidad” conectaría con su actualidad. En esa suerte de asincronía podría gestarse algo tremendamente bello: un diálogo desplazado en el tiempo, en un no-lugar.

Pienso en mi padre muerto a las pocas semanas de haber arribado yo a Florida, en Cemí, en Rialta, y también en Miami, y en esas palabras que Miami Beach pudo susurrarme al oído en una noche de insomnio: “Algunos impostores pensarán que yo nunca dije éstas palabras, que tú las has invencionado, pero cuando tú des la respuesta por el testimonio, tú y yo sabremos que sí las dije y que las diré mientras viva y que tú las seguirás diciendo después que me haya muerto”.

Si en Moby Dick el mar para Ishmael podría tener cuatro o cinco significados solemnes, tremebundos, bíblicos —desierto/soledad; exilio/exiliados; orfandad/huérfanos; milagro/ rescate—, ¿acaso para el protagonista de “Miami Grand Prix” esa ciudad a la que arribó tiene un significado similar?

¿Qué estuvo persiguiendo en Miami o en Miami Beach?

¿Acaso volverá a Miami, exactamente a Miami Beach, porque justo allí consiguió ser entendido en la propia lengua materna del no-lugar que estuvo o ha estado al menos mentalmente habitando?

“Hay cosas que sólo la literatura con sus medios específicos puede brindar”, dijo Ítalo Calvino en el libro Seis propuestas para el próximo milenio.

Dice el narrador de Moby Dick: “(…) con tiempo en calma, para un nadador experimentado resulta tan fácil nadar en mar abierto como cabalgar en tierra en un carruaje con amortiguación. Mas la espantosa soledad es insoportable. La intensa concentración del propio ser en medio de tal despiadada inmensidad, ¡Dios mío!, ¿quién puede describirla?” Para propiciar aún más la exactitud, además diría que hay una inconmensurable soledad en lo pequeño, que puede ser paliada con ciertos sujetos que sostienen la mirada cuando hablan. La he visto, los he visto. Creo que los he ido describiendo.

Por lo pronto llámenme Ahmel. Otras preguntas hierven entre las paredes de mi cabeza.