Daniel Céspedes Góngora: En una isla enquistada

Autores | Premios Kafka | 14 de septiembre de 2025
©’La nada cubana’ de Katherine Perzant

«Y vi mucho sol tostando los mayales, y conocí gente viviendo sin nada más que el paisaje y la brisa, y escuché los cuentos que se hacían para pasar las tardes».
Katherine Perzant

Con la renuncia a la lectura lineal o secuencial, abro las últimas páginas de La nada cubana (Premio Franz Kafka de Ensayo / Testimonio 2025), de EDICIONES INCUBADORA*, de la autoría de la periodista y dramaturga Katherine Perzant (Holguín, 1996), sabiendo con ella que decidió terminarlo y entregarlo, como quien decide cerrar un capítulo que aún no cierra; como quien reconoce, sin expresarlo, que uno concluye un libro por razones y hasta sinrazones de lo que, en principio, no finaliza o no se ha revelado de forma absoluta. Se sabe: no hay conclusiones absolutas. Si, como aprecia Agamben: «En toda vida hay algo que queda sin vivir, como en toda palabra algo queda sin ser expresado», ¿qué pudiéramos presuponer de un texto?

Concebidas entre los años 2019 y 2024, las piezas escriturales de La nada cubana son la reconstrucción testifical de un panorama fragmentario y muy personal que corría, corre, el riesgo de la desconfiguración y el olvido. Perzant, en un ejercicio casi diarista, testimonia lo que ya no estará, como esa Habana —hoy de ¿posmemoria?— de la que habla Fina García Marruz en Pequeñas memorias—. Habana hoy en verdad de atmósfera posapocalíptica como de esas películas de las que habla continuamente mi amigo Antonio Enrique González Rojas. Lo de Perzant es salvaguardar una experiencia vital que entronca, como confraternizándose sin buscarlo, con las vivencias expuestas o reservadas de otros. Es con la rotura de fondo de muchos cubanos con lo que esencialmente Perzant conecta. Iba a escribir “se solidariza”. Pero la expresión pudiera hastiar y hastiarme como el Martí traído por los pelos al citarlo para y por cualquier cosa. Se trata de una subjetividad que ni siquiera intenta convenir sino explayar una defraudada vivencia ya frecuente no tanto en la ocurrencia ensayística o ensayo fabulado autorreferencial que es «Ménage à trois con ítalo Calvino» por ejemplo, sino más bien en ese presente por siniestro que se cuenta en el duro y bello acápite titulado «Habana Murakami». Aquí escribe:

«Todavía cuando vuelvo tarde a casa desde La Ha­bana Vieja, cuando paso el Capitolio y atravieso sola ese parque baldío donde apenas queda un revendedor de divisas, un manisero errante y dos mujeres que te ven pasar mientras fuman, cuando veo la larga cola de gente haciéndole señas a los carros para donde vayan, cojan por donde cojan, porque es casi de noche, porque la inflación se ha tragado el transporte y la calma, vuel­vo a sentir en el brazo aquel agarre definitivo, aquella salvación, y me repito:

Te tienes que montar, niña, o no sales de aquí’».

Crónica recolectada, reflexión ensayística… reveladoras en los inicios, desde (y de) la capital de ruinas mezquinas y algunas todavía venerables que, como diría un amigo, diversifican las ruinas, pues un asunto es la que surge de pronto o que viene anunciando su condición de ruina inoportuna, pero no por eso menos dolorosa y chocante. Esa ruina que, por las circunstancias lastimeras de un país, reproduce estados de ánimos lamentables. Esa clase de construcciones, a vista de ojos, marcan la supervivencia de muchas personas. Pues las historias de vidas dependen mucho del paisaje exterior, de lo que incluso ya no está, del llamado “no lugar” que son excomulgados hasta por las utopías. De ahí que Perzant escriba en un momento:

«El hombre contemporáneo va al no lugar a hacer una operación X y se retira una vez la hizo. Nadie re­cuerda el rostro de los choferes de ómnibus, ni de esas aeromozas apresuradas que arrastran maletas en mi­niaturas por las frías salas de espera, pese que algunas son realmente preciosas.

Un no lugar carece de identidad».

Acaso a las utopías no les agradan los ex lugares, como los llama la autora, que enumera varias peculiaridades valiéndose de causas y consecuencias de aquellos como cuando afirma: «En ocasiones, la multiplicidad de los ex lu­gares pudiera conducir a la existencia de ex ciudades, y en estados crónicos, de ex países», o al mostrarse más categórica y enunciar: «Un ex lugar puede originarse por el paso del tiempo, por un daño humano, por el desinte­rés de un gobierno, por un fenómeno natural, por condiciones climáticas». En honor a la verdad, el cierre es más radical: «Los ex lugares son lugares que dejamos de amar».

La nada cubana reestructura una visión fragmentaria más que fragmentada: los orígenes de cuanto hemos llegado a ser como nación son ya difusos, antípodas y a contracorriente de esa historia que pretenden única y homogénea o peor: una sola por rectilínea y uniforme. Ni “los de arriba” se la creen con sus tirantes relaciones de poder, con sus manutenciones jerárquicas… El cueste lo que cueste es siempre para favorecerlos. No importa cómo afecte a los abajo. Lo sabe no solo quien se queda, sino el que emigra y le duele, aunque no quiera regresar, a las miserias de la isla, al entrenamiento del aguante.

Apunta la autora en «Las nubes transparentes»:

«Hasta que dejas de pensar que tu madre luce muy cansada, incluso con ese vestido tan lindo, tan caro, que le regalaste. Y que el teatro del pueblo en el que naciste, Velasco, se sigue cayendo, ¿por qué a quién le importa que se caiga un teatro isabelino, una obra de arte monumental, en un campo enquistado de una isla enquistada?»

Pues dos capítulos ajustan entradas y salidas de la capital: «La Habana» y «Áreas verdes». Del paisaje urbano se pasa al rural, si bien no cual mero ejercicio de identidad que complementa la totalidad cubana. No se requiere o busca un reconocimiento cultural a lo Samuel Feijóo. Para Perzant sería redundancia o afectación. Incorporándose al campo conocido de toda una vida, ella se examina entre presente y pasado, como quien no puede ni quiere desprenderse de la persona que fue, de la que hoy es. Esa especie de reinado que registra en dos jóvenes desconocidos, es cuanto experimenta en su capacidad de inventariar esas imágenes “periféricas” o “provincianas” que a ratos quieren prolongar adrede y sin necesidad, atmósferas y ritmos habaneros. Los pueblos de campo y otras ciudades, cuando no parecen y son autosuficientes, cuentan su propia historia hasta personalizar las propias. Por esa «Gibara fantasma» vale todo este fragmento:

«En algunas paredes sobreviven mosaicos que me ha­cen pensar en cuentos orientales, en palacios abando­nados en la jungla, en cofres tallados para guardar ru­bíes de princesas árabes. La mayoría están cuarteados o incompletos, como los mejores sueños».

Perzant hace un texto matrioshka al estilo de La caja de Bagdad de Reina María Rodríguez y otros, que es varios libros en uno y a ratos cuesta trabajo clasificarlo. Y ello no es malo. Es más preocupante ese afán ingenuo –que tienen algunos– de ajustar fronteras en un género tan flexible, rebelde y promiscuo como el ensayo que es ahora a un tiempo diario, memoria, crónica, libro de viaje, bitácora existencial por una prosa harto desenvuelta y seductora.

Hay que avanzar en las páginas de La nada cubana, de Katherine Perzant, para revalidar que un buen libro no se termina al leer su última página.

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[*] Katherine Perzant. La nada cubana. Praga: ediciones InCUBAdora, 2025. 168 pp.