Juan Pablo Bertazza: Entrevista al embajador Milan Jakobec / ‘En el hospital de Cuba no sabía si los doctores me querían curar o matar’

Entre la música y la diplomacia, el embajador Milan Jakobec revela en esta entrevista su amistad con un rockero indígena, la alegría vivida en Costa Rica y las sombras de su paso por Cuba, donde su apoyo a los disidentes lo convirtió en enemigo público y una extraña enfermedad lo llevó al borde de la muerte.
Embajador sin quererlo
¿Cómo alguien decide ser diplomático o embajador?
Verdaderamente yo nunca había querido ser diplomático y mi carrera diplomática fue más o menos una coincidencia. Antes de la revolución yo había sido disidente como guardia de monasterios. Entonces, obtuve una oferta de un disidente checo que había sido nombrado embajador en Londres. Y él me ofreció un puesto diplomático en Londres, que era algo así como mi tierra prometida porque yo era muy rockero, pero estaba demasiado viejo para el rock and roll y demasiado joven para morir.
¿La experiencia en América Latina cambió en algo puntual su visión sobre la política exterior checa?
Mi gran sorpresa la tuve en América Central, donde fui embajador de seis de sus países. Mi gran sorpresa fue que esos países no necesitan tener un embajador checo. ¿Por qué? Porque el mejor embajador checo es el Niño Jesús de Praga. Cuando la gente de esos países viajan a Europa, nunca dejan de visitar la iglesia aquí en Malá Strana donde está la figura del pequeño Jesús, el Niño Jesús de Praga.
De la pura vida en Costa Rica a casi morir en Cuba
Milan Jacobec publicó recientemente el libro De Costa Rica a Cuba, si quieres recibir un golpe en la cara (Z Kostariky na Kubu, chces-li dostat přes hubu). ¿Cómo se le ocurrió la idea de hacer referencia al golpe ya en el título?
La verdad es que yo quería escribir algo sobre ambos países en los que estuve como jefe de misión: Costa Rica y Cuba. Y me parecía que esos dos países, Costa Rica y Cuba, marcaban una buena dicotomía porque Costa Rica es el campeón de derechos humanos y Cuba está muy, muy bajo respecto a ese tema. Entonces, me pareció que era una buena idea no escribir dos libros, sino solo uno. Y la parte sobre Costa Rica tiene una atmósfera muy agradable, es divertido y habla de mis experiencias con los indígenas, con ministros y hasta con el presidente Óscar Arias Sánchez, yo pasé muy buenos tiempos en Costa Rica, donde además nació mi hijo; pero la parte de Cuba tiene muchas más sombras porque además yo casi muero en ese país, a causa de una rara enfermedad… la mielitis.
¿Y en qué consistía?
Es una inflamación de la médula espinal. Tu cuerpo queda paralizado: en las piernas y así continúa y puedes morir, la tercera parte de la gente con esta enfermedad puede llegar a morir. Nadie sabe cómo se contagia, es una enfermedad muy rara, muy rara.
El indígena rockero
En el libro también hablo de mi ayuda a un indígena rockero, llamado Alexis Rodríguez o Unchí y miembro del pueblo indígena Ngäbe de Costa Rica. Toda una excepción porque él cantaba con un grupo étnico en la lengua de su tribu, una lengua áspera que recuerda al tibetano y en vías de desaparecer porque solo la hablan unas doscientas personas en las montañas de Talamanca. Y yo tenía muy buenos lazos con este indígena, para quien también compuse una canción que se llama Talamanca, y tuve la oportunidad de ayudar a su tribu porque nuestra embajada tiene un programa gracias al cual pudimos construir para ellos un centro académico en las montañas de Talamanca, con muchas muestras del arte de esa tribu.
Cuando salí de Cuba
Nuestros países tenían lazos fuertes antes de la caída del Telón de acero, pero luego nosotros nos convertimos para ellos en un gran enemigo, mercenario de Estados Unidos, traidor del socialismo, todo eso simboliza mi país para ellos. Y yo, como embajador checo, necesitaba obedecer las instrucciones y, entonces, la gran prioridad de mi trabajo era dar apoyo a los disidentes, a la oposición. Y por eso mismo yo era visto como un enemigo del Estado, y por eso quise escribir este libro como si se tratara de una novela de espionaje; en la que el embajador de un país se encontraba entre los doctores de un país hostil, totalmente aislado.
¿Y tuvo miedo en algún momento?
Definitivamente, definitivamente. Yo estuve internado en el hospital dos meses, totalmente aislado y paralizado por esa enfermedad. Y yo tenía muchos pecados porque junto a otras embajadas dábamos internet a la gente de Cuba y cada día mi embajada se llenaba de disidentes. Me hice muy amigo de Laura Pollán Toledo, líder del movimiento Damas de Blanco, también de Oswaldo Payá, Dagoberto Valdés era otro gran amigo, e incluso Guillermo “Coco” Fariñas, ese maestro de las huelgas de hambre…
¿Qué es lo que más lo sorprendió de todas esas historias de los disidentes?
Cómo el régimen manejaba a esa oposición y las huelgas de hambre y todo. Porque yo mantenía cierta esperanza acerca de su humanismo que me la quitó esa experiencia y la crueldad que manejaban con los disidentes, por ejemplo con los prisioneros de la Primavera Negra encarcelados en 2003, durante una gestión directa de Fidel Castro, quien mantuvo una política de mano dura contra la disidencia; y esas personas fueron condenadas a penas de hasta 20 o 25 años de prisión, simplemente por pensar diferente al castrismo.
¿Tiene esperanza de que vaya a cambiar a corto plazo la situación en Cuba?
Ahorita, ahorita, yo no tengo esperanzas.
El embajador del ritmo
En algunas notas de prensa que escribieron sobre él en Costa Rica, a Milan Jakobec le asignaron nada menos que el título honorífico de «embajador del ritmo», algo que lo enorgullece y que, según cuenta, en Cuba lo ayudó incluso a sobreponerse en medio de un contexto más que complicado.
Tenía mis empleados locales en la embajada: choferes, amas de casa, jardineros y necesitaba reconciliarme con ellos porque todos nos vigilaban, todos podían ser más o menos chibatones de la policía secreta en Cuba. Y por eso yo tenía una distancia con todos ellos pero de repente algo cambió. Y eso ocurrió porque con mi chofer Mario compartíamos el mismo amor por los cantautores, ambos soñábamos con serlo y eso nos ayudó a establecer una buena relación porque además intercambiábamos los discos y discutíamos sobre los grandes como, por ejemplo, la banda argentina Soda Stereo o el cantautor cubano Carlos Varela, a quien amo mucho.
Y a propósito de eso ¿cómo fue la experiencia de componer y hasta grabar el disco Mis canciones de Centroamérica?
Bueno, ahí otra vez aparece la dicotomía: en Costa Rica fue muy fácil porque me hice amigo de los célebres músicos del grupo Escats, cuyo cantante Luis Alonso Naranjo me produjo todo el disco. En Cuba, sin embargo, como compuse una canción sobre Damas de Blanco me gané la reputación de enemigo del Estado, y por eso mismo tenía serias dudas de si los doctores en el hospital me querían sanar o matar.
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Publicación fuente ‘Radio Praga International’
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