José Antonio Michelena: Alamar, encuentros y nacimientos / Una intensa experiencia sociocultural

Autores | Memoria | 17 de diciembre de 2025
©Amaury Pacheco, de Omni Zona Franca

Hace 17 años escribí este reportaje sobre ese grupo inefable que fue Omni-Zona Franca. Publicado originalmente en la revista impresa Cultura y Sociedad, de la oficina cubana de la agencia Inter Press Service, he creído oportuno ofrecerle una segunda vida en ese archivo de los milagros que es In-Cubadora. Téngase en cuenta que los tiempos verbales deben ser cambiados por el lector.

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El extenso barrio de Alamar, en el este de La Habana, es un sitio de fundaciones. Por allí comenzó la experiencia de las  microbrigadas en la década de 1970, la construcción de otra ciudad para aliviar la necesidad habitacional. Un poco antes, en los sesenta, recalaban en Alamar técnicos polacos, alemanes, soviéticos, comenzando a configurar un espacio urbano muy especial, al que en los setenta se agregó la diáspora suramericana al mismo tiempo que llegaban personas de todas las provincias del país. Durante casi veinte años Alamar se fue extendiendo en un reguero de edificios todos iguales, un conglomerado sin alma ni centro, una ciudad para dormir, no para soñar, no para existir. Tenía solo lo elemental: algunos mercados, escuelas, policlínicos, ómnibus para viajar al centro de La Habana, a la Víbora, al Vedado, un cine, una casa de cultura y el mar.

Y en eso llegó el período especial, la década de los noventa. Con el transporte en extinción, Alamar fue más isla que nunca. Isla y desierto. No por gusto de aquí salieron los primeros ómnibus-camellos. Para cruzar la bahía (y atravesar el desierto) era necesario montar en esas «bestias» devenidas en icono de la ciudad; tal vez la imagen más fotografiada de Cuba en los últimos 15 años. Pero también hubo otros nacimientos.

En Alamar se celebraron los primeros festivales de rock, en los ochenta; y en el decenio siguiente, fue el centro nervioso de la cultura hip hop en Cuba, es decir, de todas las expresiones de ese movimiento contracultural: el rap, el graffiti, el break dance. Y como consecuencia, el anfiteatro de Alamar acogió a los festivales de rap, un fenómeno cultural de gran magnitud. Fueron eventos que movieron a raperos de toda Cuba y también de otros países. Ellos enriquecieron el entorno, dejaron sus marcas orales, gestuales, sonoras, origen de otros nacimientos.

Coexistiendo con los raperos, en un mismo espacio alamareño, había poetas, pintores, bailarines, actores, músicos de otras tendencias, que respiraban la carga energética circulante e hicieron una lectura particular de ese movimiento. Vale decir que la Casa de la Cultura de Alamar y el Centro de Arte y Literatura Fayad Jamís, aledaño a la misma, estaban contribuyendo a la vida de ese universo artístico y justamente allí se estaban incubando otros alumbramientos. De ese caldo de cultivo brota uno de los proyectos artísticos más inquietantes de los últimos años, no ya en Alamar, sino en la Isla, el proyecto construido por los grupos Omni y Zona franca, insuficientemente conocido todavía, a pesar de tener una década de existencia. Para indagar sobre la evolución de Omni-Zona franca conversamos largamente con dos de sus fundadores, los poetas Amauri Pacheco del Monte y Luis Eligio Pérez Meriño. El texto que sigue es una interpretación, y, en ocasiones, una cita de sus palabras, no siempre entrecomillada.

Omni-Zona franca es el resultado de la fusión de los dos grupos: Omni (artistas plásticos) y Zona franca (poetas), constituidos hacia 1998, que compartían espacios en las instituciones anteriormente mencionadas, pero cuyas proyecciones hacia el hecho artístico desbordaban el canon y los espacios institucionales. Sus fundadores fueron Juan Carlos Flores, Amaury Pacheco, Luis Eligio Pérez, Leonardo Guevara, Alberto Basabe, Edwin Reyes, Joamna Depestre, Grisel Echevarría, Nilo Julián Preval, David Escalona, Jorge Pérez González, Adolfo Cabrera, René Cervantes, Orbel Reyes, Violeta y Ángel Ortega.

Ellos entendieron que su arte debía ser expresado en el espacio público, porque era allí donde estaba transcurriendo la verdadera existencia en esos años difíciles en que el cubano sale a la calle a pregonar, a vender, a comprar, a luchar por su vida. Asumieron que la poesía –entendida como totalidad– debía ensancharse; comprendieron que tenía que ser mucho más que escritura, encarnar la oralidad y la gestualidad; y ese camino los condujo al performance, una de las formas que más han utilizado para manifestarse en los espacios públicos.

Sus acciones de performance, dotadas de una gran imaginación, han transcurrido en ómnibus, calles, parques, edificios, instituciones culturales, mostrando una creatividad que hace estallar los límites de la lógica y la cordura. Legendarios han sido sus performances a bordo de los camellos. Durante esos eventos leen [leyeron], en voz alta, a Lezama, Piñera, Freud, Marx, Pessoa, La Biblia, Jung; discuten, intercambian, y literalmente intervienen el medio de transporte.

Luis Eligio narra una acción llevada a cabo por el grupo en el Festival del Caribe de Santiago de Cuba: durante tres horas, tres de ellos caminaron muy lentamente a lo largo de la calle Enramada. Iban empapelados con periódicos y respiraban por una manguera que salía de una maleta igualmente empapelada –una metáfora del hombre preso por la información–. Finalmente llegaron al parque Serrano acompañados por un loco y un mendigo. Allí había un grupo de gente encadenada y con la boca clausurada. Entonces el mendigo hizo un círculo de fuego; ellos tres se internaron en el círculo, se despojaron de los periódicos –quedaron desnudos–, le prendieron fuego a los periódicos y comenzaron todos a danzar, cantar y decir mantras.

Según Luis Eligio, la naturalidad con que realizan sus acciones hace dudar, a quienes las están presenciando, si lo que ven es una representación o si está ocurriendo realmente, pues han alcanzado una gran maestría en sus actos de performance. Ellos han incorporado las artes del mimo, del clown, del comediante; las han amalgamado con su condición de poetas en un sentido totalizador, que también se reconoce griot, juglar, shamán; que se apropia, además, del legado del surrealismo, del dadaísmo, del futurismo. Y, en su propia construcción performática, han reconocido todas las tradiciones espirituales del cubano. Han visto, por ejemplo, la performatividad de la religión yoruba al hacer un ekbó y soltarlo en una esquina, o al pintarse la cara y salir para que la gente se ría. «Hemos hecho esas interpretaciones leyendo los textos de las vanguardias artísticas, ahí entendimos mejor esos significados», dice Amaury.

Para Amaury ha sido muy importante la observación de los comportamientos de muchos personajes que pululan en los espacios públicos, como los mendigos y los locos, que drenan allí sus explosiones mentales. «El Caballero de París es mi experiencia básica de la performatividad: una persona que regala flores y poemas constituía un sentido de la caballerosidad en la calle; y a mí me parecía que hacía falta eso», expresa el poeta. Quien vio deambular a Amaury por La Habana u otros sitios de la Isla, algunos años atrás, seguramente no reconoció en él a un artista, a un poeta, a un hombre inteligente, lúcido, totalmente comprometido con sus convicciones, sino que simplemente vio a un loco. Porque solamente a un loco se le ocurre andar con un gabán en pleno verano. Pero en esa acción vital, Amaury portaba al Caballero de París, negro y con dreaklocks, y a San Lázaro, el santo adorado por los mendigos y los leprosos. Amaury cumplía –la sigue cumpliendo, aunque ya no viste un gabán– una misión para la poesía.

Ese sentido misional es compartido y asumido por el grupo. No de otra manera pudieran estos hombres y mujeres de talento –escultores, pintores, músicos, cineastas, escritores– entregarse a una causa de bien público sin pensar en salarios, recompensas, premios, sino en el crecimiento espiritual. Esa misión está presente en la peregrinación que cada año hacen al santuario de San Lázaro, en el Rincón, los 17 de diciembre. Ese día, se montan en un ómnibus con un garabato gigantesco, de más de tres metros –la unión de muchos garabatos cortados de los árboles–, desmontan en la Ciudad Deportiva, y caminan hasta el santuario (unos quince kilómetros) cargando el garabato por turnos.

Durante toda la travesía, asumida como vía crucis, van cantando, bailando, orando, pidiendo por la salud de la poesía y de la nación. «Nosotros vamos al Rincón con mucha alegría y ese campo creativo imanta», dice Amaury, quien refiere la experiencia de cargar el pesado garabato:

«Al cargarlo experimentas, primero, una sensación de gran peso, y después, levedad, hasta que despiertas por agotamiento. Es una experiencia liberadora. Durante todo el camino sientes una experiencia única, porque ese día, en esa vía, se acumula el dolor y el deseo de la nación. Nosotros hacemos una lectura de los sentimientos en ese espacio misional. El poeta tiene un sistema nervioso captador de imágenes. Cuando penetramos en la iglesia con el garabato sentimos esa acumulación de dolor, pero irrumpimos con la fuerza de la poesía que llevamos y creamos un campo vibratorio que limpia e ilumina. Después, salimos de la iglesia, donde mucha gente nos espera para orar juntos y leer con nosotros Corintios 13:

“Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy…”»

Las palabras de Amaury señalan claramente una mística dentro del concepto poético que ellos asumen: un arte pleno de espiritualidad, imantando todo el espacio, pero también recibiendo las vibraciones de ese espacio. «La espiritualidad es nuestro centro. La condición de lo poético circula a través de tu existencia y se carga en el espacio público que está lleno de escritura; tú eres parte de esa escritura».

En una década de trabajo, Omni-Zona franca se ha forjado una extensa hoja de servicios a la poesía, a la sociedad. Ellos han estado presentes en diversos eventos culturales de la Isla y más allá. Además del señalado Festival del Caribe, en Santiago de Cuba, han dejado su huella en las Romerías de Mayo, en Holguín; en las Jornadas de poesía de Sancti Spíritus, en la Bienal de La Habana; en festivales de performance en Cienfuegos, en un Festival de cine en Münich, pero, especialmente, en Poesía Sin fin, en Alamar, una fiesta innombrable que ha crecido junto con el grupo y en 2007 llegó a su novena edición. Comenzaron haciéndola un día, dos, tres, siete; y desde el 2006 ocupan todo diciembre. Durante esas jornadas desatan las genialidades que han inventado: instalaciones, performances, fiestas de máscaras, cabaret poético, concierto de máquinas, prácticas espirituales, y todo tipo de locuras. Como han alcanzado un prestigio en la ciudad letrada, tienen un fuerte poder de convocatoria. Fuimos testigos, en el pasado diciembre, de la emotiva lectura que brindaron los poetas César López, Lina de Feria y Basilia Papastamatiu, claramente imantados por la energía circulante.

Poesía sin fin es la concreción de un anhelo del grupo: hacer de Alamar un sitio para instalar la poesía, un lugar de democracia artística donde cabemos y nos reconocemos todos. Ellos llegaron girando, desde muchas partes, y en este crisol instalaron una ciudad poética. «Alamar es nuestro cielo poético», me dijo Amaury.

El interés por el trabajo de Omni-Zona franca ha generado los documentales siguientes: Omni frente al espejo, de Raydel Araoz, 2006; Cuba performance, de Elvira Rodríguez Puerto, 2006; Alamar express. El hombre nuevo, de Patricia Satora, 2007; y Un objetivo recorre La Habana, de Manuel Neira, 2007. Por su parte, el CD Alamar express recoge su impronta sonora y la de algunos amigos: poemas, canciones y otros registros. Como poseen una riquísima documentación audiovisual de sus acciones, y cómo la seducción por su obra es creciente, seguirán apareciendo nuevos testimonios fílmicos de su labor creativa.

Alamar, La Habana, 2008