César Leante: Vargas Llosa / ‘La ciudad y los perros’

I.
Para analizar la obra de Mario Vargas Llosa propongo partir de un auto de fe: la quema que de su libro hicieron en el colegio militar “Leoncio Prado”, de Lima, el año pasado. Reunieron a los cadetes (en perfecta formación, desde luego), hubo discursos en los que se acusó a Vargas Llosa de “procaz”, “degenerado”, “traidor a la patria” y otras lindezas y luego el fósforo hizo arder mil ejemplares de La ciudad y los perros, en un acto tan grotesco y estúpido que comentándolo con espíritu humorístico el autor dijo que “se había exagerado un poco el juicio literario”.
Pero este hecho ilustra mejor que cualquier argumento la significación de la obra. Si La ciudad y los perros hubiera sido una novela inocua las autoridades peruanas no se habrían tomado la molestia de darle candela. Despertó la santa ira de los nuevos inquisidores con entorchados porque Vargas Llosa ha golpeado fuerte y a fondo. ¿Cómo? Describiendo simplemente la vida privada del colegio militar “Leoncio Prado” (el mismo donde fuera quemado su libro) con todas sus brutalidades, su crueldad, sus perversiones, revelando que su cacareado sentido del honor, de la rectitud, del deber son el más burdo engaño; reduciendo, en fin, a filfa las tan proclamadas “virtudes” militares.
No sé si el “Leoncio Prado” es un colegio estatal. Tengo entendido que sí; pero aunque no lo fuera no se requiere ser muy sagaz para descubrir la correspondencia que hay en América entre las oligarquías dominantes y las instituciones militares. Estas son el apoyo más sólido y efectivo de aquellas, cuando no ejercen el poder directamente por la vía del golpe de estado, el cuartelazo, etc. -cosa tan frecuente en nuestro continente que ya ha adquirido toda la distinción de un elegante deporte. De ahí que al destruir moralmente el “Leoncio Prado”, Vargas Llosa esté destruyendo, de hecho, todo lo que representa. De colegios como el que sirve de escenario a La ciudad y los perros salen los oficiales encargados de reprimir huelgas, apelear obreros, matar campesinos, en breve: los custodios del “orden”. Y obran (si se les quiere conceder la inconciencia más absoluta) en nombre de toda una escala de mitos: patria, honor, deber … virtudes teologales del código castrense. Vargas Llosa es su desmitificador. ¿Cómo, pues, van a tolerarle que lo haga impunemente?
De un modo general, este es el fondo del libro y la causa inmediata de la hoguera que se hizo con él. Pero La ciudad y los perros posee méritos más específicos que la carga de denuncia que lleva implícita. Es ante todo una novela espléndidamente escrita que mantiene el interés de la primera a la última página. Aunque roza otras zonas de la sociedad peruana, centra su tema en el “Leoncio Prado”. Con implacable autenticidad, Vargas Llosa muestra la vida que se desarrolla dentro de sus muros. Enviados por sus padres al “Leoncio Vidal [sic]” en la creencia de que la educación militar hará de sus hijos hombres hechos y derechos, en realidad lo que el colegio militar hace es convertirlos en bestias. El medio los obliga a ello. La educación que reciben estimula sus más groseros instintos. Se vuelven crueles porque en el “Leoncio Vidal” los débiles no pueden subsistir; perversos, porque estiman que la perversidad es un atributo de la hombría. En un mundo donde reina la violencia, desarrollan un atroz código de valores: cuanto más despiadado seas más hombre serás y más te respetarán; al que es flojo hay que pisotearlo; la traición es el más infamante de los delitos y debe castigarse aún con la muerte. No se trata de características especiales de la juventud, de esa capacidad de violencia que hay en todo joven. En otro ambiente estos muchachos serían distintos, como lo son cuando están fuera del colegio, en la calle, en sus casas, en la ciudad: incluso el Jaguar, de profesión ladrón. El “Leoncio Prado” es una cárcel y en la cárcel no se pueden tener maneras de señoritas. Hay que estar a la altura de la institución y seguir la conducta de un presidiario.
Pero se ha terminado el espacio y aún queda mucho que decir. Seguiremos mañana con La ciudad y los perros.
II.
En un reciente Café Conversatorio celebrado en la Casa de las Américas, Mario Vargas Llosa dijo que no había tenido ningún propósito de denuncia al escribir La ciudad y los perros. Lo creo. Si hubiera procedido de modo contrario, tal vez no habría logrado la excelente novela que ha escrito. Escribir partiendo de una tesis es siempre riesgoso, pues puede ocurrir que el resultado sea un tratado de filosofía o de sociología y no una obra literaria. Por supuesto que hay excepciones. Brecht podría salirme al paso y decirme: “Un momento, yo escribí partiendo de tesis, ¿y no son obras literarias mis piezas?”. Tendría que agachar la cabeza. De todos modos, por lo regular la tesis (no es el término más acertado, lo sé) se desprende del libro si lo que se ha escrito rebasa el valor anecdótico.
Más aún en el ámbito de la novela. La novela exige como un ocultamiento de las intenciones del autor por ser ante todo una acción, la representación más o menos auténtica de la vida. Así sucede con la novela de Vargas Llosa. No pensamos en que se está denunciando ningún estado de cosas mientras leemos La ciudad y los perros. Nos sentimos atrapados (y en ocasiones fascinados) por lo que su autor nos cuenta, por lo que está pasando y nos interesamos menos -o nada- por arribar a conclusiones que por la acción que se está desencadenando. Es decir, nos incorporamos al mundo de la novela. Las conclusiones vendrán después, ya finalizado el libro, cuando reflexionemos sobre él contemplándolo como un todo.
Cuando un novelista consigue apresar de tal manera el interés del lector ha alcanzado el máximo de eficacia que se le puede exigir y podemos estar seguros que ha escrito una obra memorable. ¿Cómo logra esto Vargas Llosa? Ante todo por su extraordinaria capacidad novelística para aprehender situaciones y personajes y su no menor capacidad para narrarlas. En La ciudad y los perros no hay símbolos, sino seres reales y situaciones que sentimos auténticas, ilustrando un mundo con el que nos identificamos plenamente a pesar de nuestro desconocimiento de él. Pienso que el valor de una obra se mide por el grado de verdad que contiene. La novela de Vargas Llosa es verídica, y no porque los episodios que en ella se narran sean una versión exacta de los ocurridos en el colegio militar, sino porque su autor ha sabido utilizarlos para construir con ellos la verdad de ese mundo. El resultado es un libro profundamente auténtico.
Literariamente, La ciudad y los perros sorprende también (más aún si se tiene en cuenta la juventud de su autor y que ésta es la primera novela que escribe) por el ancho margen de recursos literarios que Vargas Llosa emplea. Indistintamente la narración pasa de la tercera a la primera persona o al monólogo interior. Mas estos recursos no están utilizados gratuitamente (si así fuera carecerían de valor): responden puntualmente a la estructura interna de la novela y a las fluctuaciones de la conciencia de sus personajes, con lo cual la novela gana en profundidad sicológica. Ejemplo del acertado uso de estos recursos literarios, es el magnífico capítulo final en que dos escenas, en distintos planos, son narradas simultáneamente sin que en ningún momento se vea en ellas la menor solución de continuidad.
Sin embargo, y a pesar de la diversidad de técnicas modernas que utiliza, sitúo a Vargas Llosa dentro de la tradición novelística del siglo XIX (de su segunda mitad, quiero decir). ¿Por qué? Por la sistemática minuciosidad de su prosa, por la forma exhaustiva en que se agota una situación. Aquí se originan, tal vez, los dos defectos que le señalo a La ciudad y los perros: el primero, la excesiva extensión de algunos capítulos (no me pidan ejemplos, hablo desde la impresión de un lector) o, en ciertos casos, su inutilidad quizás, y el otro su frecuente abandono del colegio militar para narrar acciones secundarias. El lector está tan atrapado en su recinto como sus cadetes y sufre con estos cambios. Un tercero sería que es lástima que Vargas Llosa no haya aplicado su poderío de novelista a una dimensión más universal que el “Leoncio Prado”. Pero esto es harina de otro costal.
“La verdad es revolucionaria”, dijo Gramsci. Vargas Llosa ha escrito un libro pleno de autenticidad, profundamente verdadero. Por eso, aunque él no se lo haya propuesto, La ciudad y los perros es una denuncia de esa enfermedad americana llamada militarismo.
Publicación fuente ‘El mundo, 5 y 6 de febrero de 1965’.
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