Ahmel Echevarría: La geografía de la memoria en la obra de Ibrahim Miranda

En la Galería Diana Lowenstein de Miami, se inauguró el sábado 7 de junio la exposición “Sea Superstition” del artista visual Ibrahim Miranda (La Habana, 1969), que permanecerá abierta al público hasta el sábado 26 de julio.
La obra “Isla Laboratorio o 7 maravillas” (serigrafía y xilografía, 2012) sitúa al visitante frente a una sucesión de imágenes que contienen la geografía de un territorio o país, al que ha denominado “especie de Isla Animal”, y la geografía del cuerpo y la memoria. Por otra parte, ilustra lo que el propio Miranda ha dicho de su trabajo: “El reciclaje es la base de la cultura doméstica cubana, por eso utilizo mapas como centro de referencia de la vida cotidiana (…) y de otros lugares o ciudades que siempre visito con un objetivo artístico”.
Un extraño relato parece avanzar sobre la “Isla Animal”, caimán no ya tendido sobre un Caribe añil, sino arrastrado por la corriente junto a islotes, cayos, penínsulas. En su lomo se yerguen iconos que persisten como altas cotas de ingenio, arte, cosmovisión, política y poder a lo largo de la historia de la humanidad; sí, maravillas de la arquitectura. Tras la sexta edificación nos aguarda lo que parece un bohío, con lo cual podríamos estar en presencia de lo que Miranda califica como sus “propias ficciones y utopías o meras interpretaciones sobre ellas”.
¿Se trata exactamente de una ficción, una utopía, de “meras interpretaciones sobre ellas”?
Reinterpretando a Lezama Lima, es el misterioso relato de un “viajero inmóvil” a través de la historia, viajero cercado por ese mar que Virgilio Piñera interpretó cual cáncer rodeando la isla.
En “Isla Laboratorio…” la arquitectura ocupa el lugar del hombre; el peso de la historia desplaza al individuo. Sin embargo, los anillos de la madera, cual corriente marítima, hablan de un flujo vital, una persistencia, una huella y un viaje, acaso la posible fuga de ese individuo narrado en ausencia.
¿Ibrahim nos habla de emigración y también de “inxilio”?

El empleo de técnicas mixtas le permiten entremezclar signos de la religiosidad afrocubana y de las narraciones tradicionales japonesas. Ambas contienen eventos sobrenaturales, fantasmas, espíritus y criaturas diversas. La espiritualidad teje una trama aparentemente invisible entre los mundos recreados.
Del patakin al kwaidan, o desde esos dos tipos de relatos orales, transita Miranda hasta desembocar en el presente. Sí, enlazando dos universos o culturas diferentes donde cohabitan lo místico y lo real, la fe y el conocimiento heredado.
¿Es un gesto político, una forma de resistencia, o simplemente el reflejo natural de una experiencia vital?
El mapa es un elemento recurrente en su trabajo, casi “una obsesión”. Su función es simbólica: social, cultural, política. Pura cartografía de la memoria, del deseo, incluso del desarraigo.
Para ilustrar lo anterior, nada mejor que la serigrafía sobre papel “Dumbo y los caramelos un malentendido” (2015). Desde la ironía, parece adentrarse en algo más que un conflicto político no resuelto. La trompa se alarga justo sobre Florida, la península tiene la forma ideal para que el artista vea en ella una suerte de mutación y nosotros participemos en el completamiento de cuanto en la obra acontece, o de formularnos la verdadera pregunta: ¿Cómo concluye el malentendido?
Porque hay un ávido elefante ocupando buena parte de la geografía de los Estados Unidos, y se ha abalanzado sobre dos caramelos, uno azul y otro rojo, dos golosinas dispuestas sobre parte del occidente y la zona central de Cuba, un país al cual Ibrahim convierte en “algo que uno nunca sabe exactamente qué es, porque experimenta una metamorfosis sin fin”.
En la serie “Kwaidan” la sucesión de líneas onduladas domina lo que puede ser entendido como migración, fuga, deriva. Vemos formas redondeadas, de colores variados, con incrustaciones parecidas al globo ocular. Avanzan. Se miran, nos miran. Un misterio las atraviesa, nos atraviesa. Incluso “animan” a lanzarnos a ese destino plural, a compartir cuanto los mueve.

El mar, o la masa de agua, se instaura cual cuerpo presente en muchas de sus obras. Es amenaza o cerco, espacio de soledad, aislamiento, umbral de un destino trazado. El territorio rodeado por toda esa agua puede tener la forma de una mujer negra o blanca, una isla, un delta, o la orilla de un río (kawabata), incluso un río o arroyo (kawata).
Lo que se nos antoja oleaje y corriente podría ser a un mismo tiempo huella dactilar.
Ninguna ola se parece a la anterior, y cada huella dactilar es única; visto así, ningún individuo es el calco de otro, aunque compartan fatalidad, añoranzas, memorias, religión e ideología. Al igual sucede con los mapas de Ibrahim, ahí radica otra de las peculiaridades de la performance de este artista en el acto de reelaborar cuanto le rodea.
Ante “Sea Superstition” nos preguntamos por el significado de varias especies de la flora y la fauna. ¿Son autóctonas, invasoras, míticas o propias del delirio?
Hay además siluetas, parecen fotogramas de una película o fotos incrustadas en el lienzo.
¿Se trata de individuos e inmuebles que nos ubican en una memoria tanto personal como colectiva, que remiten a un pasado e incluso a un porvenir?
Vemos rostros y cuerpos humanos en ocasiones fantasmales debido al alto contraste (“Eclipse”, 2020; “Luna de Día”, 2020), vemos una ciudad (“Tormenta Fractal”, 2016), un central azucarero (“Paisaje con Ingenio”, 2016), medio difuminados todos ya sea por el inminente olvido, un desastre natural o por el efecto de políticas (económicas y sociales) no inclusivas o fallidas. Distancia temporal y geográfica pero no emocional, podríamos pensar ante estos mapas o paisajes alterados.
Publicación fuente ‘Artburst’
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