Ramón Fernández-Larrea: De cuando Marlon Brando se subió a una tumbadora

Autores | Memoria | Música | 1 de julio de 2025
©Marlon Brando / Archivo

Por eso G. Caín pone la petición exacta de Marlon Brando, convertido en Mr Barker, aquella noche de aventura habanera: “Podríamos ir al Chori o algo así. No quiero ir a los cabarets elegantes porque no me sentiría cómodo. La gente burguesa no mira y pregunta como la gente del pueblo, pero en su contención hay algo que molesta más que la franca y sana curiosidad popular”.

Ya había hecho Un tranvía llamado deseoViva ZapataJulio César y Nido de ratas (On the Waterfront), conocida en España como La ley del silencio. Pero en La Habana entonces de entonces podía uno encontrar de todo, menos silencio. Y mucho menos en aquella zona donde el ron y el bramido de las tumbas hacían estremecerse a la noche y le movían los pies a cualquiera.

Cabrera Infante resume aquella ansia de tambores de Brando de este modo: “El recorrido por los cabarets, en automóvil, no solo comprende el espectáculo de El Chori (Silvano Shueg, percusionista y excéntrico músical), se extiende hasta el Panchín, el Pennsylvania, el Sans Souci”.

El Chori fue el único hombre que se atrevió a escribir un nombre distinto al de Fidel en la Cuba posterior a 1959, el suyo. Con tiza, en las paredes y en el asfalto, Chori. La promoción más corta y sencilla del mundo, que llevaba detrás el misterio y la magia de lo que hacía.

Porque Silvano Shueg, el olvidado santiaguero que pensaba con sonidos y hacía cantar los cueros y los vidrios, es hoy prácticamente un desconocido. Quien camine ahora por aquellas calles de la playa de Marianao, en toda la zona frente al también desaparecido Coney Island, no encontrará ya nada. Ni el aire de claves y tambores. Ni los profundos cantos de la rumba, ni las luces brillantes y tenues que eran el encanto de las noches donde grandes músicos cubanos se ganaban la vida honradamente.

Aquello merecía la visita entusiasmada de Mr Barker, que a cada minuto se iba pareciendo más a Marlon Brando. Era territorio de El Chori, que recorrió La Choricera, El Pennsylvania, El Niche, El Paraíso, el Rumba Palace, El Pompilio y La Taberna de Pedro, donde tocó tambores, timbales y cencerros.

©El Chori haciendo uno de sus conocidos performances

No sé si Marlon Brando, en su deseo de beber de lo más natural de la rumba vio bailar alguna vez a José Rosario Oviedo “Malanga”, que lo hacía entre vidrios rotos y cuchillos. O si disfrutó a la matancera Andrea Baró bailando una columbia. O a Florencio Calle “Catalino” o a otro grande, como Gonzalo Ascencio “Tío Tom”.

Pero esa noche todo apunta a que Marlon Brando quedó atrapado por “Silvano Shueg Echevarría, apodado Choricera de niño, quien adoptó como nombre artístico simplemente Chori, nacido en Santiago de Cuba el 6 de enero de 1900, en la calle Trinidad 56, entre Reloj y Calvario, y que desde pequeño se las ingeniaba para arrancar sonoridades percutiendo sobre cualquier objeto. Su obsesión era sacarle otros sonidos al mundo”.

La naturalidad y la fuerza de El Chori en la percusión impresionaron hondamente al gran actor. Y cuentan esto: “Después de disfrutar estupefacto aquel show, propuso al Chori llevarlo a Hollywood para mostrar al público su inmenso talento… el percusionista fue llevado por el agente teatral hasta el aeropuerto de Rancho Boyeros. En el momento de la partida el músico dijo ir a tomarse un café y desapareció. Un tiempo después ya estaba en su cueva con un trago de ron y diciendo a sus amigos: «Ni por aire ni por agua voy a ningún lado».

Marlon Brando seguro tuvo que tocar solo las seis tumbadoras, intentando recrear, de memoria, aquella noche en La Habana en la que El Chori le arremolinó la sangre sacudiendo su corazón.

Publicación fuente ‘Colección Gladys Palmera’