Armando Luna Franco: Entrevista a Rafael Rojas / La idea de América Latina

Autores | Memoria | 2 de julio de 2025
©Portada de ‘La historia como arma’

Rafael Rojas presentó su nuevo libro La historia como arma: los intelectuales latinoamericanos y la Guerra Fría (Siglo XXI Editores, 2025). En nueve capítulos explora las disputas y personajes que dieron forma a la búsqueda de una identidad latinoamericana en medio del conflicto bipolar. El libro analiza la literatura e historiografía de nuestra región desde la historia intelectual para exponer los indicios y referencias que guiaron las discusiones entre los años cincuenta y ochenta del siglo pasado.

Hay cuatro temas que llaman mi atención sobre el libro: ¿cómo defines el ensayo social, en tanto género literario?, ¿tienes alguna preferencia hoy por alguno de los prefijos que mencionas en el primer capítulo como expresión identitaria de nuestra región?, ¿por qué consideras que en México, a diferencia del Cono Sur, no se dio un ensayo social tan representativo, a diferencia de los ensayos humanistas escritos aquí en la etapa previa a la Guerra fría?, ¿considerarías que la obra de personajes como Carlos Fuentes, Pablo González Casanova o José Revueltas sería cercana al ensayo social como lo propusieron Ángel Rama, Eduardo Galeano o Vânia Bambirra?

Llamo ensayo social a un tipo de texto producido en diálogo con las ciencias sociales y la historia académica que, entre los años cincuenta y ochenta, trataría de dar cuenta de la transformación de América Latina en la Guerra Fría. En ese género, identifico la obra de Galeano, Rama, Bambirra, Marta Harnecker y otros autores que estudio en La historia como arma.

Como comento al inicio del libro, no se trata tanto de preferencias como de una constatación del prefijo que ha predominado en la disputa geopolítica. Durante la Guerra Fría y sobre todo en las décadas siguientes, el prefijo latino acabó por desplazar a otros como ibero o hispano en las construcciones identitarias de la región. América Latina y el Caribe no sólo sigue siendo la definición más incluyente desde un punto de vista geográfico, sino la más consagrada a nivel académico y diplomático. Se trata de un rótulo identitario que reclaman para sí las comunidades latinas en Estados Unidos y Europa, por lo que tiende a crecer.

No creo que en México no se haya desarrollado el ensayo social que se glosa en mi libro. La obra de Pablo González Casanova es representativa de esa corriente que, en América Latina, asociamos con el surgimiento de las perspectivas sociológicas y económicas de la CEPAL y la Teoría de la Dependencia. Sin embargo, en la Guerra Fría, la obra intelectual de González Casanova se concentró en México. Otros pensadores mexicanos como Leopoldo Zea o Daniel Cosío Villegas tuvieron un perfil más latinoamericanista, pero practicaban otros géneros de escritura: la filosofía en el caso del primero y el ensayo histórico-político en el caso del segundo. El ensayo social que estudio en mi libro estaba muy endeudado con el estructuralismo francés y el marxismo social británico, como se puede constatar recorriendo Monthly Review y New Left Review, y la forma en que ambas revistas cubrieron el tema latinoamericano.

Tu pregunta sobre Revueltas y Fuentes es muy pertinente para pensar el lugar sui generis, a veces impreciso, de México en las redes de la Nueva Izquierda de los sesenta y setenta, un tema que han trabajado Ariel Rodríguez Kuri, Elisa Servín y Eric Zolov. Tengo la impresión de que se trata de autores con una ensayística mexicana más que latinoamericana, que parte de premisas y estilos muy distintos. Fuentes practicaba un ensayo literario o periodístico, incluso cuando intervenía en temas políticos, como en Tiempo mexicano (Joaquín Mortiz, 1971). El caso de Revueltas, como ha sugerido Rodríguez Kuri, es más complejo porque desemboca en posiciones cercanas a la Nueva Izquierda de los sesenta, pero desde una formación marxista o comunista bastante tradicional.

Una primera precisión sobre el concepto de ensayo social es si tuvo algún paralelo en la región fuera de los referentes marxistas y estructuralistas, es decir, símiles desde referentes liberales o conservadores durante ese periodo. Si hubo esfuerzos de ubicar a nuestra región y nuestra identidad desde esos referentes en la Guerra Fría, por qué no llamarlos así o ampliar la idea del ensayo social más allá de las referencias intelectuales que mencionas.

Había en los años de la segunda posguerra y del arranque de la Guerra Fría un estructuralismo más keynesiano que marxista, muy influido por la London School of Economics, que es perceptible lo mismo en Raúl Prebisch que en Cosío Villegas, en la CEPAL y el Fondo de Cultura Económica. Uno de los primeros libros de Víctor Urquidi, Viabilidad económica de América Latina (FCE, 1962), iba en esa línea y defendía la Alianza para el Progreso. Pero no estoy seguro de que Urquidi pueda ser incluido dentro de la corriente del ensayo social que describo en el libro.

Los debates intelectuales que se reconstruyen en La historia como arma no excluyen a autores liberales como Cosío Villegas en México o German Arciniegas en Colombia. En los ensayos introductorios se mencionan estos autores y otros como Ezequiel Martínez Estrada, el propio Zea o Augusto Salazar Bondy, que no escribieron desde una plataforma doctrinal marxista. El asunto es que una vez que se radicalizan las polémicas sobre la identidad, tras la recepción de todo el repertorio teórico de la Nueva Izquierda, la discusión intelectual sobre el latinoamericanismo se concentra en las izquierdas: la prosoviética, la maoísta, la guevarista o la más cercana a las tradiciones populistas o nacionalistas revolucionarias.

Me parece relevante cuando hablas de tres temas: la geografía del prefijo, la lucha por una teoría latinoamericana de la literatura y, en menor medida, en el caso del latinoamericanismo soviético. Pensaría que los esfuerzos de construcción nacional en nuestro país nos llevaron a tomar distancia de este proceso intelectual durante la Guerra Fría por el papel del mestizaje en el nacionalismo revolucionario. Un principio incuestionado durante esta época, tras las discusiones sobre lo mexicano del grupo Hiperión y toda la tradición que venía del final del porfirismo. No sería sino hasta Guillermo Bonfil Batalla que regresó la impugnación del mestizaje, ya fuera del espacio del ensayo social de la Guerra Fría.

Puede ser, también el peso de la vecindad con Estados Unidos tiene un papel ahí por medio de la afirmación de México en el espacio norteamericano, que se ha acentuado en la posguerra fría. Algunos cuestionamientos recientes de la condición de México como país latinoamericano, como los de Mauricio Tenorio o Jorge Volpi, irían por ahí. Pero yo te devolvería la pregunta: ¿cuál sería la gran intervención ensayística sobre América Latina, desde México, en la Guerra Fría? Luego de Extremos de América (Tezontle, 1949), de Cosío Villegas, me cuesta encontrar un texto emblemático.

Mi respuesta inmediata sería las Siete tesis equivocadas sobre América Latina de Rodolfo Stavenhagen. La pregunta es por qué esas tesis no incidieron tanto en la discusión dentro del marco de la Guerra Fría latinoamericana, tanto por su recepción nacional como regional. También pensaría en el texto de Pablo González Casanova: “Las democracias aparentes y los países semicoloniales”, publicado en 1967 en la Revista de la Universidad. Incluso su texto Sociología de la explotación, publicado por Siglo XXI. En él encontramos una de sus principales aportaciones: el colonialismo interno. ¿Por qué esas aportaciones no se incorporaron en el campo intelectual del ensayo social durante ese periodo, cuál fue su recepción?

Sería un buen ejercicio reconstruir la recepción latinoamericana de aquellas ideas de González Casanova y Stavenhagen. Tal vez algo que podría funcionar como hipótesis provisional es que la autopercepción del campo intelectual mexicano sobre su propia excepcionalidad se transfirió a buena parte de la región, y muchos latinoamericanos miraban a México como algo aparte por su revolución, su sistema político y su vecindad con Estados Unidos. Pero habría otra dimensión, nada despreciable, en este asunto y es que México, más allá de su excepcionalismo en la Guerra Fría, se convirtió en refugio de muchos de aquellos intelectuales y aquellas ideas latinoamericanas perseguidas por las dictaduras militares de derecha. En Ediciones Era, Siglo XXI y Fondo de Cultura Económica se editaron muchos de los libros de la Nueva Izquierda latinoamericana y los intelectuales y académicos de la izquierda brasileña, uruguaya, chilena y argentina fueron recibidos en la UNAM, el Colmex y el CIDE.

Qué bueno que mencionas esto: México como refugio del exilio sudamericano y las empresas editoriales. Aunque nuestro país no esté presente en el texto, sí lo estaba como espacio de difusión y vinculación. Una pregunta fundamental es: además de la política echeverrista desde el tercermundismo, por qué el exilio sudamericano decidió trasladarse a nuestro país y no a Cuba, que como recuerdas en La historia como arma, entró en una sovietización profunda durante la década. Por otro lado, ¿qué lugar tiene esta percepción en la disputa sobre la “Revolución preferida” en la historiografía? Aunque es algo que desarrollas más en Combates por la historia en la Guerra Fría latinoamericana (Academia Mexicana de la Historia, 2024), su presencia es innegable en La historia como arma.

Luego del cierre de la revista Pensamiento Crítico en 1971, que fue un órgano importante de la Nueva Izquierda, y el giro más dogmático en Casa de las Américas, en Cuba se produjo un progresivo alineamiento con el canon soviético de las ciencias sociales. Muchos intelectuales de la Nueva Izquierda latinoamericana mantuvieron su respaldo a la isla, que en la mayoría de los casos se reflejaba por medio de la oposición a la hostilidad de Estados Unidos. Pero en los setenta, México desplazó a La Habana como lugar de refugio de la izquierda latinoamericana, en buena medida por la apertura de la esfera pública y la impresionante actividad editorial e intelectual que había en la capital mexicana.

¿Cómo influyó el exilio en México y la apertura del régimen en la valorización de las dos revoluciones del continente?, ¿asociarías esta experiencia del exilio en la transformación del ensayo social a finales de los setenta y durante los ochenta que describes en La historia como arma?

Sin duda los refugios intelectuales latinoamericanos en el México de la Guerra Fría tuvieron una incidencia directa en la socialización, por la vía editorial y su difusión, de los debates sobre la “Revolución preferida”, los modos de producción y otros tópicos de la discusión teórica de la Nueva Izquierda. No sé si esa influencia del espacio mexicano haya sido decisiva en la “transformación” del ensayo social tipo Galeano o Rama. En el caso de Uruguay y Argentina, aquellos últimos exilios fueron breves, ya que para principios de los ochenta ya estaban echándose a andar las transiciones democráticas. Algunos de los intelectuales que estudio como Theotonio dos Santos y Vânia Bambirra u otros, como los argentinos José Arico y Juan Carlos Portantiero, fueron centrales en la primera etapa del tránsito democrático de los ochenta.

¿Cómo influyó el ensayo social como catalizador de los procesos de transición democrática?

Como se observa en el ensayo final, sobre el duelo, el mesianismo y la iconocracia, no hay tanto una influencia como una tensión entre aquellos discursos de la izquierda latinoamericana de la Guerra Fría y el tránsito democrático de fin de siglo. Aunque las izquierdas políticas formaron parte de las transiciones, el discurso intelectual latinoamericanista se relacionó con el cambio democrático desde el malestar y la incomodidad. Muy pronto, desde los noventa, comenzó a confundirse la transición con el neoliberalismo, lo cual propició esas tendencias iconocráticas y melancólicas que menciono al final. Las transiciones no produjeron una redefinición del latinoamericanismo y éste quedó ligado a la nostalgia de las revoluciones perdidas.

¿Cómo crees que nos afecta hoy la ausencia de un proyecto cultural identitario de alcance regional?, ¿está en el interés de las izquierdas y las derechas ofrecer uno?

El gran problema conceptual que se desprende de tu pregunta radica en cómo conciliar identidad y democracia en América Latina. Parecerían palabras enemigas, pero no tiene que ser así. El grado de dificultad que implica una identidad regional democrática hace que ni las izquierdas ni las derechas reales sean capaces de articular ambas cosas. La derecha piensa que el tiempo de las identidades ya se agotó. Y la izquierda prefiere repetir los mitos militantes de la Guerra Fría. En el fondo de ambas apatías yace un gran conformismo con la disgregación actual.

¿Te considerarías un practicante del ensayo social?

No, yo soy historiador. A veces escribo ensayo cultural e, incluso, literario, pero mi trabajo fundamental se inscribe en la historia académica.

Publicación fuente ‘Revista Nexos’