Miguel A. Sirgado: Consuelo Castañeda / El viaje de la luz entre ciencia, mito y memoria

En Miami, donde conviven tantos lenguajes y procedencias, la obra de Consuelo Castañeda se levanta como una brújula luminosa. La artista cubana, reconocida por su exploración innovadora del espacio y el color, inauguró en Zapata Gallery la muestra “Travel in the Light Part 2”, comisionada por Rodolfo de Athayde. “Consuelo es una pintora en mayúsculas”, afirma el curador, “pero su lenguaje atraviesa la pintura para infiltrarse en la gráfica, el diseño, la fotografía, el vídeo y la instalación. Hay en su práctica una apropiación consciente de la historia del arte y de las ciencias que se transforma en síntesis visuales, siempre vibrantes y experimentales”.
La exposición se organiza en tres núcleos conceptuales -“Círculo de colores”, “Poliedros” y “Espectros”- que ocupan las tres salas de la galería. En ellas, el espectador se adentra en un viaje donde la teoría del color, la geometría y los espectros luminosos se entrelazan con percepciones emocionales y espirituales. “Esta exhibición no tiene carácter conclusivo”, explica Castañeda. “Es la segunda parte de un proceso abierto, que puede continuar en una parte tres, cuatro, hasta que yo considere que las ideas han llegado a un punto de cierre. Prefiero mantenerlo enunciativo, en exploración, porque eso me da libertad”.
La primera sala, dedicada a los círculos cromáticos, retoma una larga tradición de teorías del color. Desde Empédocles y su visión del mundo compuesto por agua, tierra, aire y fuego, hasta Newton, Goethe, Chevreul, Munsell o Itten, cada época ha buscado organizar la experiencia cromática. Castañeda se apropia de estas genealogías, las cuestiona y las reconfigura en clave contemporánea. “Todos crecimos pensando que los colores cálidos eran el amarillo, el naranja y el rojo”, dice con ironía. “Pero en realidad, según la física, esos son los colores más fríos. El azul y el violeta, que siempre hemos llamado fríos, son los más calientes. A mí me interesa ese desfase entre lo que creemos saber y lo que la ciencia demuestra. Ese juego entre cultura y naturaleza, entre herencia y descubrimiento, es el corazón de estas piezas”.
Este gesto de subvertir la teoría tradicional del color no es un mero capricho, sino un ejercicio de confrontación entre el saber científico y la herencia cultural. Mientras Newton descompuso la luz a través de un prisma en el siglo XVIII, Goethe enfatizó su dimensión subjetiva y emocional en “La teoría de los colores” (1810). Chevreul estudió el contraste simultáneo, Munsell creó un sistema tridimensional, e Itten diseñó su rueda para la pedagogía de la Bauhaus. Castañeda recoge estas genealogías, pero las somete a prueba frente a la física contemporánea: la idea de que el color no es una cualidad en sí, sino una frecuencia electromagnética que se comporta en relación con la materia.

En la segunda sala, los “Poliedros” funcionan como estructuras que contienen el espectro de la luz. Castañeda los concibe casi como organismos vivos: volúmenes geométricos que giran, se inflan, se despliegan desde el negro hasta el blanco, transitando por toda la gama cromática. “Quise crear una especie de toroide, una malla que envuelve un poliedro y lo hace rotar. Las rayitas de colores se conectan de un cuadro a otro, como si fueran pulsaciones. Es un trabajo que hice de memoria, sin referencia, y confieso que por poco se me derrite la cabeza”, dice entre risas. En su visión, estos poliedros pueden expandirse desde lo microscópico —el ADN, la estructura celular— hasta lo macroscópico —galaxias captadas por telescopios—. “Me interesa esa continuidad entre lo micro y lo macro, como si la luz fuera un hilo que conecta todos los planos de la existencia”.
La tercera sala, “Espectros”, aborda con precisión el comportamiento de la luz en distintos medios. Aquí, la metáfora cede paso al rigor casi científico. “El color es una frecuencia electromagnética”, explica la artista. “Lo que vemos es apenas un fragmento mínimo del espectro total de la luz. Me interesa que el público se confronte con esa idea: que lo visible es apenas un ‘cachito’, y que lo invisible es mucho más vasto”. Las piezas traducen a un lenguaje visual tres fenómenos ópticos fundamentales. La reflexión, cuando un haz de luz incide sobre una superficie y parte de él regresa a su medio original. La refracción, cuando ese mismo haz modifica su dirección y velocidad al atravesar materiales como el agua, el vidrio o el aire. Y la dispersión, cuando la luz se fragmenta en sus longitudes de onda al pasar por un prisma o una gota de lluvia, dando lugar al arcoíris. “Me fascina cómo un rayo de luz cambia de curso, cómo se multiplica y revela lo que estaba oculto”, añade. “Para mí es casi una metáfora de la experiencia humana: siempre en tránsito, siempre desplegándose en nuevas posibilidades”.
El recorrido, sin embargo, no se limita a lo visual. La exposición incorpora pantallas, playlists y colaboraciones sonoras. La artista invitó a VJs y DJs como Adrián Monzón y Diego Hernández, y construyó una atmósfera que combina lo académico con lo lúdico. “Me gusta quitarle rigidez a la presentación, volverla un evento donde la gente se relaja, conversa, se conecta”, dice. “Además, gracias a la tecnología, pude alimentar los televisores y las tablets de la galería desde mi canal de YouTube, casi como un sistema abierto. Eso me dio la posibilidad de invitar a otros artistas, de expandir la muestra hacia algo más colectivo”.
Ese interés por abrir y compartir atraviesa toda la trayectoria de Castañeda. Nacida en La Habana en 1958, estudió en la Academia de San Alejandro y luego en el Instituto Superior de Arte, donde también fue profesora. En los años ochenta formó parte de la llamada generación de los 80, un grupo de artistas que revolucionó el vínculo entre arte y política en Cuba, introdujo el performance en la academia y cuestionó las jerarquías tradicionales del arte. Fue miembro del colectivo “Equipo Hexágono”, junto a Tonel, Humberto Castro y otros creadores, con quienes experimentó en el terreno de la creación colectiva. “Eran años de mucha efervescencia”, recuerda. “Todo estaba por inventarse, y había una necesidad de decir, de intervenir, de romper moldes”.
Su obra pronto trascendió la isla y comenzó a exhibirse internacionalmente, desde las primeras Bienales de La Habana hasta museos y galerías de Estados Unidos y Europa. En los noventa emigró primero a México y luego a Miami, donde desarrolló una carrera marcada por la experimentación con la fotografía, el diseño y el arte digital. En 2011, su retrospectiva “For Rent” en Americas Society, Nueva York, la consolidó como una de las voces imprescindibles del arte cubano contemporáneo. En 2015 presentó “Walls on Walls” en Faena Art, un proyecto monumental que dialogaba con la arquitectura y la memoria. Y en 2016 regresó a Cuba para su primera muestra individual en tres décadas, en el Gran Teatro de La Habana, en un gesto cargado de simbolismo.

A lo largo de este recorrido, Castañeda ha sido también profesora, crítica y teórica, siempre interesada en desestabilizar certezas. Su práctica reciente explora lo digital y lo interactivo, con obras concebidas para circular en internet y ser accesibles desde cualquier computadora o celular. “Me interesa que el arte llegue a todos, que no dependa de un objeto colgado en una pared”, afirma. Sus piezas se encuentran en colecciones como el Pérez Art Museum Miami, el Lowe Art Museum, el MoAD de Miami Dade College, y el Allen Memorial Art Museum de Oberlin College, entre otras. Fue becaria Cintas en 1997–1998 y su obra sigue presente en exposiciones colectivas que revisitan el arte cubano de los ochenta, como “Killing Time” en Nueva York o “Exercises to be Happy” en Miami.
Todo este trasfondo biográfico ilumina la muestra actual en Zapata Gallery, que condensa varias de sus obsesiones: la luz, el color, la geometría, el cruce entre ciencia y cultura, la apertura hacia lo colectivo. “Yo no tengo certidumbres, estoy llena de dudas”, confiesa. “Esto es una investigación en curso. Lo único que hago es compartir mis dudas, y eso a veces provoca que la gente se ría de sí misma o me mande cosas por las redes: un video de un arcoíris, un artículo científico, una foto curiosa. Ese diálogo con el público me parece maravilloso, porque convierte la exposición en una especie de proceso compartido”.
El público, en efecto, no recibe una lección cerrada, sino una invitación a viajar con ella. “Travel in the Light Part 2” es apenas una estación en un trayecto que combina filosofía antigua y física contemporánea, mitología y tecnología, rigor conceptual y juego sensorial. En tiempos donde lo efímero predomina, Castañeda apuesta por lo esencial: la luz como fuente de conocimiento, emoción y memoria. “La vida es un viaje”, dice con serenidad. “Y mi obra también lo es. A veces no sé hacia dónde va, pero sé que la luz siempre será la guía”. Luego matiza con una sonrisa: “Yo no tengo certezas. Trabajo desde la duda, desde la curiosidad. Y me gusta pensar que el público también salga con preguntas. La luz no sólo ilumina las obras: ilumina nuestras propias contradicciones”.
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Publicación fuente ‘El Nuevo Herald’
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