Desde mi perspectiva de entonces (la de alguien que nunca había visto un país del “capitalismo real”), más que una transformación, lo que experimentaba el mundo comunista era una conversión en toda la regla. Aquella gente estaba pasando, sin vaselina pero con terapia de choque, del kitsch comunista al kitsch occidental. Baste recordar la escena del oso Misha (la famosa mascota soviética) recibiendo en el aeropuerto Sheremetyevo de Moscú a Mickey Mouse. Para seguir leyendo…
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