Atravieso el cementerio para llegar a la casa de Tía L. Bajo por la avenida X, que el aceite de carros y los largos años de negligencia socialista casi han borrado del mapa. Enfilo hacia la batistiana explanada del Comité Central. A lo lejos, asoman las efigies de Camilo y el Che en los frontones de los altos ministerios. Pienso que el primer decreto oficial de una Cuba libre tendría que ser la destrucción de esas efigies, la voladura a cañonazos de esos fantasmas. Mientras me aproximo a la Plaza, voy destruyendo mentalmente la Raspadura, la Biblioteca. De otra descarga hago volar el Martí de Juan José Sicre. Todo debe ser arrasado si se pretende recomenzar. No deberá quedar piedra sobre piedra. Para seguir leyendo…
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