Jorge I. Domínguez: Frank Guiller: el cristal con que se mira

Artes visuales | 7 de septiembre de 2018

Frank Guiller (FG) usa unas gafas que debe haber heredado de algún viceministro de agricultura soviético de los años setenta. Y ahí debe estar la clave de su secreto.

He visto a FG una sola vez. Le dije que me gustaban las fotos que cuelga en Facebook, que me gustaban muchísimo. Me aseguró que esas fotos eran un intento de desmitificar al fotógrafo. Le dije que en ese caso el resultado había sido un rotundo fracaso, pues sus fotos solo alimentan el mito. Me parece que no le importó que le dijera ninguna de las dos cosas, pero no me atrevería a asegurarlo: uno no le ve la cara a FG detrás de esas gafas moscovitas que podrían tener un área más grande que cualquiera de las tres repúblicas del Báltico.

El hecho es que las fotos que cuelga en Facebook me han sorprendido cada día por casi seis meses. Uno se pregunta cómo demonios alguien puede hallar, divisar, reconocer y captar en su cámara tantos rostros horripilantes, bellos, repulsivos, desolados o alucinados como lo hace cada semana FG.

Se lo dije en cuanto me lo presentaron: «¿Cómo puedes hallar todos esos rostros en las calles de New York? Yo camino al menos diez cuadras en Midtown cada día y no veo ni la décima parte de los que tú descubres.» Me dijo que debía ir al Downtown, que allí sí pululaban las mujeres del Renacimiento y los iluminados del Medioevo y los desesperados del siglo XXI. Bueno, pensé, ¿se creerá este tipo que nunca he ido al Downtown? Tuve la sensación de que me estaba mintiendo.

Y no son solo los rostros. Cada escena que retrata Frank Guiller, cada calle, cada semáforo parece ser un trozo de una futura nostalgia. Es como si pudieras oler los pretzels quemados de los carritos ambulantes y escuchar la sirena del carro de bomberos y sudar el calor de este julio tropical en los senos de esa muchacha; y saber exactamente lo que vas a sentir cuando veas esas fotos de aquí a veinte años.

Y no son solo los rostros y las escenas; es también el instinto con que elige los filtros, los colores o la manipulación demoniaca a la que somete cada foto. FG sabe la intensidad de luz y la coloración exactas del aburrimiento, la lujuria, el cansancio, la tristeza y otros cincuenta y tres sentimientos humanos. Y lo demuestra cada día con una, cinco o diecisiete fotos.

Estoy convencido de que el tipo nos engaña. Sus fotos no pueden ser obra de una sola persona. Nadie puede encontrar tanta gente y tantos lentes, y tantos filtros y tantas muchachas lunáticas. Mi teoría es esta: Frank Guiller debe ser en realidad el hijo del viceministro de agricultura soviético que fue el dueño original de sus gafas. Sospecho que aprendió a hablar español de Centro Habana para despistar, pero que tendrá los dineros mal habidos de su padre en alguna cuenta secreta. Con ese dinero probablemente le paga a una docena fotógrados —mercenarios exsoviéticos de Brighton Beach— para que cada día salgan a la calle a tomar cientos de fotos que le entregan en la tarde y entre las que él selecciona las mejores y las cuelga al otro día en Facebook. Y usa esas gafas totalitarias como un camuflaje tras el que esconde su tremebunda historia.

Si mi teoría no fuera demostrable, entonces habría que aceptar que Frank Guiller es un fotógrafo de un talento y una sensibilidad singulares. Y que es además un artista que trabaja como un perro, y tiene el olfato de un perro para descubrir esos pequeños milagros que luego ves en la pantalla de la computadora y te hacen perdonar toda la otra tontería que vas a encontrar en Facebook.

Fuente original: ‘Tersites’