Lo peor no era el trabajo fuerte o los insultos (…). Lo peor era la incomunicación con tus familiares (cero correspondencia hasta el primer pase que llegó a los cinco meses), con tus propios compañeros de infortunio. Tenías que estar solo, moverte solo, zambullirte solo en tu subconsciente. Si los soldados te veían conversando demasiado con algún compañero llegaba el regaño, la amenaza de las armas largas, de una corte militar. Para seguir leyendo…
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