El discurso de las obras de Ezequiel tiene su principal basamento en la disyuntiva de tolerar o no tolerar. Esa es la clave. Nunca puede uno tener certeza de lo va a suceder: hay un uso de la sorpresa, una ironía soterrada que nos atrapa y termina por seducirnos y movernos hacia una especie de inestabilidad con la cual establecemos una relación difícil pero productiva. Sus pinturas, y otros escenarios plásticos, construyen una crónica sobre la extrañeza de estar vivo, y sobre la incomodidad de compartir el espacio con otros que emergen también de sus extrañezas particulares. Para seguir leyendo…
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