Imagínense la cara que hubiera puesto alguien como el Che Guevara, quien era uno de los muertos-vivientes de George A. Romero aunque no lo sabía, si hubiera hablado con estos “hombres nuevos nuevos” (para finales de los noventa, el hombre nuevo debía ser ya, según los cálculos del argentino, recontranuevo) y los mismos le contaran, casi tartamudeando y con asombro, cómo no podían dormir ya que un platillo volador de grandes dimensiones y luces de colores y robots semihumanos había parqueado en el patio de la escuela y había permanecido allí unos cuantos minutos. Para seguir leyendo…
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