La dictadura cubana, desde la muerte de John F. Kennedy, ha sido consentida por Washington. Primero por la protección de la URSS, luego por la convicción generalizada de que estaba condenada a desaparecer y no valía la pena arriesgarse para tratar de liquidarla. Eso lo escuché numerosas veces en Estados Unidos. Ante la incertidumbre de una caída estrepitosa, prevalecía la idea de no hacer nada por temor a un éxodo desbordado y al costo tremendo de reconstruir un país sometido a décadas de incuria comunista. ¿Para qué matar un mosquito a cañonazos si morirá a corto plazo? Bill Clinton, incluso, le concedió 20,000 visas anuales a Castro para aplacarlo. Era la válvula de escape. En el fondo, existía la secreta aspiración de que fuera a otra administración a la que le tocara pechar con el fin del castrismo. Para seguir leyendo…
Responder