Más que el discutible “triunfo” de la Revolución castrista, el primero de enero debería conmemorar la más grande victoria legislativa de Fulgencio Batista. Sabiéndose impopular, el general depuso las armas y abandonó discretamente la escena, llevándose con él a su familia y su séquito, a sus ministros y consejeros, y a sus jefes militares. Fue la salida honrosa de un gobierno inclusivo y progresista que había perdido el inconstante favor del populacho. “Pudiendo haber seguido el camino de muchos filibusteros del poder, lo entregó con sus anchas manos morenas a quien eligiera su pueblo”, había dicho Neruda, y esta era la segunda vez que Batista concedía la derrota. El vulgo proclamó a Fidel Comandante en Jefe, Caballo y Máximo Líder, antes de elevarlo al rango de Dictador vitalicio. Para seguir leyendo…
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