Catálogo: ‘Come Together’ / Exposición colectiva sobre collage
No me asusta el colach. Me impresiona, pero no me asusta. Lo veo siempre. Dondequiera. Así que no tendría por qué entrar a una galería para verlo. No niego que siento cierto respeto por el arte, pero no tengo por qué asombrarme y mucho menos maravillarme de que lo haya utilizado como uno de sus muchos trucos para hacerme (o ayudarme) a pensar, imaginar, gozar, sufrir o entender un poco más la realidad. O para salir volando de ella. Para aborrecerla. Porque la realidad tampoco merece tanta ceremonia. Pero el arte cree sinceramente que lo ha inventado todo, la pintura, el dibujo, el grabado, la escultura, el colach. Y no es así. Para nada. Los ha utilizado. Eso es todo. Y ha hecho muy bien con haberse apropiado también de este lenguaje. Pero hasta ahí. Nada sale de la nada. Y aunque no tengo la intención de desprestigiarlo ni mucho menos, que no me vengan con que es un invento del arte. Por favor. Y mucho menos sigan divulgando esa falsa historia de que no puede precisarse muy bien si fue Picasso o Braque como luego repite la cotorrita de Wikipedia. ¿Qué es eso? Ese es un globo que han estado inflando los que se dedican a pensar el mundo del arte con la cabeza metida en el cubo de la estética europea, sin mirar a los lados, a su alrededor. Un globo que hace rato que ha debido explotar. O ser explotado. El colach ha estado siempre ahí. No es una invención del modernismo, del cubismo, del dadaísmo, del surrealismo, ni nada de eso.
Molesto con esas ideas y con el pulóver ya empapado y pegado al pellejo por el sudor de junio, logro entrar en un abarrotado P-9 y me repito mentalmente, colach, colach. Me pego de inmediato sin intenciones eróticas y comienzo a repellarme con los tres pasajer@s que bloquean la entrada y de pronto la puerta de metal y cristal se cierra pegada a mis espaldas y nos convierte a todos en un sándwich humano, así que vuelvo a repetir la palabrita como un mantra, colach. Logro avanzar unos metros y aún sin llegar a mi destino he recogido en mi cuerpo a través del pasillo, los olores y malos olores de medio centenar de personas y probablemente también se me ha pegado algún catarro que pronto encubaré para llenar de coloridas y variadas bacterias mi pañuelo. La imagen de sus rostros y fragmentos superpuestos de brazos, orejas, bocas han quedado impresas en mis pupilas, en mi memoria, y sus gritos y vociferaciones seguirán sonando un rato más dentro de mi cabeza medio vacía hasta que vuelva a pisar de nuevo el pavimento. Ahí comienzan a pegarse paso a paso en las suelas de mis zapatos pequeñas plumas llenas de sangre seca de aves sacrificadas, salivazos llenos de ron barato, pegajosos barquillos de helado derretido, propaganda política estrujada, mezclados con el asfalto derretido y el churre patrimonial de La Habana. Y así durante todo el día vivo de colach en colach. Viéndolos, disfrutándolos, odiándolos, y sacando conclusiones inútiles sobre su presencia en Cuba y en el arte cubano. ¿Quizás además de un ajiaco o un mejunje, somos también una nación colach, mal recortada, mal pegada?
La cuestión es que el colach ha estado siempre ahí. Incluso mucho antes de que aquellos japoneses del siglo X o los meticulosos chinos del año 200 a.C. (y ¿por qué antes de Cristo y no de Lao Tsé o de cualquiera de sus antiquísimas deidades?) pegaran con almidón de arroz sus hermosas caligrafías sobre los primeros papelitos de la historia humana. Aunque a decir verdad la naturaleza ya lo venía haciendo por millones de años, pegando sus hojas secas, sus libélulas y dinosaurios muertos a sus calientes lavas volcánicas, a sus resinas, a sus fangos pantanosos para el disfrute de los futuros paleontólogos. La variedad del colach es enorme. Y la autoría, múltiple. Casi todo se convierte de un momento a otro en colach.
El adolescente que pega un papelito con pasta dental sobre el granito más feo de su acné. Y
El enamorado que con saliva y puñetazo impone en la carta de su corazón una estampilla para Lima. Y
La niña que recorta y luego ajusta, mordiéndose los labios, la minifalda a su cuquita. Y
La vecina que instala con mano de comino y laurel una calcomanía Turbo junto a sus graciosas fruticas imantadas. Y
La enojada tendera (medio-luto, tijera en el sucio cordón) que años atrás recortaba e implantaba con asco el cupón H-9 en el vale. Y
El funcionario subalterno y todopoderoso que presilla con indiferencia tu linda foto carnet a una planilla cuéntame-tu-vida. Y
La dulce viejita que en 1925 pegó con tanta devoción un trébol, un ala de mariposa, un perfumado pétalo en su álbum de visitas, y hoy exprime en vano sus recuerdos para saber quiénes eran Julián, Lorenzo, Octavio, que con tan buena letra escribieron allí “mi bienamada”, “tesoro mío” y toda esa sarta de cochinas mentiras. Y
El recluta, el becado, el presidiario que guardan siempre una mujer desnuda en su taquilla y le incrementan con furioso bolígrafo la espesura del pubis, los volcanes y todo lo que faltaba en aquella estúpida revista. Y
La flaca pecosa que cose nueve etiquetas sobre los nueve huecos de sus jeans, o en sus vistosas zapatillas Adidas, sin saber que hay nueve huecos sagrados en su cuerpo que aún no ha descubierto. Y
Los fumigadores-espías del aedes aegypti que pegan tras la puerta su VISTO. Y
Los electricistas con sus tapes. Y
Los artistas, claro (¡…dios mío, los artistas!) que supieron coser, presillar, clavar, pegar, unir todo eso que andaba suelto, separado y distinto para lograr al fin, con sus manías de embellecer y completar el mundo, que estas maravillosas acciones recuperaran de nuevo su cotidiana dignidad.
(*) Me disculpo por haber cometido aquí un humilde colach al pegar sobre el texto actual otro q escribí hace más de 30 años con mi pequeña maquinita Brother Crown.
Orlando Hernández, 1991-2023
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Título: Come Together / Exposición colectiva sobre collage
Curaduría: Yenny Hernández & Ricardo Miguel Hernández
Texto: Orlando Hernández
Exposición: Infraestudio, La Habana, Sept-oct, 2023
Artistas:
–Pedro Juan Gutiérrez (Matanzas, 1950)
–Orlando Hernández (La Habana, 1953)
–Sandra Ceballos (Guantánamo, 1961)
–Jorge Pantoja (La Habana, 1963)
–Glexis Novoa (Holguín, 1964)
–Omar Pérez López (La Habana, 1964)
–Luis Gómez (La Habana, 1968)
–Ernesto Benítez (La Habana, 1971)
–larry (Los Palos, 1976)
–José Carlos Imperatori (La Habana, 1976)
–Ricardo Miguel Hernández (La Habana, 1984)
–Nelson Barrera (Matanzas, 1988)
–José Manuel Mesías (La Habana, 1990)
–Evelyn Aguilar (Artemisa, 1991)
–Fernando Martirena (Santa Clara, 1992)
–Anadis González (Matanzas, 1994)
–Niurka Moreno (Las Tunas, 1994)
–Lázaro Saavedra Nande (La Habana, 1995)
–César Saavedra Nande (La Habana, 1999)
[Para descargar el catálogo de Come Together / Exposición colectiva sobre collage…]
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