Jorge Brioso: Mapas para un mundo que desaparece

“Allá, allá lejos;
Donde habite el olvido”.
Luis Cernuda
La exposicion “Mapas vulnerables” es fruto de la colaboración entre el Miami Dade College, Hialeah Campus y el Centro Cultural Español de Miami y forma parte de la programación de la XI Bienal Internacional de Arte Textil Contemporáneo WTA Miami .Los dos pintores que reúne esta exposición, Emilia Martín Fierro (Santa Cruz de Tenerife, 1965) y Juan Miguel Pozo (Banes, 1967) pintan mundos que han sido permeados por la humedad de Lete: la hija de la Discordia, según el decir de Hesíodo, y la diosa del olvido. Ambos equiparan su trabajo al de los arqueólogos: aquellos que desentierran lo devorado por la amnesia.
Pozo, por ejemplo, define su obra como una arqueología icónica. “Vi desaparecer un país”, me cuenta, describiendo de este modo su llegada a Berlín, en 1995. Fue testigo de cómo se desmantelaba una realidad, un modo de vida que se definía a sí mismo como el futuro de la humanidad. El reto de su poética radica entonces en representar lo que se desvanece a partir de aquello, la imagen, cuya naturaleza es la de la aparición. Su obra se hace con colores sucios, colores a los que el polvo, el tiempo, se les ha metido dentro. Al manifestarse en su obra, la imagen lleva en sus labios la profecía de su propia destrucción. En mi principio está mi fin, afirman sus figuras haciéndose eco del “East Cooker” de T. S. Elliot.
Lo que invocan las imágenes de Martín Fierro son estratos, sedimentos –“el campo de la visión es comparable al suelo de una excavación arqueológica”, declara la artista en una entrevista. Su obra se enfrenta al siguiente dilema: ¿Cómo llevar a la esfera de lo perceptible a Lete, al propio olvido? Las telas que cuelgan en esta exposición funcionan como pozos, donde se acumulan sedimentos, piedras, restos orgánicos junto con imágenes que acontecen bajo la forma de la transparencia y el velamiento, esas dos antípodas de la revelación. Cuando algo se revela, accede a la verdad, se aspira a que su ser y su estar, su esencia y su apariencia coincidan. El objeto u obra revelada alcanza por primera vez –al menos eso es lo que se piensa– de forma plena, la presencia. Pero siempre quedan residuos en lo oscuro, despojos que nunca se dejan traducir en superficie. La transparencia al atravesar el objeto, al fijar la atención en lo que queda detrás, y el velamiento, al obligar a que se atienda a todo, salvo lo que se tiene delante, difuminan las cosas en esas latencias que nunca las abandonan, aquello que nunca se puede hacer patente.
El título de la exposición “Mapas vulnerables” aporta otra clave a partir de la cual se puede conjuntar la obra de estos dos artistas. Los primeros mapas estaban hechos de tela, eran lienzos. Vulnerable viene del latín vulnus (herida) y el sufijo abilis (que indica posibilidad, disponibilidad). Vulnerable, por ende, es todo aquello que tiene la potencia de sufrir un daño. Estamos ante telas en las que se desplegará la pulsión de la herida.

“Hay que agredir al color”, me confiesa el artista cubano, “con cuchillos, con todo tipo de armas filosas”. “Más que pintar”, agrega, “desconcho capas de color”. Con lo que queda, los restos, se configuran las mónadas cromáticas en las que flotan sus figuras. El pigmento que permanece al final es un sobreviviente, aquel que fue capaz de subsistir el proceso de destrucción. En su obra Heaven after the Storm se ve el busto sonriente de uno de los íconos del socialismo, la pionera, que parece emerger de un fondo descascarado. A los costados del cuadro se vislumbran unos ornamentos florales. El ícono, los arabescos —o esa otra modalidad de este mismo registro expresivo que son los grafitis— y las vetas cromáticas que persisten luego que algo se ha desfigurado constituyen los ejes de significación que estructura este cuadro y toda la obra del artista radicado hoy en Berlín. Con signos que se colocan en las antípodas respecto a la representación de lo Sagrado, los arabescos y los íconos —vetándola, uno; consagrándola, el otro—, o que solo aceptan como revelación aquello que emerge de las catacumbas de lo visible, se componen las obras de Juan Miguel Pozo.
Quien mira a las telas-pozo de la artista canaria, sabe que se asoma a lo oscuro, a lo insondable. Mira a través de un hueco, como el voyeur, fisgoneando lo que se le vetaba a la contemplación. El pozo estructura la obra haciendo calas de profundidad. La mirada tiene que atravesar primero una gasa organdí —como sucede en la pieza Inbetweeness 11— llena de manchas. Se topa luego con los bastidores, para que solo más tarde pueda atisbar vagas impresiones fotográficas sobre vinilos transparentes. Todo enmarcado por dos curvas fosforescentes que parecen acotar el espacio dentro del cual la mirada debe abismarse. La obra-pozo le dibuja un borde, un contorno, a una mirada que se fuga hacia lo hondo. Pero en lo recóndito no nos espera nada. En el fondo solo se esconden borrones o más transparencias.
Mi sueño de toda la vida había sido, también, ver desaparecer un país, pero el lugar donde nací y el tiempo en que lo hice (Cuba, 1965) se han empecinado en frustrarme ese anhelo. Lo que nunca esperé es que mi fantasía se hiciera realidad a esta altura de mi vida y en mi país de acogida, los Estados Unidos. Como suele suceder, la sabiduría popular tenía razón: “be careful what you wish for”. En cualquier caso, hay que estar preparado para lo que suceda. El mejor consejo que puedo darle a los lectores de esta reseña es acercarse a la sala del Miami Dade College en su campus de Hialeah entre el 1 y el 24 de marzo para dejar que estos artistas le cuenten lo que saben sobre el tema, que no es poco. Allí los espero.
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