Waldo Fernández Cuenca: Entrevista a Víctor Batista Falla / La estirpe de un editor

La cultura cubana tiene una inmensa deuda con Víctor Batista Falla (1933-2020). A él se le deberá siempre que muchas obras ensayísticas producidas por autores exiliados de la isla hoy estén condensadas en ese gran proyecto editorial que fue Colibrí. La deuda se extiende cuando revisamos una revista como Exilio (1965-1974), que contó con la decidida participación de grandes plumas de la Cuba republicana, como Lino Novás Calvo, Lydia Cabrera y Gastón Baquero, y de reconocidísimos intelectuales foráneos como María Zambrano y Julián Marías, entre otros. Exilio logró una profundidad académica inusitada en los años de mayor crispación política entre Cuba y su emigración. Víctor, más que un editor, fue un erudito y un mecenas intelectual que dedicó todo su tiempo a enaltecer la cultura cubana fuera de nuestras estrechas fronteras. Pero también un hombre humilde, que accedió hace quince años, tras una vida entera entre la nostalgia y el recuerdo, a conversar sobre su mayor anhelo: la isla a la que vino a morir algún tiempo después, en 2020.
Víctor, ¿cómo comienzan a revelarse en usted esas inquietudes intelectuales que tuvieron tan buen colofón en las tertulias literarias de los domingos en su casa?
Yo no fui un lector precoz. Mi primer contacto con la literatura fue a través de una institutriz que nos leía a Julio Verne. No fue hasta la adolescencia que empecé a frecuentar la biblioteca de mi casa. La infancia la dediqué más bien a los deportes. Mi inquietud era más corporal que intelectual.
Sin embargo, alguna preocupación –ya que no preparación intelectual– la debo haber tenido, ya que fundé, con un primo y mi hermano menor, que no tendría más de doce años, un periodiquito a máquina de escribir para repartir en la familia. Sacamos sólo dos números. No tuvimos, me parece recordar, una acogida demasiado entusiasta.
¿Cuántas anécdotas recuerda de aquellas tertulias donde asistían grandes intelectuales de la Cuba republicana como Jorge Mañach y Cintio Vitier?
Recuerdo que la noche que nos habló Mañach fue la más concurrida de todas. De pronto aparecieron en casa amigos que nunca habían asomado por las tertulias. Mañach habló del partido político que acababa de fundar mediante el cual pretendía plantarle cara a Batista en las elecciones. Le escuchamos con mucho respeto y, me parece, bastante escepticismo.
Cintio Vitier, con su modestia característica, prefirió dialogar. Creo que él nos hizo más preguntas que las que nosotros le hicimos a él.
Víctor, al abandonar Cuba a los 27 años, ¿pensó en algún momento en el regreso?, ¿cuándo podría suceder?
Pensé que el exilio sería para largo, pero no tanto. He tenido, como tantísimos exiliados, el sueño recurrente de verme de nuevo en Cuba. Eran sueños en general agradables, pero a veces mezclados con aprehensión. Ahora, desde hace tiempo, ya no sueño, mantengo una prudente esperanza.
Después de más de tres décadas de desaparecida la revista Exilio, ¿cómo valora su incursión en el páramo de publicaciones de la comunidad exiliada en los EE. UU.?
La revista Exilio, hecha en Nueva York, intentó continuar una tradición, no tanto de Orígenes, como redescubierta y renovada por Orígenes. Se trataba de retomar una visión trascendente, que ocupara el centro de la existencia, y que en la cultura cubana, sobre todo a partir de la República, donde predominaba una atmósfera positivista, se echaba de menos.
Creo, sin embargo, que el mayor aporte de Exilio quizás haya sido reunir una valiosa, nutrida y heterogénea gama de escritores en unas circunstancias poco favorables para la actividad cultural.
Revisitando su perfil y política editorial, ¿cambiaría algo de Exilio hoy?
Es, por supuesto, un ejercicio fútil corregir el pasado. Se hizo lo que se pudo, dadas las circunstancias. Pero me interesa reivindicar la intención original de Exilio. Aparte de la filiación heterodoxa de Lezama dentro del catolicismo, que se remonta a la apocatástasis gnóstica. Me interesa subrayar cómo concibió –a su manera hierática y algo caricaturesca– la relación del arte con la comunidad. La convicción de que no podía haber un arte personal y profundo sin una comunidad viva, ni una comunidad viva sin un arte personal y profundo.
¿Concibió en algún momento que dedicaría gran parte de su vida a trabajar como editor?
No. Pero tampoco concebía que pasaría la mayor parte de mi vida fuera de Cuba. Tal vez el periodiquito de mi infancia fue la señal de que mi destino era ese.
¿Cómo valora y siente esa profesión después de 40 años dedicado a ella?
La vivo como vocación más que como profesión. Y, en el caso de Colibrí, también tuvo que ver la ocasión. Surgió la ocasión por el creciente interés en Cuba a partir de la década del 90. Porque en el género ensayo, a diferencia de la narrativa, no había un mercado, salvo para textos en inglés en el mundo académico norteamericano, y era imperdonable que esos textos –escritos además mayormente por cubanos— no encontraran editor en español. Entonces sí fue posible que el destino haya intervenido en la gestación de Colibrí.
Después de financiar la revista literaria Escandalar (1980-85) surge la editorial Colibrí radicada en España y dedicada a la ensayística cubana contemporánea, ¿se siente satisfecho con las obras publicadas hasta el momento?
Por supuesto que sí. Y le deseo a Colibrí –aún suspendido en el aire como está– larga vida.
En el plano profesional, ¿qué anhelo incumplido le queda?
Un anhelo es poder distribuir los libros en su hábitat natural, en la isla. El año en que la Feria del Libro de la Habana estuvo dedicada a España, hicimos la gestión para participar en ella, pero obtuvimos la previsible callada por respuesta.
Cuba, palabra mayor, hálito de vida ¿se quedará sin volverla a ver?
Ante semejante palabra mayor, queda mejor salirse con una boutade. Cuando María Zambrano regresó a España después de un larguísimo exilio, al preguntarle un periodista qué sentía al volver a España, ella contestó: “Yo nunca salí de España. Yo pertenezco a esa estirpe”.
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(*) Entrevista realizada en mayo de 2010 para la revista Palabra Nueva. Se toma de ‘Memoria Cívica’
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