José Lezama Lima: Carta inédita a Julián Orbón [Transcripción: Ernesto Hernández Busto]

Archivo | Autores | 13 de agosto de 2025
©Lezama y Orbón en casa de Amelia Peláez, la Víbora, 195? / Desde la izquierda: Cintio Vitier, Octavio Barreda, director de la revista mexicana ‘El Hijo Pródigo’, Carmela del Casal, madre de amelia y prima de Julián del Casal, la hermana de Amelia, Amelia Peláez, Ángel Gaztelu, Julián Orbón y José Lezama Lima / FB ‘Recuerdos de Cuba’.

Aquí les va esta esta carta inédita de José Lezama Lima a su amigo, el compositor e investigador musical, Julián Orbón, autor de un libro como En la esencia de los estilos y otros ensayos, publicado por Colibrí en el año 2000.

Esta carta, recién rescatada por el ensayista Ernesto Hernández Busto en su página de Facebook, es un paso más en la unión y circulación de la aún relativamente incompleta correspondencia del gran orfebre de Trocadero.

Disfruten 😉

La Habana, agosto y 1962

Tangui y Julián muy abrazados: ¡Dios mío, ayúdame a tener palabra en tierra de desolación! Me acaban de decir la nueva amargura y quiero estar con ustedes de inmediato y acompañarlos las noches y los días que nos queden. Sufro lo indecible, hasta la extenuación, día tras día me amorata la maldición y las ciudades sumergidas. Todos estuvimos allí la última noche, rodeados de amigos cubanos, guardando el silencio sagrado en la muerte de una madre. Todos nosotros los acompañamos, todos en la poquedad de nuestra tierra, en nuestra tierra con las manos secas tachamos destierro para llevar la tierra de la lejanía, hasta el más niño, el más reciente, los hijos de los hijos, estuvimos allí para mirarnos, para ver la sequía de los rostros cuarteados por las lágrimas del dolor total y arrasante.

El sufrimiento a todos nos ha ido regalando sentidos nuevos. Así podemos invencionar la distancia, destruirla o sufrirla. La fuerza coral del sufrimiento es total y única, es como un humus cosmológico que entrelaza por lo invisible y por los anillos de nube. Y esta nueva fulguración dolorosa nos ha puesto una mano sobre el hombro, la mirada sobre la mirada. Vivíamos la anticipación paradisíaca, cuántas veces reunidos para hablar y oír tuve la sensación de que eso no se repetiría, que tenía la fatalidad de su círculo de perfección. Cuántas veces cuando teníamos los sonidos y las palabras, tenía miedo de perderlos. Pero así como la conversación y el amor y la amistad nos enseñaban su reverso sombrío, ugido por la pavorosa diosa [?], ahora, después de aquella cumplida amenaza de dispersión que es siempre el reverso de las horas placenteras, veo el reverso del destierro y la muerte que tiene que ser el reencuentro y el comienzo del canto de la tierra discurrida, como nos dice el salmo de David. Antes tenía ese reverso de la alegría intercomunicada, cuando tú hacías piano y trazabas ese camino en que se encuentra el caminante popular con su cantabilia y el artesano ejercitado todos los días, pero ahora una tranquila fulguración me da la suma de las nuevas evocaciones, cuando tenemos que volvernos a reunir, como el próximo domingo los rodearán todos los amigos de las tostadas con rocío y del café con leche con mil tradiciones calentadas a fuego lento. Y Tangui preguntándonos si queríamos más café, y ahora le miramos el rostro y pasamos nuestra mano por su frente, por su frente donde queda toda la tristeza cubana acumulada. Mi hija, mi amiga Tangui, siéntame que lloro por su madre y que lloro también por la mía.

Mamá y yo somos la misma soledad, nos hemos convertido en una aguja que sube con muchas oraciones. ¿Recuerdan que una vez, por aquellos onomásticos nuestros, tan sencillos y tan perdurables en la memoria, me regalaron un balandro chino, ornado de una sutil cabeza de caballo marino, donde iban músicos, mendigos, guerreros y brujos, todos ellos inundados de ánimo placentero? ¿Recuerdan que yo les regalé El libro de los muertos, donde todo concurre a la balanza de Osiris, custodiada por Inpu, el gran Canciller. Al unir esos dos recuerdos me parece que el balandro, guiado por el único día que la luna desciende al reino de Proserpina, navega un mar frío, con una niebla de entrañas incandescentes. Pero nuestra luz nos hace siempre ascender, sí, ascenderemos en la expresión de la luz. A Tangui, mis lágrimas compañeras; a ti, mi buen Julián fino de cariño, lo mejor del recuerdo. A los nietos, que el recuerdo de la Navidad con la Abuela, se le trueque en luz, en poesía. Mi madre se me acerca y me dice que ponga también su dolor en la carta. Su dolor y mi dolor están con ustedes. Los sueña,

J. Lezama Lima.

©Primera página de la carta manuscrita de Lezama