Katherine Perzant: Sandra Ceballos / Aries en el sol

Artes visuales | 11 de septiembre de 2025
©Sandra Ceballos, ‘Esquizofrenicasal’, serigrafía, s/a.

I.

Cuando uno camina por el barrio residencial de Kohly, en La Habana, o lo atraviesa en un auto a velocidad moderada, tiene la impresión de haber visto algún castillo. Hay casas, en esta zona, de altos tejados triangulares, torrecillas, balcones que imitan aspilleras… Y de la verja de uno de estos castillos cuelgan dos nombres escritos en un par de chapas de tránsito. Los nombres de sus dueños.

El primer nombre es Oscar; el segundo es Sandra. Oscar es el hijo; Sandra (Ceballos Obaya) es la madre, la artista, la dueña del castillo, la mujer vestida de negro con estridencias punk: cabello cobrizo cortado a lo chico y ojos delineados…

Y es ella quien me recibe, quien abre la verja y me invita a subir una escalera empinada, de ladrillos verdes…

Va detrás de mí diciendo:

“A veces cuando llueve, el agua entra en alguna habitación, porque es tan alta la casa que no hay nada a su alrededor que la proteja”.

Abre la puerta y me invita a pasar, a seguirla hasta la cocina… Y se sienta conmigo a una mesa donde antes ha servido café, frutos secos y vino tinto.

Detrás de Sandra hay dos de sus cuadros. Uno es de su famosa serie Expresión sicógena (una tijera de cirugía está incrustada sobre un lienzo donde el verde parece un conjuro) y otro, un cuadro extraño en su producción, que no pertenece a sus series más conocidas (que son Expresión sicógena, Absolut SandraAbsolut Utopía y Adorado Wolfli). Un cuadro donde se combinan lo abstracto con lo figurativo, y la frase Este, no es Martí.

El sol entra por las ventanas, ilumina la cara de Sandra Ceballos de una manera especial, sacando el tono oscuro de sus ojos redondos y pequeños.

El sol que entra en la casa como la lluvia, sin que nada lo detenga, y de la misma forma ilumina los brazos de Sandra, donde hay tatuajes: runas vikingas, dibujos y frases de artistas cubanos censurados que lleva consigo como amuletos, como quien lleva una Fe.

Su cara, por momentos, parece ser la cara de una niña.

La cara de alguien que no tiene miedo.

La cara de una mujer que ha sostenido un cartel que pone: NO SOY CARNE SOCIAL.

La cara de una artista que ha pintado una pared de blanco durante horas. Blanco sobre blanco, sobre blanco, sobre blanco sobre blanco sobre blanco, durante horas… (performance White on white. Absolut Malévich, 2005, Casa-Galería Luis Trápaga).

Una cara blanca donde los ojos, pequeños, redondos, oscuros, te atraviesan.

Es la cara de una artista. El rostro de la pintora cubana más weirdo, más border, más terrible… La cara de una mujer que ha pintado y performado la muerte, la enfermedad, la sangre, el horror y lo monstruoso, como si al pintarlos y performarlos los engendrara o deshiciera.

En las pinturas y performances de Sandra hay una mezcla de horror con la naturalidad de pintar el horror. Como si tal cosa fuera sencilla, posible… Y con la misma mano que ha pintado el horror, rostros y cuerpos que parecen mutilados, (des)hechos a zarpazos y rasguños, alcanza un cigarrillo de menta. Lo enciende con su mechero y me dice:

“Yo nací el 21 de marzo, el día que comienza el equinoccio de primavera, en Guantánamo. Mis abuelos eran españoles, llegaron a Cuba en los años de la Guerra Civil, habían traído con ellos a mi madre y a sus hermanos. En Guantánamo, donde mi familia se radicó, mi abuelo tenía un cine y una cafetería que cuando triunfó la Revolución le fueron comprados por un precio muy bajo. Recuerdo que en las noches yo iba a su cafetería a robar botellas de pru, una bebida que se hace a partir de raíces en el Oriente de Cuba… Después que la Revolución triunfó y compró el cine de mi familia, hicimos una permuta y vinimos a vivir en La Habana. Mi madre era profesora de Historia General y mi padre un soldador de barcos, su trabajo consistía en hacer los herrajes de las embarcaciones en Chullima. Yo comencé en el mundo del arte siendo bailarina. De niña, me ponía frente al televisor a bailar con vestidos, paños… Y el televisor apagado era mi espejo. Bailaba todo el tiempo. Tanto, que mis padres me inscribieron en una escuela de ballet. Todavía después de 1961 quedaban algunos negocios privados, pero luego esa escuela fue expropiada y entré a estudiar en la Escuela Elemental de Música Manuel Saumell, como voz segunda del coro, porque tengo buen oído para la música. La voz segunda es muy difícil, tiene que acomodarse para que la voz prima predomine. Y yo era muy rebelde. Así que llegó un momento en que fingía que cantaba, solo movía los labios, y como faltaba mi voz la maestra lo notó y se puso de acuerdo con los niños del coro para que al hacer una seña se callaran. Y se callaron. Me descubrieron. Y me cambiaron de escuela. Mis padres me llevaron entonces para la Academia de Artes San Alejandro, porque de niña también dibujaba historietas. En una de esas historietas, mi preferida, dibujaba una mujer al volante de su carro, vestida con ropas modernas. La historieta consistía en un viaje al mar. Yo soñaba con ser esa mujer totalmente independiente. Libre. En mi historia la mujer se iba sola al mar. Sola…”

II.

©Sandra Ceballos, ‘Absolut Sironi’.

En el año 1979 cinco estudiantes de la Academia de Artes San Alejandro fueron al Reparto del Juanelo, hasta la casa de la pintora Antonia Eiriz.

En esa época, Antonia solo impartía talleres de papier maché, estaba retirada de la vida social y había dicho que no iba a exponer más oficialmente.

Una de esos cinco estudiantes era Sandra Ceballos.

Imagino la escena: artistas en ciernes yendo a ver a un mito, tocando a su puerta, pidiendo algo, unas palabras, una guía, lo que fuera.

Dice Sandra Ceballos de Antonia Eiriz, su mayor referente:

“Tenía los ojos verdes y la cara muy masculina, una actitud fuerte… Ella había sido esposa de mi amigo Manuel Vidal, con quien tuvo un hijo. Y yo le dije nada más entrar en su casa que quería que me sacara la carta astral”.

Y Antonia Eiriz le preguntó:

— ¿Qué signo tú eres…?

— Soy Aries, le dijo Sandra.

— ¡Aries…! Igual que yo.

La llevó a su mesa del comedor y comenzó a dibujar sobre un papel círculos y líneas, la carta astral de una jovencita que sería años más tarde lo que era Antonia en ese momento: una pintora descomunal.

Dice Sandra Ceballos que ese día Antonia le dijo muchas cosas, pero lo que no olvida es esto:

“Naciste el día que comienza la primavera y tienes Aries en el sol. Eres una persona de luz”.

En una mesa de comedor, en el barrio del Juanelo, mientras Eiriz trazaba círculos sobre una hoja de papel.

Y me dice Sandra con cierta pena, con cierta alegría, sosteniendo el cigarro que se acaba…

— “Fue la única vez que la vi”.

III.

©Sandra Ceballos, De la serie “Expresión Sicógena”.

Después que Sandra Ceballos terminó sus estudios en San Alejandro con diecinueve años se casó con otro artista visual cubano, Pepe Franco, quien actualmente vive en Argentina.

“Nos divorciamos cuando yo tenía 25 años… En esa época yo hacía series. Recuerdo que estaba trabajado con el Popol Vuh, pero algo new wave, eran narraciones; yo sacaba fragmentos del Popol Vuh y los convertía en historietas. Luego entré al Taller de Serigrafía René Portocarrero con Aldo Menéndez, donde hicimos muchas exposiciones, performances y se generó un movimiento cultural muy fuerte. Ahí estuve hasta los 32 años. En ese tiempo estaban también Glexis Novoa, Rodolfo Llopiz, y otros artistas que se fueron marchando del país”.

Le pregunto cuál fue la serie que la convirtió en Sandra, en la artista que es hoy, la que marcó en su obra un antes y un después, y me dice sin pensarlo, sin titubear:

Expresión sicógena… Esa serie fue determinante para mí. Y otras dos: Absolut Utopía y Absolut Sandra… Hacía futurismo, versionaba cuadros pequeños de artistas rusas que hicieron un arte que se consideraba burgués y yo los llevaba a grandes formatos, por ejemplo, de Popova. El Museo Nacional de Bellas Artes me compró dos piezas de esa serie (Absolut Utopía). Y dos de Absolut Sandra. Y le propuse al museo que me compraran una de Expresión sicógena, pero no contestaron”.

Expresión sicógena es una serie que pone el ojo donde nadie quisiera: en el dolor, en la herida que no cicatriza. Es una materialización de la muerte, una danza alrededor de lo enfermo y lo pútrido. En estas piezas conviven alfileres de cirugía, cabellos, historias clínicas, pantimedias, aretes… Parecen viñetas de  una morgue, de un hospital de guerra. Quizá por eso el museo no las compró, quizá por eso el museo no se atrevió a colgarlas en sus salas higiénicas, quizá por eso se reservó el derecho de admisión… Y pienso escribiendo sobre estas piezas en las palabras de Corina Matamoros que acompañaron el catálogo de esa Expresión sicógena en 1996:

“¿Quién querría en la sala de su casa un monstruo de Sandra? ¿Quién pondría una sábana quirúrgica con objetos indescifrables y sospechosos sobre una mesita íntima del cuarto? A una galería le será difícil; a un Museo también (…)”.

Dice Sandra que en su última muestra personal, Desamparo con alevosía, exhibida en la Galería Plusartis de Madrid, donde trabajó con el tema de la violencia de género y los feminicidios en Cuba, una muchacha española al ver una escena del crimen recreada por Sandra, imaginada por Sandra, tuvo que salir de la galería diciendo ¡Ay no! ¡Ay no! ¡Ay no…!

IV.

©Sandra Ceballos, ‘Huir no es posible’.

Un ruido, un estruendo interrumpe la conversación y Sandra se dispone a ver lo que ha pasado. Vuelve un par de minutos después para contarme que es el viento, el viento que echó abajo unas sillas.

Se recuesta a la meseta y continúa:

“En el año 1994 fundé Espacio Aglutinador junto al artista cubano Ezequiel Suárez. Hice muchos eventos importantes en Aglutinador, me volví muy radical, francotiradora, le llamo. Curadores go home, We are porno (la primera bienal de Arte porno), fueron algunos de esos eventos. En el espacio todo se utilizaba: el baño, la cocina… Invitábamos artistas de varios países y artistas cubanos que se habían ido con la Operación Peter Pan, Eduardo Aparicio y Ernesto Pujol, por ejemplo, que es un artista muy interesante, a quien veo como si fuera un gurú”.

En las palabras al catálogo de Aglutinador que reúne los trabajos de su primera década (1994-2004), Sandra y Ezequiel dicen: “Aglutinador se propone mostrar y difundir la obra de artistas cubanos de todas las sectas” (…) “Aglutinador no es un espacio cultural, no es una boutique ni una fundación” (…) “Si hay algo a lo que Aglutinador le huye como a la sarna es a la coherencia”.

En solo su primera década decenas de artistas cubanos de todas las sectas pudieron exhibir su trabajo en Aglutinador. Y es la primera galería independiente que existió en Cuba. Fundada por esta mujer, en algunos de los años más difíciles de la Isla. Por esta mujer que trae en su cuello un shocker negro y en su brazo izquierdo el Salomón censurado de Chago Armada.

Por esta mujer que me mira y me dice:

— A veces buceo.

— A veces voy a escuchar bandas al Submarino Amarillo, y tomo cervezas dispensadas, y bailo, bailo todo el tiempo.

— Yo soñé el nombre de mi hijo cuando estaba embarazada. Yo soñé su nombre: Oscar Valentin.

— Ser mamá es no creértelo. Si te lo crees, no te sale bien.

— Mi hijo es mi socio.

— En mi trabajo hay algo que guía y une todas las series, incluso aquellas que no tienen relación formal, y es el tema de la psiquis humana.

— A mí siempre me gusto estudiar sicología, siquiatría, he leído mucho sobre esos temas, tuve personas que me guiaron en esas lecturas, un artista que fue como mi padre, Manuel Vidal. Él era muy sabio, un estudioso de la siquiatría, y esos fenómenos sicosomáticos, ¿cómo puede la información en tus células destruir o crear, a un nivel inconsciente…? El cuerpo responde a la mente, por eso en Expresión sicógena está ese estudio: la relación cuerpo y mente.

— A mí el arte no me interesa como arte decorativo, aunque creo que todo es válido, pero de mí nace una historia discursiva, provocadora, aunque moleste a las personas, me interesa que mi trabajo haga pensar. El mismo rechazo es importante, es muy importante…

— Mis referentes son los impresionistas… Los expresionistas alemanes. También O’Keeffe, Eva Hesse, Niki de Saint Phalle, Minerva López, Hilda Vidal y Antonia Eiriz, mi mayor referente.

— Me interesan más en la pintura los autodidactas.

— En mi primer viaje a París en el Musée d’Orsay yo vi por primera vez un Van Gogh, el Retrato del doctor Gachet. Y me puse a llorar frente al cuadro. Y mientras lloraba unos japoneses que estaban detrás de mí me hacían fotos…

¿Quieres más café?

V.

© Sandra Ceballos, ‘No soy carne social’ / Cortesía de la artista

Mientras la conversación sucede en la cocina de Sandra Ceballos, he tenido la impresión de que alguien o algo nos ha estado mirando. No se lo he dicho, pero como cada vez lo siento más, aprovecho que Sandra está poniendo vino en dos copas y miro al techo. El techo es un ático de maderos gruesos, perfectamente cortados. Y entre los maderos distingo los ojos que nos han estado mirando. Son verdes y flotan en la oscuridad del ático. Los ojos de un gato negro.

— Tienes un gato…

— Tengo dos.

Y entra a la cocina, como si quisiera demostrar su presencia, un bellísimo gato amarillo de ojos azules. Los ojos del segundo gato parecen de hielo.

— Te voy a contar algo que hice hace muchos años. Algo que considero lo más terrible que he hecho jamás.

Enciende el último cigarro de la caja. Y confiesa:

— “Una vez yo detuve un tren en Suiza”.

Resulta que cuando Sandra tenía unos treinta y cinco años ganó un premio que le ofrecía varios miles de dólares para viajar y hospedarse en hoteles del mundo, y ella, por supuesto, decidió irse a París. Y estando en París con su pareja de esa época unos amigos que vivían en Suiza los invitaron a visitarlos. Y ellos fueron. Pero el novio de Sandra se bajó del tren un minuto antes de que arrancara, porque creía que se habían equivocado de tren. Y el tren arrancó. Y Sandra, que no sabía que cuando en Suiza un tren se detiene, el resto de los trenes también se detienen, saltó y tocó una palanca y detuvo el tren, para que su novio no se quedara.

Me sigue contando, con cara de susto, cómo la policía Suiza la interrogó junto a los oficiales del tren, pero a mí, sin embargo, no me parece lo más terrible que ha hecho.

Me quedo pensando en los tubos de sueros de Expresión sicógena, en esas instalaciones suyas donde hay sangre, pelos y lágrimas negras configurando historias de desesperación. Pienso que hace unos días estuvimos en la cocina de Espacio Aglutinador y me mostró unas piezas de Desamparo con alevosía: platillos de fiestas donde están pegados retratos de mujeres víctimas de feminicidios. Y también en los platillos un moño de fiestas, un pintalabios…

Quisiera decirle que todo lo que hace es terrible. Porque Sandra es una maestra de lo terrible. Lo terrible es su materia prima. Y hacia ahí quiere conducirnos, hacia ese lugar en el que no queremos entrar.

Su cuarto oscuro.

Su panic room.

Sandra quiere que veamos aquello a lo que le damos la espalda.

Mira, parece decirnos, lo feo, lo sucio, lo pernicioso.

Míralo.

Siéntelo.

La piel estriada.

El ojo salido de órbita.

Esto también es la vida…

Lo que matamos y dejamos morir.

Lo que nos atraviesa.

Mira esta muñeca sin cabeza.

Esta escritura que roza el delirio.

Mira esta cara sin forma,

esta oscuridad…

Míralo.

Siéntelo.

Tócalo.

Esto también es la vida.

Aunque le digamos: ¡Ay no! ¡Ay no! ¡Ay no…!

Aunque nos vayamos corriendo…

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Publicación fuente: Plataforma de Arte Contemporáneo (PAC)