Karla Suárez: Entre la sorpresa y el juego

Finalizamos este primer dossier donde «Los narradores hablan de sí mismos», con este hermoso texto de Karla Suárez sobre sus novelas, sus relatos, sus personajes, y sobre los autores que más «fieles» le han sido.
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Disfruten.
Uno de mis grandes amores literarios ha sido desde siempre Julio Cortázar. Empecé a leerlo de muy jovencita y me viró el mundo al revés. Me enseñó que las cosas podían siempre mirarse desde muchísimos ángulos, que podíamos seguir siendo niños y jugar y que el juego de la literatura es algo tan serio que es mejor sonreír mientras nuestros pequeños demonios se lanzan sobre las páginas en blanco para luego echarnos a correr tras ellos.
Yo ya escribía cuando leí por primera vez a Cortázar. Empecé de niña, aunque entonces no tenía ni idea de que iba a ser escritora. Quería ser científica. Me soñaba en un laboratorio o un centro de cálculo, investigando, descubriendo. Amaba las matemáticas y la música y escribir. Por eso estudié primero Música; luego, Ingeniería electrónica. Descubrir a Cortázar fue como si encendieran una luz. Me dije: quiero escribir así, o más o menos así. Por eso en mis inicios tengo cuentos muy cortazarianos. Luego llegué a la novela. También he escrito crónicas de viaje. Y así ando.
Cuéntame un cuento
Soy gran lectora de cuentos y de textos sobre el género. Quiroga, Julio Ramón Ribeyro y el mismo Cortázar tienen definiciones muy interesantes.
Mi primer libro publicado, Espuma, es justamenteuna colección de cuentos. Publiqué, además, otros dos libros y muchos relatos en revistas y antologías. Tengo aún inéditas dos colecciones, que espero puedan salir. Y un montón de cuentos que no pienso publicar, porque no me convencen.
Los cuentos siempre me han tomado por sorpresa. Eso me gusta. Nacen de cualquier cosa, de algo que me contaron, una canción, una noticia de actualidad, alguien que vi por la calle, de lo que no entiendo. Llegan y se imponen. Es como si me tocaran en el hombro exigiendo nacer y hay que escribirlos. Además, ya nacen con la forma que van a tener. Al menos en mi caso, tanto la historia como la forma de narrarla me van surgiendo juntas.
Esa es una de las diferencias que le veo con la novela. Hay historias que piden cuento y otras que piden novela, pero el desarrollo de ambas para mí es distinto. Mis cuentos “se paren solos”. Sucede como un proceso automático, una pulsación. Debo escribir y escribir. Al terminar me toca trabajarlos, desde luego, pero ya nacen bastante formados. Con las novelas no es así. En principio tengo una idea. A veces, tengo el final, a veces no. En cualquier caso, lo que va suceder me toca ir descubriéndolo poco a poco. Soy profesora de escritura y en mis clases suelo decir que las novelas son seres vivos. Se van desarrollando, cambian, evolucionan.
Sinfonía habanera
Así se llama mi serie de novelas que giran en torno a La Habana. Cada historia tiene como telón de fondo uno de los grandes temas de los años en que viví en Cuba: Silencios (la familia), La viajera (la emigración), Habana año cero (el “Período Especial”) y El hijo del héroe (la guerra de Angola). Existen cruces entre las novelas que, a veces, son evidentes y, a veces, no.
La idea de la sinfonía surgió como un juego. Tras publicar mi primera novela, cuando empecé a imaginar la segunda se me ocurrió una cosa. Hacía tiempo había visto la trilogía Tres colores, de Kieślowski. Me gustaron las películas y me encantaron ciertos recursos. Por ejemplo, en una la protagonista se asoma a una sala donde se está realizando un juicio. En otra asistimos a ese juicio y se ve a una mujer (la protagonista anterior) que se asoma a la puerta. Aquel juego me dejó fascinada.
Por eso, cuando empezaba con mi segunda novela, se me ocurrió que podía hacer una serie (aún no sabía de cuántas). Cada novela iba a funcionar como un movimiento de una sinfonía. Las historias y sus protagonistas serían independientes. Pero tendrían puntos en común: ciertos guiños y cruces entre ellas. De esa manera podía construir un mundo de ficción que, de algún modo, estuviera mostrando la realidad cubana que me tocó vivir, porque eso me interesaba: mirar lo vivido a través de la distancia temporal y física (yo ya no vivía en Cuba).
Con la tercera novela me di cuenta de que el centro común de todas, o sea mi centro, era: La Habana. Así surgió el título: Sinfonía habanera.
Silencios
Mi primera novela, Silencios, llegó de casualidad. En principio pensaba hacer un libro de cuentos, todos con la misma narradora: una niña de mi generación que vivía con su familia, en La Habana. Cada cuento estaría centrado en un familiar, ya que cada familiar representaba alguna de las problemáticas de la Cuba de los años setenta-ochenta: la madre, argentina que se instaló en la isla entusiasmada por su revolución; el padre, oficial de la Fuerzas Armadas Revolucionarias; la abuela, racista y triste por haber cortado lazos con su hijo mayor que se fue a Miami; la tía, con tendencias suicidas; el tío, homosexual en una sociedad homofóbica.
Lo que sucedió fue que cuando había escrito algunos cuentos la niña-narradora empezó a crecer y a reclamar su espacio. Su mundo no podía limitarse a la casa y la familia. Me di cuenta de que me estaba dando la oportunidad de hablar también de La Habana de fines de los ochenta e inicios de los noventa, donde yo había vivido. Del ambiente cultural, teatros, conciertos, alcohol, sexo, drogas. Los cuestionamientos sobre lo que vivíamos, la guerra de Angola, el fin de la Unión Soviética, la crisis, las fugas del país, la incertidumbre, la desesperanza. Ella me daba la oportunidad de hablar de mi generación (o de parte de ésta). Entonces supe que aquella historia tenía que pensarla como una novela.
Silencios es lo que se llama una novela de formación porque narra el paso de la infancia a la adultez. Veinte años en los que la protagonista construye su propia identidad. Es un personaje al que le tengo mucho cariño porque, aunque su familia no es la mía y no nos sucedieron exactamente las mismas cosas, tenemos mucho en común.
La estructura de la novela es simple: escrita en primera persona y cronológicamente. Los personajes no tienen nombres propios, solo hay roles. De un lado, los miembros de la familia. De otro, los amigos: Cuatro, Dios, el Poeta, el Merca. Tampoco se dice el nombre de la narradora, aunque ella hace referencia al modo en que la van llamando en diferentes momentos: nena, hijita, marimacho, flaca, gata. Solo quise ponerles nombres propios a dos personajes: a uno porque está fuera de la vida sentimental de la protagonista, y a la gata porque no es cualquier gata, se llama Frida, por Frida Kahlo.
La viajera
Mis amigos empezaron a irse de Cuba a inicios de los noventa, así que padecí la emigración desde el lado del que despide. A fines de la década me fui yo, a Italia. Entonces empecé a vivir la experiencia desde el otro lado, del que no conocía. Emigrar es complejo. Y como escribir es lo que siempre me ha ayudado a entender o al menos intentar entender algo, quise hacer una novela cuyo tema central fuera la experiencia de la emigración.
La viajera es una historia de amistad y emigraciones, de nostalgia y anti-nostalgia. Circe y Lucía parten de La Habana a São Paulo. Circe está convencida de que la ciudad donde naces no es por fuerza «tu ciudad» sino apenas el punto de partida. Lucía se casa con un italiano y termina yéndose a Roma. Para Circe, São Paulo no es “su ciudad”. Parte, vive en varios países. Hace amigos, todos emigrantes. Años después, las amigas se reencuentran en Roma. Circe llega con Ulises, su hijo de cuatro años; un bonsái, y su diario de viaje o el Cuaderno de Bitácora, como le llama ella, que da a leer a Lucía.
En esta novela me divertí jugando con la estructura. Los capítulos se alternan. De un lado avanza el presente: el reencuentro en Roma, narrado en tercera persona. De otro, el viaje de Circe escrito por ella en su Cuaderno de Bitácora. Además, está dividida en cuatro partes, que son las ciudades por donde pasa Circe: São Paulo, Ciudad de México, Madrid, París. Por último, como se trata de un largo viaje usé como referencia La Odisea de Homero.
Creo que, si me encontrara en la hipotética situación de tener que irme sola a una isla con un solo libro, me llevaría La Odisea. Me gusta mucho y lo tiene todo: aventuras, viajes, pasión, elecciones, tristezas, felicidad. En mi novela, además del juego con los nombres de Circe y su hijo Ulises, hago un guiño a otros personajes de Homero.
En La Odisea, cuando Ulises está a punto de partir de la isla de la hechicera Circe, ella lo invita a que antes consulte a Tiresias, el adivino ciego. En La viajera, cuando Circe llega a São Paulo, se hace amiga del colombiano Santiago Tirelli, miope de espejuelos con cristales gordísimos a quien le gusta consultar el I Ching, el libro oracular chino.
En La Odisea, después que Ulises parte de la isla de la hechicera Circe, encuentra a dos monstruos: Caribdis, que está en el agua, y Escila, que aúlla terriblemente. En La viajera, Circe se va de São Paulo a Ciudad de México, donde hace amistad con Carlos Carriedo, percusionista venezolano que se autoproclama “el monstruo de la noche”, y con Elzbieta, una polaca que suele pararse junto a la ventana para gritar el nombre de su exnovio cubano.
En La Odisea Ulises hace una parada en la isla del Sol. En La viajera Circe se va a Madrid donde conoce a Wasim, sirio nacionalizado francés, coleccionista de bonsáis y cuyo nombre hace referencia al sol.
En La Odisea, Ulises llega a la isla de Calipso, deidad de lindas trenzas que no se comunica con dioses ni mortales. En La viajera Circe conoce en París a Karin, una alemana de rubias trenzas con quien establece una fuerte relación, a pesar de que Karin solo habla alemán y Circe no lo habla.
Habana año cero
El “año cero” es 1993, el peor del llamado “período especial” de los noventa. Yo lo viví en La Habana. Años después, cuando quise escribir sobre aquel tiempo, me dije que me hacía falta algo, otra cosa que no fuera solamente la descripción de la realidad. Entonces recordé un hecho histórico que me había fascinado desde que estudiaba ingeniería.
En 1849, el italiano Antonio Meucci trabajaba en La Habana y, en un experimento, consiguió transmitir la voz a través de la electricidad, o sea, inventó el teléfono. Se fue a Estados Unidos y siguió mejorando su artefacto, pero nunca pudo adquirir la patente. En 1876 Graham Bell la obtuvo por un aparato similar y así se convirtió en el inventor oficial del teléfono, que casi todo el mundo conoce. A mí no me interesaba escribir una novela sobre Meucci, pero su historia me pareció perfecta para hablar de la Cuba de 1993, porque el italiano y mis personajes tenían algo en común. Antonio Meucci no pudo pagar la patente del teléfono porque costaba diez dólares y él no los tenía. Más de un siglo después, en La Habana del “período especial”, diez dólares significaban muchísimo para todos los que estábamos allí.
En Habana año cero la crisis del país ha arrastrado a los personajes. Julia, licenciada en Matemática, quería ser investigadora, pero tuvo que ser profesora de Preuniversitario. Euclides, su antiguo tutor de tesis y examante, se tuvo que jubilar por depresión cuando sus hijos se fueron del país. Ángel vende cosas en el mercado negro y alquila, ilegalmente, un cuarto de su lindo apartamento del Vedado. Leonardo, es escritor pero no ha vuelto a publicar en Cuba porque no hay papel. Y Bárbara es una periodista italiana que acaba de llegar interesada en la nueva literatura de la isla. Cuando se enteran de que alguien en La Habana conserva un documento de Meucci sobre el primer teléfono, todos quieren encontrarlo. Creen, erróneamente, que demostrar que el invento de Meucci es anterior al de Bell podrá cambiarles la vida. Pero nadie sabe quién tiene el documento: ahí está el enigma. Lo que me interesaba explorar era cómo las personas en situaciones difíciles pueden agarrarse a cualquier cosa para no morir de tristeza o desesperación.
En esta novela puse a jugar mi lado científico-técnico y mi lado literario. La escritura fue complicada porque, en principio, no sabía muchas cosas de la propia historia (por ejemplo, no sabía quién tenía el dichoso documento). Y los personajes mienten. Tuve que ir resolviendo el enigma poco a poco. Julia es la narradora. Su mundo de referencias es científico, por eso cita a Poincaré o Blaise Pascal, a Newton o a Einstein. En ese sentido no fue tan difícil construirla, porque vengo de ese mundo. Pero no soy Julia. Ella necesita de una teoría científica para explicar lo que sucede a su alrededor. Tuve que trabajar, no solo para encontrar sus argumentos (leí muchos libros científicos), también su manera de expresarse, porque esto era una novela, no un libro científico. Encontré, por ejemplo, que la Teoría del Caos venía muy bien para explicar lo que estaba sucediendo en Cuba, pero tuve que llevar ese lenguaje a palabras simples, entendibles por cualquier lector.
La novela tiene humor. Siempre me ha parecido un buen recurso para hablar de situaciones difíciles. Y aquí también jugué con los nombres de los personajes. Julia decide ocultar sus identidades. Se nombra Julia, en honor al matemático Gaston Maurice Julia. Euclides, por el “padre de la geometría”; Ángel porque parece “un ángel”, Leonardo por Leonardo Da Vinci. Solo a la italiana le dejé su nombre, pero porque no vive en Cuba.
El hijo del héroe
La Guerra de Angola fue parte de la vida de generaciones de cubanos, incluida la mía. Muchas de las cicatrices que dejó aún siguen abiertas. Pero no quería hacer una novela “de guerra”, sino de sus consecuencias y de cómo se puede vivir en estado de guerra, aunque ésta suceda a miles de kilómetros de distancia, porque así creció mi generación. Me interesaba el enfrentamiento entre la historia personal (el hijo) y la Historia con mayúscula (el héroe).
Para abordar el tema no quise limitarme a un hecho puntual, sino abarcar el conflicto en todo el tiempo que los cubanos participaron. Era un poco ambicioso, pero muy tentador. Así que pasé tiempo documentándome: con libros, archivos, entrevistas que hice, videos, blogs. En medio del trabajo me mudé a Lisboa y aquí hablé con portugueses y angolanos, que me permitieron ver las otras caras de la guerra. Algunas caras que la historia oficial de Cuba ha borrado. También en Lisboa conocí por azar a un cubano que terminó siendo fundamental. Yo sabía que en mi novela iba a suceder una cosa, tenía el “qué” pero no sabía el “cómo” iba a suceder. Cuando este hombre me contó su historia, tenía puntos en común con la de mi personaje. Así él me ayudó a encontrar ese “cómo” que me faltaba. Es alguien que no he vuelto a ver, pero a quien siempre le estaré agradecida.
El protagonista de El hijo del héroe, Ernesto, es de mi generación. Su padre muere en Angola cuando él tiene doce años. Por ello, tanto la familia como la sociedad, lo convierten en “el hijo del héroe”. Para su hermana menor, Tania, las cosas serán distintas. Ernesto crece viviendo según las expectativas de los otros, representando un rol. Con los años y ya fuera de Cuba, se va obsesionando con reconstruir aquella guerra y la muerte de su padre. Así va a descubrir que a veces la realidad no es exactamente como nos la contaron.
La novela está en primera persona. Lo diferente para mí en este caso fue que el narrador es un hombre, Ernesto, aunque desde el inicio tenía claro que sería él porque quería hablar del machismo en la sociedad cubana, acrecentado por el imaginario revolucionario que siempre exaltó la figura masculina. Por eso me interesaba meterme dentro de esa otra piel.
En cuanto a estructura, aquí hice dos juegos. De una parte, con los tiempos. A lo largo de la novela Ernesto está en un avión, escuchando música. Cada canción lo lleva a un recuerdo. Quise reproducir lo que hace la memoria: un ir y venir entre pasado y presente. Hay tres tiempos: Cuba (pasado remoto), Berlín (pasado reciente), Lisboa (presente). No quise narrarlos en capítulos separados, sino en el mismo. En cada uno los recuerdos se van anidando, tal y como ocurre con la memoria.
Mi otro juego fue nombrar los capítulos con títulos de libros que tienen relación con estos: algo que sucede en mi capítulo recuerda a una novela (por ejemplo, capítulo: “Adiós a las armas” es cuando se firman los acuerdos de fin de la guerra), un personaje menciona un libro que lee (Los hermanos Karamazov) o simplemente recuerdan lo que Ernesto no pudo ser porque le tocó representar al hijo del héroe (El buen soldado).
Quinto movimiento o movimiento oculto de la sinfonía
Decía que estas novelas son movimientos de la misma sinfonía y que entre ellas existen juegos internos. Aquí van los juegos:
Silencios y El hijo del héroe comparten una escena. Sus protagonistas coinciden en un parque donde se ha reunido un grupo a leer poemas y cantar. No se conocen. Cada novela narra ese momento desde su punto de vista. En Silencios, la protagonista lee un poema y dice que es suyo, la aplauden, pero en realidad es un poema de Paul Éluard. En El hijo del héroe, tras los aplausos, Ernesto le susurra a su amiga que el poema no es de la flaquita que leyó, él lo conoce y sabe que es de Paul Éluard.
La viajera y Habana año cero también comparten una escena. Sus protagonistas llegan en el mismo vuelo a Brasil. No se conocen. Cada novela sigue a su personaje. Circe (La viajera) y Ángel (Habana año cero) han despachado como equipaje una mochila idéntica y al recogerla, las intercambian por error. Circe encuentra en la suya ropa de hombre, cartas para una tal Margarita y unos casetes de Benny Moré (Margarita es la exmujer de Ángel, a quien él le llevaba estas cosas). Por su lado, Ángel encuentra ropa de mujer, artesanías y unas cintas de vídeo caseros (son los vídeos que Circe tenía de ella y su familia en distintos momentos de su vida). Las mochilas no tienen identificación, así que ambos se deshacen de casi todo. Circe solo se queda con los casetes del Benny, que escucha a lo largo de La viajera. Ángel, con los vídeos de Circe, que se convierte en su “desconocida favorita” en Habana año cero.
También algunos personajes se cruzan fugazmente. En Silencios, la protagonista ve una vez a Circe (La viajera). En La viajera, un personaje secundario habla de su amigo Cuatro (el Cuatro de Silencios) y Circe habla de Felipe que está en Berlín (y es uno de los amigos de Ernesto en El hijo del héroe). En El hijo del héroe, Tania, hermana de Ernesto, tiene una gran amiga (Dayani, hermana de Ángel en Habana año cero). En Habana año cero, Leonardo, el escritor, va a casa de una argentina que está casada con un militar (es la casa de Silencios, y la argentina y el militar son los padres de la protagonista).
Visto que las novelas construyen un mundo donde yo viví, en Habana año cero y en El hijo del héroe hago unos cameos, como Alfred Hitchcock. Yo aparezco en dos escenas, como amiga de algunos de los personajes.
El último gran juego de la sinfonía es como un movimiento oculto: la mochila FAPLA que se mueve de novela en novela.
La protagonista de Silencios tiene una mochila de campaña de las FAPLA (Fuerzas Armadas Populares de Liberación de Angola) que trajo el padre de la guerra. Como una amiga de su novio se va del país y no tiene maleta, ella le regala la mochila. Así la mochila FAPLA pasa de Silencios a La viajera porque quien no tenía maleta es Circe, protagonista de La Viajera. Circe se va a Brasil con la mochila,pero al salir del aeropuerto descubre que se confundió al recoger equipaje, el suyo se lo llevó otra persona. Así la mochila FAPLA pasa de La viajera a Habana año cero porque quien se llevó la mochila de Circe fue Ángel, protagonista de Habana año cero. De regreso a Cuba, Ángel le da la mochila a su hermana Dayani y, cuando ésta se va del país, le pide a él que se la regale a su amiga Tania. Así la mochila FAPLA pasa de Habana año cero a El hijo del héroe porque Tania es la hermana de Ernesto en El hijo del héroe. Y cuando Tania regresa de casa del hermano de Dayani, feliz con su regalo, Ernesto se molesta porque es un objeto de la guerra donde murió el padre de ambos: una mochila FAPLA.
En este objeto, además, están representados los temas que se tocan en las novelas. Una mochila puede contener los objetos personales más queridos (familia), sirve para un viaje (emigración), es más precaria que una maleta (“Período Especial”)y se trata de una mochila FAPLA (guerra de Angola).
Crónicas de viajes
Desde niña me fascina viajar. Lo hice por Cuba, primero con mis padres, luego con mis amigos. Y lo seguí haciendo. Después de La Habana, viví años en Roma, París, Lisboa (donde aún estoy) y he pasado temporadas en muchos otros sitios.
Vivir en distintas ciudades me ha permitido entrar en contacto con realidades diferentes, con gente de todas partes y experiencias nuevas. Además, ha moldeado mi percepción sobre algunas cosas de mi propio país. Todo lo vivido está en lo que escribo, desde luego. No solo porque muchos de mis personajes cambian de país, como he hecho yo. También porque el haber conocido a gente tan diversa me ha permitido entender modos de conducta o maneras de pensar distintas. Y creo que esto ha abierto mi espectro de intereses y de temas.
Me gustan las crónicas de viajes, porque son la memoria, la constancia de la primera impresión que me produce algo, el extrañamiento, la sorpresa. En mis viajes largos suelo llevar diarios que luego me han servido, ya sea para una novela o para elaborar una crónica propiamente dicha.
He publicado en Francia dos libros de viajes junto al fotógrafo italiano Francesco Gattoni. Colaborar con otro artista es muy enriquecedor. Francesco es romano, yo viví en Roma. Nos conocimos en París. Él había viajado por casi toda Cuba en los años 90, no como turista, sino como reportero curioso. En sus fotos no estaban las postales, estaba la Cuba donde yo viví. Así nació nuestro proyecto: un mismo sitio con dos visiones, la del autóctono y la del extranjero, pero la visión del extranjero era la que debía, digamos, dar “el pie forzado”.
El primer libro es sobre Cuba. Recuerdo que pusimos todas las fotos de Francesco en el piso porque éstas eran las que iban a determinar la organización del libro. Así decidimos empezar por la primera villa fundada, Baracoa, y terminar con La Habana, que para mí no era el viaje sino el regreso luego del viaje. A partir de esas fotos, escribí textos sobre esos sitios y sobre mis viajes por ellos en diferentes momentos de mi vida.
El segundo libro es sobre Roma. Como yo era la extranjera, me tocó empezar a mí. Entonces, partiendo de cada una de las siete famosas colinas romanas, escribí textos donde hablo de historia de la ciudad (evitando los sitios muy conocidos por el turismo) y contando mi experiencia como extranjera cuando recién llegaba a vivir allí. A partir de mis textos, Francesco tuvo que fotografiar la ciudad donde nació.
Lo más curioso fue que para ambos el trabajo más difícil fue reflejar lo nuestro. Para mí, Cuba. Para él, Roma. La ficción nos protege, pero en estos libros no hay ficción. Yo soy la protagonista de mis crónicas. Cuando hablo de heridas son mis heridas, la gente que no está, el dolor por el país. Francesco ha hecho montones de reportajes sobre distintos sitios, pero fotografiar su ciudad fue como redescubrirla. Me encantó la experiencia porque en ambos casos, la mirada “ajena” nos obligó a mirar dentro de nosotros mismos.
En los últimos tiempos he trabajado crónicas en un medio distinto, el podcast. He colaborado con Radio Ambulante, un podcast con base en Estados Unidos que cuenta historias latinoamericanas en español. Es para mí una manera de hablar de la Cuba de hoy (mi último trabajo con ellos fue La maleta cubana).Me encantó. Ha sido interesante y muy distinto, ya que no solo está mi escritura, también mi voz.
Nueva sinfonía
Mi último libro publicado es la novela Objetos perdidos, con la que he empezado mi “Sinfonía de las artes”. Aún no sé cuántas novelas serán, pero sé que cada una va a girar alrededor de una manifestación artística. Y, aunque la protagonista de ésta es cubana, ya la historia del país no está en el centro.
Objetos perdidos es una novela sobre renuncias y pérdidas, que no son lo mismo. Y sobre el rol de la mujer en nuestras sociedades. La protagonista, Giselle, ha renunciado a todo, incluida la maternidad, por alcanzar su sueño de ser una gran bailarina. Un día, de pasada por Barcelona rumbo a Madrid, donde vive, y luego de una discusión con su novio, le roban su bolso y termina perdida. No conoce Barcelona. Como su única referencia es un amigo cubano que vive cerca de la Sagrada Familia, pasa tres días deambulando por esas calles con la esperanza de encontrárselo. No tiene documentos ni teléfono. Aunque, de lo perdido, lo que de veras echa en falta son sus pulseras-amuletos por el valor sentimental que tenían. A través de ellas va a contar su historia, sus elecciones de vida y, por fin, va a nombrar ciertas cosas en las que nunca quiso pensar demasiado.
La novela está dividida en los días que Giselle pasa en la calle: de miércoles a domingo. Y visto que el centro es la danza, quise hacer con los tiempos una especie de baile: la narración se mueve entre lo que ocurre en Barcelona y la reconstrucción del pasado. Además, me interesaba que las frases fueran simples, ligeras, como el salto de una bailarina.
Ahora estoy trabajando en la segunda novela de esta sinfonía. También habrá elementos de unas que toquen a otras, pero eso irá surgiendo poco a poco. Es más fácil hablar sobre lo hecho que sobre lo que aún tengo por hacer. Ahora me toca dejarme llevar, es parte del juego.
Dímelo cantando
Siempre digo que la vida suena y la literatura también. Quizá porque hice estudios musicales o simplemente porque me gusta mucho, pero la música está presente en todo lo que escribo. Me gusta saber qué escuchan mis personajes o qué está sonando en determinada escena. Puedo escuchar mil veces la misma canción antes de escribir una escena, porque eso me ayuda a “verla”. Por otra parte, me interesa la sonoridad del texto. Leo en voz alta mientras escribo. A veces me grabo para escuchar. Y me sucede que los capítulos de mis novelas suelen tener la misma cantidad de páginas. Imagino que esté ligado al ritmo interior de la novela, al aliento, son como compases en una pieza musical. Eso sí: nunca sé previamente en qué compás va a “sonar” una novela. Voy escribiendo tal y como nace. En algún momento hago una pausa y reviso. Entonces descubro la métrica que tiene ese texto, la que ha ido saliendo. Eso me parece muy curioso.
Y ya cerrando…
Antes de escritora, soy lectora. Por eso cierro con un pequeño homenaje a mis referencias literarias. Nada de lo que hago hubiera sido posible sin los libros que leí. Antes mencioné a Cortázar. Pero están también Dostoievski, Tolstói y Chéjov. Kafka, Edgar Allan Poe, Salinger y Ray Bradbury. Virginia Woolf. Camus, Boris Vian y Anaïs Nin, Carpentier y Virgilio Piñera, Borges, Monterroso y Vargas Llosa. Y las dos Marguerites, la Yourcenar y la Duras. Y Henry Miller, Ítalo Calvino, Faulkner, Dino Buzzati, Maupassant, Eça de Queirós, Hemingway, Ana María Matute. Y Homero, claro, también Homero.
Quizá ahora estoy olvidando alguno, pero con estos nombres me formé, como persona y como inventora de historias. A todos les debo. Y con todo lo que enseñaron, seguiré jugando.
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