Janet Batet: Florencio Gelabert / La epifanía de la materia

La exposición personal Florencio Gelabert: Diálogos, abierta en la Galería Zapata de Miami se erige cartografía existencial que trasciende la mera materialidad para auscultar las honduras del ser, la memoria y el incesante pulso del tiempo. Florencio Gelabert (La Habana, 1961) actúa como demiurgo que esculpe en la materia bruta convocando a un periplo donde lo inerte deviene testimonio vivo: palimpsesto donde se inscriben las tensiones de la existencia, el desarraigo y la persistencia del espíritu.
Con una extensa labor en el campo de la escultura marcada por la fusión entre lo orgánico y lo arquitectónico, en la que coexisten posminimalismo y arte povera, corrientes que desafiaron la primacía de la forma para restituir la dignidad a la materia, al gesto primigenio, y la huella dactilar del creador sobre el hic et nunc, Gelabert nos regala una fábula personal que resuena en el espectador en vilo. Su acercamiento a materiales “pobres” y cotidianos, así como el manejo mínimo del material en tanto entidad expresiva devienen el punto de partida para la fuerte carga metafórica que anima toda su obra que encarna una ontología del ser.
Diálogos, abierta hasta el 27 de diciembre, comprende una selección de la obra más reciente del artista. Producidas todas en 2025, con la excepción de Birth, que funciona antesala y eje moderador de la muestra.
De profunda impronta autobiográfica, Birth (2021) es Nacimiento y Anunciación a un tiempo. Estos temas, tan caros a la historia del arte, son aquí resemantizados. La encarnación de los ciclos de la vida abandona el carácter mítico-religioso originario para instalarse en el contexto cotidiano, no menos sagrado. Gelabert hace uso mínimo de recursos. Le basta la forma geométrica limpia, bruñida al punto de convertirse en espejo donde nos reflejamos como Narciso. La estructura, basada en la Trinidad, constituye un enigmático Sator square.
La matriz del cuadrado mágico es subdividida en nueve células idénticas, inmaculadas impregnadas de sentido. En el punto de mayor tensión, en la intersección de los cuadrantes de la esquina superior izquierda, allí donde incide directamente la luz del Espíritu Santo, emerge un brote. No es un lirio sino un pequeño brote: el nacimiento es aquí también el triunfo de la naturaleza sobre el constructo humano, de la vida sobre la muerte.
El uso de los cuadrados mágicos o palíndromos está profundamente ligado a lo sagrado y a la historia del arte. Durero, Gaudí, Klee, Smithson y Hamilton son solo algunos de los puntos álgidos de esta intersección entre numerología, mítica y artes.
En Birth, el cuadrado mágico contiene secretamente la estructura de retablo tan cara a La Anunciación, donde predela, encasamiento y ático marcan la estructura vertical en ascenso; mientras, en el plano horizontal, se sucede de modo secuencial la historia sagrada del advenimiento.
El incipiente brote de Birth deviene exuberancia vegetal en Birth I. Es el hombre y la naturaleza en su plena expansión y máximo potencial. No en balde, Gelabert hace uso del número cuatro, el número del hombre según Vitruvio, ya que la anchura del hombre con los brazos extendidos se corresponde con su real estatura, creando el cuadrado ideal. Ese que, subdividido en cuatro, continente los cuatro puntos cardinales, las cuatro fases de la luna, las cuatro estaciones, los cuatro elementos naturales, erigiéndose en perfección mítica y estética.
Birth II está en directa relación con la serie Dark Landscape. El espacio negativo en Birth actúa como conexión y complemento entre ambas series. Realizadas en fibra de vidrio y resina de poliéster, Dark Landscape I y II encarnan arquetipos esenciales: el Sol y la Luna, el Día y la Noche, lo Masculino y lo Femenino; opuestos que en su simbiosis encarnan transformación y compleción a un tiempo. Contenedores de un horizonte en ruinas, estos Tondos Doni son referencia también a La última cena: comunión y sacrificio a un tiempo. El plato que se ofrece sobre la mesa hueca compendia así el eterno ciclo de creación y el riesgo inminente de destrucción, uniendo naturaleza y humanidad en un viaje que la Eucaristía guía y sostiene, incentivando el amor y la responsabilidad hacia todo lo creado.
Desde su obra más temprana, Gelabert ha estado interesado en la trasmutación del material escultórico inerte en signo de vida. Bronces pulidos, relieves cerámicos, azulejos, polímeros avanzados se fusionan en diálogo tensional entre orgánico y lo arquitectónico. En la articulación entre posminimalismo y arte povera subyace la clave de la paradoja que se yergue eje central de su poética donde fragilidad y la resiliencia, destrucción y resurrección, ruina y renacimiento, van mano a mano. En este sentido Crack y City Traces son reveladoras, la posibilidad de la reconstrucción después del desastre.
La obra de Gelabert es siempre un ensayo visual de sofisticada sintaxis que apela a lo universal desde lo íntimo, a lo atemporal desde lo cotidiano: un canto a la vida y un llamado de alerta. Ese memento mori que nos recuerda e interpela acerca de la fragilidad y belleza de la existencia.
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Publicación fuente ‘El Nuevo Herald’
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