Pedro Medina León: Conversación con Anjanette Delgado / ‘Cómo querer a un cubano’

En Cómo querer a un cubano, Anjanette Delgado construye un libro que respira en varias direcciones a la vez: hacia la memoria, hacia la intimidad, hacia el humor que salva y hacia el dolor que insiste. En estas páginas —que a veces son confesión, a veces espejo, a veces herida— la autora entrelaza su propia historia con la de quienes han amado, perdido, escapado o buscado pertenecer. Es también una exploración del exilio en todas sus formas: el geográfico, el emocional, el erótico, el que se hereda sin pedirlo y el que se elige sin saberlo. Esta entrevista recorre el detrás de escena de ese proceso, la revelación de viejas verdades, la traducción eterna del otro amado y la arquitectura híbrida de un libro que abraza y punza al mismo tiempo.
¿Cómo fue emocionalmente el proceso de escribir una obra que mezcla tu historia personal, tus reflexiones sobre el exilio y la exploración del amor en tiempos de pandemia? ¿Hubo alguna parte especialmente difícil o reveladora al revisitarla?
Sí. Muchísimas, pero una particularmente dolorosa tiene que ver con descubrir que te has refugiado en la patria de otros para evitar procesar lo que te hizo la tuya. Descubrir que mi sexilio no había sido solo físico sino también emotivo.
Si me preguntas a mí, yo te digo que siempre he sido puertorriqueña. Muy puertorriqueña. Pero no me di cuenta hasta que escribí el ensayo que da pie a este libro de cuan complicada era mi historia con Puerto Rico, ni de como Cuba y sus dolores me habían permitido “pichar” como decimos en el archipiélago. Esquivar las deudas históricas que había que procesar para que pudiese haber reconciliación y sanación.
Hablas mucho de “traducir” al otro —al cubano, al exiliado, al hombre amado—. ¿En qué momento sentiste que estabas comenzando a entender a Daniel no desde los mitos ni los estereotipos, sino desde su historia real y sus silencios?
Solo escribiendo. Este ensayo y otras cosas. Y no es que crea que ya lo conozco y lo entiendo. Este domingo 30 de noviembre cumplimos 21 años juntos y todavía hay mil cosas suyas que no conozco.
Tiene sentido para mí esto. Yo no entiendo nada hasta que no lo escribo. Hasta que no lo pongo “en mis propias palabras”. Ahí es que sé lo que sé. Nosotros dos nos conocemos leyendo y escribiendo. Lo demás es un descubrir añadido. Somos muy cerebrales, muy morbosos, muy imaginativos. Vivimos en el pensar y ese traducir no termina nunca. Este mes, por ejemplo, soy turca. Él, todavía no se ha dado cuenta.
El trabajo aparece como símbolo cultural, histórico y emocional en la identidad cubana. Después de tus investigaciones y reflexiones, ¿cómo describirías esa relación entre el cubano y su trabajo? ¿Qué descubrimiento sobre Daniel te sorprendió más al profundizar en este tema?
Es un tema tan complejo. Vivimos en un mundo patriarcal, y desde ahí el trabajo para un hombre está atado a su identidad de género desde la niñez. Luego lo puedes ver desde el punto de vista de una mujer para quien un trabajo y un salario pueden significar independencia de un hombre. Libertad. Luego si lo ves desde nuestros países traumados por la colonización, el trabajo es acceso a una clase social, a un estilo de vida, a un “ser gente”. Pero para un inmigrante profesional que llega aquí a limpiar baños a mucha honra, a cuidar a los hijos y a los viejos de otros mientras los suyos le extrañan allá en aquella casa… un trabajo en su profesión puede llegar a serlo todo. Hace que muchos sacrificios “valgan la pena”. Entonces, es complejo.
La realidad es que mi marido está influenciado por todas esas cosas… y a la vez su workoholismo es bien suyo. Bien sui generis. El trabajo es esa mujer que le gusta casi tanto como yo dependiendo del día porque hay días en que le gusta mucho más. Ama trabajar y no cualquier trabajo sino ese trabajo que le permite decidir, organizar, reparar, mejorar, dirigir, liderar y hacer comunidad. Lo bueno es que finalmente lo entiendo. Ya no lucho contra la otra. Compartimos a Daniel y listo.
La fotografía de Evelyn Sosa es parte fundamental del libro. ¿Qué aportan sus imágenes a la narrativa emocional que querías construir? ¿Hubo alguna foto que te impactara particularmente o que transformara tu comprensión del exilio?
Sí. La fotografía de Evelyn es un vicio que compartimos Daniel y yo. Nuestra reacción a sus fotos fue visceral desde el principio, cuando no la conocíamos. Un día vi un libro de su obra por casualidad y supe que era el regalo perfecto para Daniel. Cuando llegó el libro a casa, antes de que yo le dijera que era para él, lo vio y me dijo “¿Te molesta si te tomo prestado este libro?” Fue así. Instantáneo.
Creo que es por la conexión que ella crea con la gente a la que retrata. Creo que tiene la magia de mirarte y ver lo que te duele y mostrártelo en la foto que te toma, pero con ternura. Es la única manera que tengo de explicarlo. Es algo muy místico esto de los retratos de Evelyn. Me siento muy afortunada de que sus fotos acompañen estos textos en particular. Hay algo de perdón en sus fotos y estos textos necesitaban eso.
El libro combina ensayo, memoria, poesía, humor y crónica. ¿Qué te llevó a elegir esta forma híbrida y cómo descubriste que era la estructura adecuada para contar esta historia?
Como sabes, porque siento que creamos este libro juntos, fue muy orgánico. Yo siempre quise hacer del ensayo principal de este libro un bombón de chocolate. Algo que se regala. Un bocadito. Y ya venía pensando en los libros breves. Como los abrazos. Como los besos. Que duran poco pero te alegran el día entero, a veces la semana. Quería algo así… y todo lo que se fue añadiendo son complementos a eso. Pues aquí está el queso Brie… y aquí está esta tacita de miel… y ya que tenemos el queso y la miel, vaya está trozo de pan rústico para que sepa mejor aun. Y te llamaba y te lo contaba. Y tú no lo veías todavía, pero lo querías descifrar.
Creo que el libro nació cuando tu cerebro pragmático y estratégico dio con la manera de hacer que un libro pequeño fuera grande. Recuerdo ese mensaje de voz tuyo. Creo que estabas en Madrid. Y me dijiste: “Lo tengo. Ya lo veo claro. Está en mi cabeza el libro. Hablamos a mi regreso”. Así ocurrió este experimento de libro.
¿De qué manera escribir Cómo querer a un cubano transformó tu propia identidad como escritora, especialmente al trabajar temas tan íntimos como el desarraigo, el sexo, la memoria y el miedo?
Es parte de un camino del que tú, Pedro, y también Vera, han sido parte indispensable. Yo no escribía no-ficción antes de Miami Unplugged. Era periodista y ya tenía bastante con escribir verdades para el trabajo. Pero Vera me pidió que escribiera algo para ese libro y yo quise contar algo mío para él, que había comprendido tan profundamente mi novela La clarividente de la Calle Ocho. Que vio sus profundidades más allá de la carátula de mierda heredada de la versión en inglés. Más allá de los géneros comerciales, arbitrarios, misóginos y estúpidos como “chick-lit” y “working girl romance” e “immigrant lit”. Él vio la novela por sí misma. Sin conocerme ni haber hablado conmigo jamás. Entonces, quise escribir algo real para él. Para darle las gracias.
Pero lo que descubrí al escribir “En Miami también hay muerte” fue que me sentía más fuerte, saneada de los eventos trágicos que cuento ahí. Fue también una forma diferente de interactuar con editores. Era nuevo para mí eso de tener libertad completa sobre mi texto. Esa edición de ustedes que corrige y protege sin reescribir lo que no hace falta reescribir. Fue muy liberador y muy empoderador. A partir de ahí entendí el impacto de la no-ficción, más sobre el que la escribe que sobre el que la lee, incluso.
Sin esas colaboraciones, no sé… es que yo los he editado y publicado a ustedes, que ustedes a mí. Es solo en ese contexto que se pueden dar textos tan auto-invasivos, tan emocionalmente escatológicos como este de Cómo querer a un cubano, hablando de una relación usualmente tan privada. Entonces… yo siempre hablo de comunidad, pero creo que la gente a la que se lo digo no entiende lo que quiero decir cuando digo que es todo. Que escribo lo que escribo gracias a quienes me rodean. Que aunque escribo sola, realmente, cuando escribo en español, nunca lo estoy. Siempre me acompañan todos ustedes escribiendo. Solos y juntos. Estamos acompañados.
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Publicación fuente ‘Suburbano’
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