José M. Fernández Pequeño: Felo Ramírez en Cuba [Primera parte: Más vale llegar a tiempo]

Archivo | Autores | Memoria | 24 de agosto de 2025
©Cartel de los Marlins de la Florida para despedir a Felo Ramírez

Al prohibir el gobierno cubano la práctica del béisbol profesional en los inicios de 1962, los jugadores de la isla que se desempeñaban en los diferentes circuitos internacionales perdieron su punto de retorno. Fue así porque no solo quedaron impedidos de jugar en su patria y ante su público, sino porque además se les consideró poco menos que enemigos, representantes del “ominoso” mercado capitalista que los nuevos mandamases de la isla prometían erradicar. En resumen, se vieron obligados a escoger entre su deporte/profesión y la tierra en que habían nacido, una decisión nunca sencilla, pero que en este caso ofrecía ciertos matices adicionales. Según explica Roberto González Echevarría en su The Pride of Havana: A History of Cuban Baseball, el país de origen funciona como una caja de resonancia para los peloteros latinos que se desempeñan en las ligas foráneas: si bien las hazañas se realizan fuera, la gloria se sostiene y alimenta en la tierra natal, no importa si usted se llama Pedro Martínez, Roberto Clemente u Orestes Miñoso.

Para dar una idea sobre el impacto inmediato de la prohibición, digamos que a mediados de 1960 más de doscientos cubanos jugaban solo en las Ligas Menores de Estados Unidos (Carteles, 17 de julio de 1960). A estos deben sumarse las casi dos decenas de jugadores que formaban en diferentes equipos de Grandes Ligas, más aquellos que eran habituales en México, Venezuela, Panamá, Nicaragua, Puerto Rico, República Dominicana, etcétera. Todo eso sin contar a los millones de fanáticos que a partir de ese momento debieron consumir un único tipo de béisbol: el controlado por los gobernantes cubanos.

Salvando las diferencias de cada oficio y persona, el despojo arriba mencionado afecta a prácticamente todos los cubanos que han optado por el exilio luego de 1959, sean estos escritores, artistas, científicos, deportistas, gente de los medios o profesionales en las áreas más diversas. Ha sido hasta hoy una exclusión impuesta desde las ideas o, más bien, contra las ideas. Mientras la institucionalización desplegada en la isla para ejecutar un cerrado control sobre la sociedad se muestra insistente en conservar, maquillar y promocionar las biografías de los fieles al gobierno cubano, quienes repudiaron el socialismo a lo Fidel Castro y abandonaron el país vagan mayormente entre los esfuerzos por sacar adelante a su familia en espacios donde la condición de extranjero pesa de muchas maneras, más la ausencia de un centro que ayude a convertir su labor en materia de memoria compartida, esa que va unida al sentido de territorio y cultura común.

Así ocurre incluso en el caso de individuos que lograron reencausar su carrera y conocieron un éxito indiscutible tras salir de Cuba. Traigo como ejemplo al narrador cubano de béisbol y boxeo Rafael (Felo) Ramírez, quien continuó su trabajo en varios países de América a partir de 1961 con notable reconocimiento y al momento de morir, en 2017, era aún narrador radial de los Marlins de la Florida, última etapa en una trayectoria de 72 años que incluyó su exaltación en 2001 al National Baseball Hall of Fame de Cooperstown, donde solo otros dos announcers hispanos habitan hasta hoy: Buck Canel y Jaime Jarrín. En su discurso de aceptación, cuando Felo afirmó que a sus 78 años se sentía con fuerzas para narrar un último juego desde el Gran Estadio de La Habana, el nacido en Bayamo, Oriente, aludía por supuesto al sismo que lo había separado de sus receptores primigenios, los cubanos residentes en la isla, pero también (y quizás de forma inconsciente) apuntaba hacia la niebla de la desmemoria que olfatea las huellas del desterrado.

Mientras buscaba información para escribir mi novela Y la noche doblaba por tercera, que Ediciones Furtivas presentará en noviembre de este 2025, sentí verdadero asombro ante la cantidad de errores e imprecisiones que pululan en los textos dedicados a celebrar la vida profesional de Felo Ramírez, sobre todo en aquellos que exaltan su labor en Cuba de 1945 a 1961. Esa trayectoria, por desgracia, suele ser referida con la ligereza usual en la prensa de la farándula, más pendiente de alinear adjetivos que de hacer inteligibles las razones tras el éxito.

Para comenzar, siempre he sospechado algo de fabulación en la llegada de Rafael Ramírez a La Habana… No sé, me inquietan la excesiva mediación de la casualidad y la rotunda armonía del final feliz. Resulta que, según contaba él, en 1945 se fue de vacaciones a la capital cubana, supuestamente para conocerla, junto a sus amigos Fernando Solís (Parisién), Hugo Vergara y Juanito Albacete. Mientras recorrían la calle San Rafael, estos le preguntaron en medio de risas por qué no subía a Radio Salas y se probaba como narrador de béisbol. Aquel joven de 21 años aún no respondía al apelativo de Felo; narraba juegos de pelota a través de un megáfono en el bayamés estadio La Lechera; había comprendido que su impenitente desafinación era un obstáculo para el sueño infantil de ser cantante, pero no para contar juegos de pelota; y yo malicio (sin pruebas, lo reconozco) que había emprendido viaje a capital, entre otras cosas, con la idea de lograr un documento de alguna emisora “nacional” que certificara sus cualidades en el oficio.

En 2014, durante una conversación con Felo que tomó varios días, abordé el asunto en diversas ocasiones y desde perspectivas distintas, tratando de probar que mi intuición estaba en lo cierto… Pero nada. El cronista deportivo, que por entonces tenía 91 años, repitió siempre la anécdota con los mismos detalles y el final encajó (también siempre) como pie en su horma. Es ese final el que justificaría, si la hubo, cualquier ficción de su parte mientras se recordaba subiendo con los amigos hasta el tercer piso del edificio donde se encontraba Radio Salas, entre las dos o tres emisoras cubanas que más tiempo y recursos dedicaban al deporte en la Cuba de aquella época. Porque, si subió en busca de un certificado o por cualquier otra razón no declarada, justo es admitir que la vida le dobló la apuesta. Para su sorpresa, los hermanos Salas lo sometieron a un par de pruebas y terminaron por ofrecerle un puesto como titular en la narración del campeonato amateur de béisbol en Cuba, responsabilidad a la que había decidido renunciar el periodista Pedro Galiana.

Ya sé, es más fácil llamar suerte a esa habilidad que algunos tienen para juntar poquitos y estar listos cuando se presenta el momento. A fin de cuentas, da igual qué nombre usemos, hay veces en que la realidad se toma en serio eso de manifestarse muy intervencionista. Un fin de semana, el narrador oficial para la Liga Profesional Cubana en Radio Salas, Orlando Sánchez Diago, no pudo regresar a tiempo de Miami debido al clima y Felo fue llamado para sustituirlo. Los elogios de fanáticos, colegas y firmas anunciantes no se hicieron esperar y los dueños de la emisora indicaron que se le diera participación narrando algunos juegos del torneo, aunque fueran solo un par innings y en los encuentros menos relevantes.

©Orlando Sánchez Diago / Revista Carteles

Llegado 1946 y para sorpresa de casi todos, la Asociación de la Crónica Radial Impresa (ACRI) decidió elegir al novato como mejor narrador deportivo en Cuba durante 1945.

¿Suerte? Se precisaba al menos de mucho carácter para irrumpir así en el exigente mundo de la crónica deportiva cubana a mediados de los cuarenta, sostenido sobre nombres de tanto oficio como Manolo de la Reguera, René Cañizares, Cuco Conde, el ya mencionado Sánchez Diago, entre unos pocos más. Y si quien lo hace es un muchacho del “interior” que apenas estudió hasta el quinto grado, pues entonces debemos admitir en aquel guajirito emergente una combinación importante de talento, simpatía y firme pulso autodidacta. La excelente voz que a partir de ahí cumpliría 72 años en el aire había sido depurada desde casi la niñez mediante el estudio de otros narradores, y sobre todo de Buck Canel, el ídolo cuya voz entraba cada viernes al hogar de la calle Zenea a través de la onda corta; leyendo incansablemente, sobre todo literatura de no ficción; debatiendo con tipos como Cayín Argote, Víctor Montero y José Santoya, hombres cultísimos los dos últimos y sabios del béisbol los tres; y narrando en el estadio La Lechera para receptores cuya expectativa no podía ser satisfecha con solo informar lo que ocurría sobre el terreno porque estaban igualmente sentados en las gradas y veían el mismo juego que escuchaban a través de los altoparlantes.

De cualquier manera, la explosiva irrupción y posterior carrera de Felo Ramírez en Cuba hasta 1961 no puede explicarse solo a partir de su talento y empeño. La levadura estuvo en el espectacular crecimiento económico del país y, específicamente, del béisbol nacional desde mediados de los años cuarenta, el momento en que él llegaba a La Habana. Hablo de un poderoso empuje financiero que terminó por atraer hacia el profesionalismo a casi todos los grandes peloteros cubanos, muchos de ellos remisos hasta entonces a abandonar el amateurismo. Para hacer visible ese contexto financiero, resumo a continuación los datos ofrecidos por el notable cronista deportivo Eladio Secades en tres artículos publicados por la revista Bohemia el 11 de septiembre de 1949, 30 de agosto de 1953 y 27 de septiembre de 1953.

En 1942, el narrador Orlando Sánchez Diago y su socio Fernandito Menéndez pagaron 100 pesos (recuérdese que la moneda cubana era equivalente al dólar estadounidense) a la Liga Profesional para transmitir el torneo invernal de la isla por la Cadena Roja. Ambos cronistas deportivos (informa Secades) necesitaron un gran esfuerzo para conseguir anunciantes que les dejaran entre 100 y 150 pesos mensuales de ganancia per cápita.

Un año después, en 1943, Sánchez Diago ofreció 700 pesos a la Liga Profesional, pero Radio Salas puso 1000 sobre la mesa y obtuvo el permiso exclusivo para cubrir el campeonato.

En 1944, el costo por el permiso de transmisión se elevó a 5000 pesos y se eliminó la exclusividad. Podría transmitir toda emisora que pagara esa cifra.

En 1945, el año en que Felo Ramírez llegó a La Habana, el costo de transmisión se duplicó: 10 000 pesos. Según Ángel Torres, en su libro La leyenda del beisbol cubano (1878-1997), esa temporada 1945-1946 “marcó el inicio de la época de oro en la pelota [profesional] cubana, imponiéndose récord de concurrencia y de recaudación, la que ascendió a $390 668, el doble de lo ganado el año anterior”. Mantenga esta cifra en mente, por favor, al leer el próximo párrafo.

En 1946, las finanzas del béisbol profesional cubano dieron su salto definitivo. El costo de transmisión llegó a 20 000 pesos y cuatro emisoras lo pagaron. Por otra parte, con la inauguración del Gran Estadio de La Habana, los primeros siete juegos del campeonato profesional 1946-1947 reportaron ganancias de 96 000 pesos, cuando cinco años atrás, en 1941, obtener 100 000 pesos por todo el torneo se consideraba un verdadero éxito. Al caer el último out, en febrero de 1947, las recaudaciones por asistencia rondaban el millón de pesos.

En 1947, los 20 000 pesos para transmitir la pelota profesional fueron pagados por COCO y Radio Salas.

En 1949, el costo de transmisión se elevó a 25 000 pesos y lo pagaron cinco emisoras, hecho que terminó siendo decisivo para la carrera de Felo Ramírez, como se verá en la segunda parte de esta crónica.

El impacto de tal bonanza en los palcos de transmisión fue arrollador. Al cierre de los años cuarenta, el narrador deportivo cubano había dejado de ser un elemento útil para convertirse en “su majestad el locutor… Se le mima, se le busca, se trata de seducirlo con ofrecimientos liberales y el triunfo, de conquistarlo, da lugar a polémicas públicas que […] parecen a punto de dirimirse en el campo del honor”, según palabras de Eladio Secades en su sección de la revista Bohemia (11 de septiembre de 1949).

Cierto, Felo Ramírez desplegaba un talento vivísimo y una fuerte emocionalidad al contar los juegos, pero fue también muy oportuno. Apareció en el momento justo y encontró un terreno más que adecuado donde aplicar sus aptitudes.

Ahora bien, el sorpresivo premio de la ACRI en 1946 puso quizás una luz excesivamente intensa sobre los inicios de su carrera. Parte de la prensa capitaleña reaccionó de forma crítica hacia la distinción, que consideraron una afrenta a los años en el oficio de Sánchez Diago y Manolo de la Reguera, y el ambiente alrededor de Felo se tornó digamos que demasiado susceptible, situación que pesó no poco en su decisión de irse a trabajar con la COCO. El empresario Julio César González Rebull había comprado esta emisora en 1945, trasladó los estudios en octubre de ese año para el tercer piso del edificio donde estaba su periódico El Crisol, y ofreció a Felo un proyecto atractivo bajo el lema La Primera en Deportes, más un salario mensual de 300 pesos, muy superior a los 80 que el cronista recibía en Radio Salas.

©Felo Ramírez y Cuco Conde en una promoción de la COCO

El período de Felo Ramírez en la COCO, hasta agosto de 1949, debe ponderarse con cierta prudencia y un juicio más cercano a la valoración de matices que al aplauso fácil. A partir de 1946, la cabeza más visible entre los narradores deportivos cubanos era Cuco Conde, quien narraba a través de Onda Deportiva y fue contratado por COCO en mayo de 1947, estando ya Felo Ramírez dentro del equipo. La posición subordinada del bayamés ante el recién llegado se hizo evidente cuando en septiembre de ese año CMQ y COCO decidieron unir esfuerzos para transmitir la Serie Mundial de Grandes Ligas y los narradores escogidos fueron Jess Lozada y René Cañizares (por CMQ), mientras que por COCO aparecía únicamente Cuco Conde que, según Bohemia (14 de septiembre de 1949), era “el narrador deportivo que está en el candelero de la popularidad”. Cuando en 1948 Guido García Inclán compró COCO, nombró a Cuco Conde director de Deportes y Felo quedó como su asistente.

El hombre que pocos años después (y por tanto tiempo) haría escuchar su voz en los países de la América que habla español, juega pelota y se emociona con el boxeo no tuvo el menor empacho en reconocer su estatus durante esos años: “Entre 1945 y 1949 fui cargabates de algunos de los narradores más importantes en Cuba. Lo fui de Sánchez Diago y De la Reguera, como lo fui de Cuco en la COCO”. Así me declaró muerto de la risa durante nuestras conversaciones de 2014, lo que aprovecho para señalar dos factores caracterológicos decisivos a la hora de explicar la capacidad del bayamés para abrirse caminos: su indeclinable sentido del humor y una aversión total a las confrontaciones personales. En nuestro largo diálogo y mientras recorría noventa años de su vida, ni una sola vez le escuché hablar mal de algún colega, aún y cuando sé por la prensa de la época que en su trayectoria (como en la de todas las personas públicas) nunca faltaron las zancadillas, el ojo pérfido de la envidia y las agresiones de los frustrados.

El período de Felo Ramírez en la COCO sería clave para su éxito posterior. Le hizo conocer profundamente el competitivo medio de la crónica deportiva en La Habana y le abrió la posibilidad de perfilar su oficio con el ejercicio diario al más alto nivel. En esa andadura, la cercanía de Cuco Conde obró de forma más que positiva dada su experiencia, pero también porque compartía con Felo una característica medular: ambos entendían que la narración deportiva no debía florear ni cargar de datos al oyente, sino todo lo contrario, necesitaba concentrarse en la acción sobre el terreno y recrear la esencia sensible de esta. Por otra parte, Cuco era un experto del boxeo, tanto en la narración como en la organización y promoción de carteles pugilísticos, oficios que terminaría por adoptar el entonces joven bayamés y que resultarían fundamentales cuando, con el avance de los años cincuenta y el arraigo de la televisión, el boxeo pasó a generar en Cuba incluso más demanda que el béisbol.

A la llegada de 1949, Felo Ramírez tenía 25 años y estaba profesionalmente listo para convertirse no solo en el mejor narrador deportivo cubano de la próxima década, sino también en una presencia continental, camino cuyo primer paso fue propiciado por el inefable empresario y hombre de medios Gaspar Pumarejo, como se verá en la segunda parte de esta crónica.