Testimonio de Mireya Jiménez, exmarinera mercante cubana: ‘La única manera de ser libres es sacar al pueblo a las calles’

DD.HH. | 17 de septiembre de 2025

“¿Qué somos los marineros mercantes? Mano de obra esclava y barata”, dice Mireya Jiménez con una mezcla de indignación y memoria viva. Durante años navegó los mares como parte de la Marina Mercante cubana, una experiencia que define como una vida de explotación bajo el control absoluto del régimen. “¿Cuánto no le dimos a esta dictadura? Bastaba con un simple saludo a un cubano exiliado en cualquier puerto y ya uno terminaba preso en Villa Marista y expulsado de la empresa”.

Uno de los episodios que marcó su vida ocurrió en Rumanía, a finales de los años ochenta. Jiménez había viajado junto a otros marineros cubanos para recoger un barco nuevo en los astilleros del puerto de Braila. “Conocí a varias familias rumanas y, en la confianza, me decían: ‘Mire, allá en Cuba todos aman a los Castro’. Yo les respondía: muchos los odiamos, pero tenemos hijos, padres, familias que mantener. Hablar significaba cárcel o desgracia”.

En Bucarest, presenció el levantamiento popular contra el dictador Nicolae Ceaușescu. “Vi la gente en la calle, vi los tanques, las pancartas que gritaban ‘Abajo Ceaușescu’. Sí costó sangre, pero fue rápido: al intentar huir en avión lo capturaron con su esposa Elena y su hijo, y los fusilaron. Yo lloré, pero también lo disfruté, como si hubiera sido en Cuba”, recuerda.

El regreso a la isla estuvo marcado por el apuro de las autoridades cubanas por sacar de Rumanía a los marineros testigos de aquella rebelión. “Nos embarcaron en un barco incompleto, con desperfectos. Por poco nos hundimos en el Mediterráneo. Aquello fue catastrófico, pero sobrevivimos porque Dios lo quiso”, relata.

Esa experiencia le abrió los ojos. “El pueblo cubano siempre estuvo ciego, sordomudo, porque así lo quiso la dictadura. Yo no acepto que me hablen de bloqueo ni de período especial. Yo vi barcos enteros cargados de diésel que no podían descargar porque no había infraestructura. El combustible nunca faltó; lo que sobró siempre fue el control y el miedo”.

Jiménez asegura que conoció de cerca la represión contra sus compañeros de trabajo. “Vi cómo sacaban de la empresa a marineros acusados de ser de la CIA porque alguien los había fotografiado en una comida en Venezuela. Los llevaban a Villa Marista y los desaparecían por semanas. Nos sembraban pánico, terror. Así controlaban a toda la Marina Mercante”.

También denuncia la humillación económica: “Se nos pagaba en dólares cuando estábamos en puertos extranjeros, pero en Cuba tener dólares era un pecado mortal. O los gastabas afuera o tenías que entregarlos para usar una carta especial que solo servía en la tienda de marineros. Éramos trabajadores de segunda clase en nuestra propia tierra”.

Con el tiempo, su rechazo al régimen se hizo más explícito. “Cuando vi lo que pasaba en Venezuela, les dije a mis amigos: el día que ese desgraciado de Chávez llegue a presidente, yo no pongo un pie más allí. Y cumplí. Barco que iba para Venezuela, yo pedía relevo. Les advertí: si me obligan, me lanzo al mar en el canal de La Habana antes de tocar tierra”.

Hoy, desde el exilio, reflexiona sobre el futuro de Cuba. “En mi barrio hay dirigentes del Poder Popular y de la Vivienda, militantes del régimen. ¿Quién los mantiene? El exilio. Mientras el pueblo no salga completo a la calle, con niños, ancianos, hasta con los perros y los gatos, no habrá libertad. La única manera de ser libres es esa: que el pueblo entero se rebele en las calles”.

El costo personal no ha sido menor. Mireya relata que su hija y sus nietos han sido asediados en Cuba, y que su sobrina, profesora de secundaria, sufrió un acto de repudio en la escuela donde trabaja. “Así operan esas mentes maquiavélicas: persiguen a las familias, amedrentan a los hijos para callar a los padres”.

Pese a todo, Mireya no pierde la esperanza en una reconstrucción nacional, aunque advierte que debe comenzar desde cero. “Yo empezaría por la educación, quitando de raíz el adoctrinamiento de maestros y profesores. Seguiría por la salud, que está en completa decadencia. Pero para lograrlo hay que arrancar el mal de raíz. A esos asesinos no se les puede premiar con agua con azúcar”.

Su voz se endurece cuando habla de justicia. “No estoy de acuerdo con impunidad para nadie. Que enfrenten la cárcel, que paguen por lo que hicieron. Si en Cuba queremos renacer, debemos limpiar todo, sin medias tintas”.

Con la fuerza de quien ha visto caer dictaduras y resistido tempestades en el mar, Mireya Jiménez insiste: “Cuando el pueblo entero esté en la calle, bajo lluvia o trueno, Cuba será libre. Ese día llegará, y yo también voy a estar allí”.

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Publicación fuente ‘Cubanet’