Alfredo Triff: Sergio García, el hombre araña

En la famosa historieta del hombre araña de los 60, de Stan Lee y Steve Ditko, sabemos que Peter (joven Spider-Man) se debate entre dos mundos: el muchacho comedido que la gente aprecia y su oscura encarnación: «El hombre araña».
No es casualidad que el artista cubano-americano Sergio García haya pintado una serie con el mismo título de la historieta. García lleva años explorando las oquedades silenciosas del hombre, lo que Michel Leiris, al hablar de Francis Bacon, llamó “cicatrices de la conciencia”.
Me refiero a un ser en metáfora, deambulador estético, no por ello separado de la realidad. ¿De dónde vienen esas imágenes repletas de marcas endosadas, la angustia de alguien que necesita saber quién es antes de desaparecer para siempre?
Desde tiempos remotos, la pregunta fundamental del ser humano se reduce a la de André Breton en L’Amour Fou: “¿Quién soy?” Después de un siglo XX de atrocidades, el albor del nuevo milenio trae la sombra siniestra de una nueva Gotterdammerung, ahora desde los cuarteles de Al-Qaeda.
La obra de García nos lleva a ese espacio dislocado del artista contemporáneo. Baudelaire también describe ese estado pegajoso de ennui ante el mundo, ilusión mórbida fragmentando al ser en pedazos, en su poema «Heautontimonumenos»:
En mi voz está tu chillido
¡Mi sangre, tu tóxico añejo!
En mí esa furia te contempla
Pues soy tu siniestro espejo
¡Soy la llaga y el cuchillo!
La mejilla y el bofetón
¡Soy los miembros y la rueda!
¡La víctima y el sicario feroz!
En «Bang, bang» García lidia con la idea del suicidio (enfermedad del siglo XIX). La sombra del ser se ha hecho una mancha verde intensa sobre espacios rosados, tachados de dibujillos frenéticos. A la cabeza, de color rojo, la sostiene en un torso casi invisible. La sede del pensamiento deslindada del cuerpo: sustancia nómada. García sugiere la expresión de un trazo abierto, apresurado por una eventualidad escalofriante, casi inhumana, justo antes de desaparecer.
¿Cómo definir el absurdo?
La incertidumbre de sabernos presa de una maquinaria político-social que nos traga. Lo incoherente de la vida; el que nace deformado, en el basurero; la niña abusada por un perverso. Vivir con el peligro en ciernes. Aparece entonces el transeúnte/bomba, sonriendo, en un mall cualquiera atestado de gente. El capitalismo y su disociación cultural, así como la sombra de un medievalismo moral, la soledad y la exclusión —o la autoalienación—, la más difícil de definir, la más insidiosa y perversa.
Para García, la naturaleza carece de planes. La realidad es tácita e inane –no vale la pena cavilarla demasiado. Una parte del ser moderno se retrae de la realidad para descubrirse a sí misma. ¿No será un espejismo?
El trabajo expresionista de Sergio García en «Transtorment» en muestra en lab6 y PS 742, hace pensar en un estado constante de síntesis. Con ese vocabulario esparcido, García construye una ambivalencia moral entre extremos. Pinturas como «Hombre-demolición», «Dark man» colorean momentos chocantes de humanidad obsesa, impulsada por un sentimiento de urgencia, brutalidad y descuido.
El trabajo del pincel de García se centra en torno a una diana para dejar el granuloso vestigio de la palma impresa del artista— repetida en muchas obras—, lo que puede indicar una señal yerma de paternidad literaria (la misma de las cuevas de Lascaux o Chovet, antes de la revuelta del Homo sapiens). Arte autodestructivo, hasta el punto de que algunas de sus lonas han sido acuchilladas y luego cosidas nuevamente.
En la serie Autorretratos (2003), las imágenes de García se vuelven extremadamente simples, desprovistas de ornamentos y de una simbología reducida a su mínima expresión. La serie de siluetas/cabezas puede nombrarse en función de lo que las acompaña: cabeza-palma-de-mano, cabeza-círculo-espiral, cabeza-bombillo y cabeza-paso-de-conga –García, a propósito, es amante de la música afro, bailador y conguero/aficionado.
Los trabajos en papel muestran una simplicidad ideogramática. En “Cabezón”, la silueta de la testa está ocupada por la palma de la mano, símbolo recurrente en las imágenes de García. La palma de la mano representa, acaso, la historia del individuo. Cara sin rostro, historia escrita en la ranura de la carne que aprehende.
Vemos la silueta de un hombre, desdibujada en el tronco y los hombros. ¿Qué significa esa línea blanca ondulada en el fondo opalino que sube en «Zombie-Man» para liberar la silueta de su gravedad? La mano larga, o el brazo/serpiente que representa a Shiva –o simplemente el zombi que nos saluda desde su reducto mecánico.
¿Qué es un zombi? El pecado infame cartesiano: ausencia de la mente, no pensar, malpensar o simplemente, el ser-por-ser. Por momentos, el torso humano inmóvil, la representación de la espina dorsal, camino sinuoso de la energía yin-yang.
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Publicación fuente ‘El Nuevo Herald’, 2003










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