Durante de sus visitas a la Habana, a comienzos de los sesenta, el marxista mexicano Adolfo Sánchez Vázquez pudo constatar el profundo interés que despertaban las discusiones estéticas en Cuba. La abstracción era, hasta al menos 1963, uno de los problemas en los que las disputas resultaban más intensas. Una discusión que permitió la emergencia de una crítica que, dentro de las reglas de juego establecidas por la estética marxista, encontró argumentos en favor de las vertientes abstractas. A dicha crítica corresponde el mérito de haberse erigido, con frecuencia exitosamente, frente a los prejuicios y vulgarizaciones. Pero hasta al menos la segunda mitad de los años setenta, la discusión tuvo lugar sobre un terreno espinoso, una suerte de campo minado, desde el que resultaba muy difícil, aunque fuese posible, argumentar a favor de las creaciones no figurativas. Para seguir leyendo…
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