Pablo Iglesias es sumamente enfático al hablar. Igual que un anticuado recitador poético, procura emocionar emociónandose. Lo ridículo o archisabido que dice —rídiculo y archisabido para quienes han vivido bajo algún marxismo aplicado— lo convierten en un simplón enfático. Así que no pudo encontrar Padura sitio mejor para exhibir su propia simplonería. Valga como prueba de ella un momento de la entrevista en que conversan de pelota, el novelista cuenta cómo fue visitado por el director del equipo Industriales en busca de consejo para animar a sus jugadores, y todo gira en torno a esta perogrullada motivacional: habría que convencer a los peloteros de que cuando salen al terreno son la gente más importante del mundo. Para seguir leyendo…
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