¿Qué escuchamos, entonces, en las obras de Katiuska Saavedra? ¿Qué vemos en ellas y gracias a ellas? Ciertamente no una sola cosa, ni un conjunto acotado de tópicos que se destejen de la acción como si de una fibra escondida se tratara. Tal vez el umbral mismo del silencio sea la primera ganancia, una especie de tabula rasa en la que ensayar pequeños gestos de soberanía. Consumir esa extraña sinfonía concreta que emana de sus cabellos, murmurarle a su pecho y oír lo que este nos devuelve. Intentemos, pues, el salto por la ventana en donde Katy revolotea como la chica traviesa que es. Olvidemos el vértigo de la caída, pensemos en Yves Klein, aún suspendido en el cielo grisáceo del París de los sesenta. Para seguir leyendo…
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