Luis de la Paz: Entrevista a Leandro Eduardo Campa
Habíamos acordado que lo recogería a las 6 [de la tarde] en la esquina de un parque en la octava avenida, cerca del teatro Martí. Allí, esperando ya, en una parada de guagua, estaba Leandro Eduardo Campa, al que le gusta más que le llamen Eddy Campa. Como no habíamos convenido a dónde iríamos a conversar sobre su vida, su obra y sus proyectos, cruzamos la calle y nos tomamos un café. Mientras intercambiábamos algunas impresiones y nos preparaban la colada, Campa me señaló a Mr. Dinero que pasaba lentamente por la puerta de la cafetería, a Jorge Ávila, el atómico, que gesticulaba en la acera de enfrente junto a Papiro el usurero. Corriendo pasó Pedro Marihuana. Todos, personajes de Little Havana Memorial Park, libro de poemas de Campa, uno de los buenísimos poetas cubanos que residen en Miami.
Finalmente decidimos conversar en casa de un amigo cercano, y mientras caminábamos hacia la vivienda apreté el bolso donde llevaba la cámara fotográfica y la grabadora, pues podía interpretar la tentación que despertaba en algunos que nos cruzaban, pero por fortuna la presencia de Campa parecía ejercer cierta disuasión.
Con su libro, Eddy Campa, delgado, de baja estatura y fumador en pipa, se ganó la admiración, y también el odio, de algunos de los personajes que recoge en sus poemas, o en su poema, pues Little Havana Memorial Park, puede verse como una sola pieza, un sostenido poema dividido en 28 partes, que trasciende con tono irreverente, la desolación del entorno que le ha tocado vivir.
—¿Quién es Eddy Campa?
—Yo nací en La Habana en 1953, en un solar del barrio de Los Sitios. A los 15 años me cogen preso en la recogida que hicieron contra los hippies. Yo no era hippie, pero estaba por allí cuando comenzaron a cargar con las gentes. Bastaba ser joven para que te recogieran. Estoy encarcelado por año y medio. Cuando salgo de la cárcel ya yo era otro. Estando preso escribo un cuento, Y me parece que no existo, donde, en esencia, se narraba la llegada de un extraterrestre que me sacaba del lugar… De ahí comienza mi relación con la literatura.
Luego conozco a Enrique Patterson, que me conecta con Esteban Cárdenas, Fabio Hurtado, Benigno Dou, que es el grupo que se reunía en la cafetería de la funeraria Rivero a conversar y a hablar de arte y literatura, y sigo por esos caminos creativos.
—¿Cómo se desarrolla su vida cotidiana en Cuba; en qué momento comienza a tener una vida normal?
—Bueno, en Cuba no hay vida normal, en Cuba la medida de la normalidad es la esquizofrenia. Hay una vida que se ajusta a las normas del gobierno, y otra que no se plega a esas normas. Yo era un hombre marcado como disidente, como contrarrevolucionario desde muy joven, tal vez por ello nunca fui llamado al Servicio Militar Obligatorio, pues consideraban que yo no era elegible para coger armas en Cuba. De forma tal que mi vida nunca fue normal. Sin embargo entro en la Universidad a estudiar en la Escuela de Letras, e incluso luego trabajo de maestro en un instituto tecnológico dando clases de socio-económico, que no era otra cosa que historia de Cuba politizada, pero del tecnológico me expulsan cuando se me cae un resguardo de santería en la cátedra de marxismo, y aquello fue un problema horrible. Terminé castigado dando pico y pala en una construcción.
—Usted escribe Calle Estrella y otros poemas, y hace una lectura en la Brigada Hermanos Saíz. ¿Qué pasó con ese libro?
—Mi vínculo con la brigada fue muy breve. En esa época yo tenía escritos algunos poemas del libro, que eran poemas de amor, sobre Lidia, que era cuñada de un viceministro, una novia mía, y la seguridad del estado –digo seguridad del estado para referirme a la directiva de la brigada– los consideró poesía disidente y me expulsaron de la brigada. Días después dos agentes de la seguridad me hicieron una advertencia, y me hicieron firmar una declaración donde yo me comprometía a no escribir más poesía disidente.
Años después trato de enviar Calle Estrella y otros poemas a un concurso de estudiantes universitarios en Venezuela, pero el libro fue interceptado por la seguridad del estado, y esta vez, ya era un joven de 26 años, y estaba en el mundo, en el submundo quizás de los intelectuales disidentes, no lo toleraron. Estuve preso en seguridad del estado y me pidieron 8 años de cárcel, afortunadamente sólo estuve unos 40 días. Me di cuenta que la única manera que yo tenía de recuperar mi libertad era firmando una carta retractándome, diciendo que había cometido un error, y así lo hice. Unos meses después me voy de Cuba durante el éxodo del Mariel.
—Entonces usted llega a Estados Unidos durante el éxodo del Mariel, ¿cómo valora usted el efecto de ese cambio de vida?
—El encuentro con la libertad crea un efecto sicológico. Es importante la capacidad individual para adaptarse de un sistema diferente. Las capacidades orgánicas que requiere un cuerpo para readaptarse de un país cálido a uno frío, son casi las mismas que se necesitan para adaptarse de un país totalitario a uno democrático.
En mi caso creo que la lucha del hombre será siempre contra el estado, aun cuando se trate de uno democrático. Ya sea esa presión totalitaria, mediante coacción política o determinadas leyes, o mediante la presión del consumo, la necesidad de convertirse en una mercancía, y entrar en la maquinaria de la oferta y la demanda, resulta para mí inaceptable. Por ello para mí es muy importante estar siempre, no sólo en contra del estado, sino en contra de algo. En realidad el individuo siempre está en contra de algo, aunque él mismo no lo reconozca. Yo prefiero vivir con lo mínimo, porque ésa es la única manera con la que logro proteger mi propia individualidad, reafirmarme como individuo. Por eso vivo con lo mínimo, con lo esencial, y no creo que nadie necesite más de lo esencial para vivir.
—He dejado para el final preguntarle sobre Little Havana Memorial Park, y naturalmente sobre algún nuevo proyecto.
—De alguna manera Little Havana Memorial Park es una continuación en el campo de la estética, o sea, en el modo de apreciar la realidad, de Calle Estrella y otros poemas. Son libros que tratan del barrio donde vivo, de sus personajes. En Little Havana la estructura del poema, principalmente la primera página, es muy importante, porque es ahí donde logro situar los nombres de los personajes que van a ir apareciendo en el poema, y además ya ubicado en lo que es el cementerio. El libro es un reflejo del mundo cotidiano. No sé a qué se debe, pero yo escribo sobre lo inmediato y trato de darle a ese entorno una entidad universal… Porque, qué es la poesía, sino elevar lo inmediato a la condición universal. Yo diría que Little Havana es un poema de amor, un poema épico y lírico, además de un poema de la tragedia del hombre.
Tengo terminado un libro de cuentos que se titula Curso para estafar y otras historias. También aquí está lo inmediato trabajando. Es un libro moral que consta de 30 narraciones breves, y habla de las peripecias de un vendedor de prendas falsas, pero toca también, entre otras cosas, la política, la religión. El libro está buscando un editor.
Responder